Duele contemplar los rostros contrariados de tantos niños que hoy, tras despertar de un sueño inquieto e ilusionado, han acudido al salón familiar para descubrir que los regalos soñados, esos que solicitaron a los Reyes Magos en una carta que quizás tomó un camino equivocado, no están, no existen, no son. Son otros. Efectivamente, la noche ha coloreado de envoltorios luminosos muchos hogares, numerosas viviendas. Pero detrás del celofán y el lazo aguardaban objetos no deseados por los niños, juguetes cuyo funcionamiento nunca desearon descubrir.
Cuesta asumir que, con sigilo de nocturno ratero, vamos desarmando el frágil castillo de naipes del juego y la ilusión niñas, equivocando y desbaratando el cuento de hadas de la infancia, y convertimos a nuestros vástagos en adultos sin edad, miniaturas del descontento, pequeños contenedores de frustración y carencias. Les ofrecemos todo y aniquilamos su capacidad de sorpresa. Secuestramos su infancia.
Es al alcanzar una edad más o menos madura cuando comprendemos la esencia perdida de la niñez: la vida como juego, e intentamos recuperarla despojándonos de vergüenzas y pudores. Hay quien lo consigue.
Miller & Durrell en Corfú (colección Durrell) |
Desde que adquirí un maravilloso volumen que contiene la correspondencia cruzada entre Henry Miller y Lawrence Durrel durante más de 40 años, amén del torrente verbal de sus estados de ánimo, sus miedos, sus esperanzas, proyectos y ausencias, quedé fascinado ante la foto que acompaña esta entrada: un Miller asomado ya al vértigo de los 50 años de edad disfruta, desnudo y descarado, de la caricia fresca de un mar en calma, mirando fijamente a la cámara que le retrata. Junto a él, un Durrell recién salido de su 27 cumpleaños, parece preferir la contemplación ausente del horizonte y esconder púdicamente su sexo. Ambos autores, letraheridos enamorados de la libertad de sintaxis y la ordalía de juego de la literatura más feroz y obscena, hicieron de su vida juego y del juego bandera, regalándonos páginas memorables e inolvidables. Pero el joven Durrell tardaría aún en descubrir que la vida te regala sorpresas, que no debemos exigir dádivas y regalos a los años por los que desplazamos todo nuestro catálogo de ilusiones, sino, más bien, abandonarnos al asombro de lo no esperado, lo no solicitado, no lo deseado. Recuperar la infancia, hacer acúmulo de todo el inventario de primicias con que la vida nos agasaja. Jugar, ser juego.
Tenemos ante nuestra mirada un adulto y un niño pero...¿quién es quién?
Afortunadamente, a la mueca contrariada del niño que abre el regalo que no deseaba, se contrapone la inextirpable sonrisa del adulto que recupera la infancia y espera encontrar reflejada en el semblante del pequeño la llamarada inconsciente del juego.
Niños y adultos, hoy, en tantas casas. ¿Quién es quién?
Ufff... Me encanta... Qué buena interrelación, contraste de sentimientos... Creo que es al ser conscientes cuando sentimos de verdad..
ResponderEliminarMarta