jueves, 4 de julio de 2019

I have a dream (Madriz me mata)

Muy metido últimamente en analizar qué es eso de la pulsión de muerte, y erróneamente relacionándolo con el sexo (qué le vamos a hacer, el cabra siempre hace el ídem), me sumerjo en Lacan y descubro que tal pulsión de muerte él la propugnaba como lo real en la medida en que sólo se lo puede pensar como imposible. ¿Complejo? No, para eso ya están los de Electra y Edipo, y a mí, de Lacan, me interesa más esa identificación que hacía del sueño con la pesadilla, dado que el esfuerzo por metaforizar del sueño no es más que el disfraz que utiliza el deseo para evitar que se le vea como es: con ganas de ser realizado. Espesito, ¿verdad? Pueda ser. Para mí, al menos estos días, ya digo, no tanto.

Anoche tuve un sueño, yo, sí, como Martin Luther King (¿no lo conocen?, da igual: era negro). En mi sueño, por una vez, desaparecía la pulsión sexual, que es la que mayormente identifico como pulsión de muerte lacaniana. Y es que uno ya se hace mayor, y del sexo, erigido, sólo le queda el recuerdo (aparte erecciones breves que no vienen al caso). La cuestión es que en mi sueño soñaba redundantemente un Madrid que no existe más que como pulsión de muerte. Un Madrid gobernado por oligofrénicos que se aprovecharon del derecho al voto antes de que este se promulgase por Ley. Porque los subnormales de familias bien siempre han ostentado todo derecho, desde el de voto hasta el de heredar cargos públicos y gerencias, amén de la ilusión de sus progenitores de que, dada su imbecilidad, pudiesen llegar a ostentar la corona de España, que es cargo muy proclive a cargarse sobre los hombros de hombres (mujeres no, ¡vade retro!) demediados (en lo mental, nada tiene que ver aquí Italo Calvino).

No piense el lector que estoy en contra de apoyar a quien madre natura decidió jugar una mala pasada en su póker de parca traviesa, no. Aplaudo las normativas tendentes a equiparar a los ciudadanos en su derecho a ostentar dicha ciudadanía, ya que, al fin, todos pagan impuestos... bueno... todos no, los imbéciles de mi sueño eso de los impuestos se lo endilgan a otros a quienes creen más imbéciles y que, visto el resultado del derecho democrático al voto, tal vez lo sean.  

Haciendo el bobo está muy bien / haciendo el bobo es un placer, que cantara Jaime Urrutia.

Venga, acortando, que me enredo y no entro en harina.

El caso es que, en mi sueño, un imbécil que no lo es tanto sufría el momento álgido de un enfisema pulmonar agravado por este aire madriles que hoy tantos madrileños nos vemos obligados a sufrir. Y aunque en ambulancia privada dirigida a clínica ídem se acomodase su esperpento respiratorio, este se veía alargado hasta el dolor más insufrible debido a un embotellamiento de tráfico. ¿El final del sueño? No, no moría. Y es que los buenos, al menos en las series de tropecientos capítulos que nos endilgan como anestesia, nunca mueren. Como en las películas, o sea, pero más retrasado el desenlace. Y el prócer que habitaba la ambulancia de mi sueño era de naturaleza bondadosa porque todos sus desvelos estaban dirigidos al ciudadano madrileño, por más que se viese denostado por insurrecciones de votantes que no llegaron a votar en contra de su futurible y ya efectivo mandato. Es por ello que su bondad (la del enfermo) se vio recompensada por el camino. Porque el embotellamiento de tráfico lo provocaba otro ejército de enfermos mentales, todos esos cuya enfermedad, hoy, gracias a lo políticamente correcto, es estandarte de libertad verdadera. Me refiero a gays, transexuales, lesbianas y todo lo que sigue, que es que me lío con las siglas. Y así, no se sintió sólo en su accidentado periplo.

Disculpen el exabrupto pero... era una gozada contemplar demediado, en sueños, el rostro del hombre de mente demediada en un paroxismo de congoja como pocas veces recuerdo me haya decidido regalar Morfeo.

Y todo esto... ¿a qué venía? Ah, sí, a que no se pongan tan flamencos los gitanos madriles si ven que su futuro lo decide un subnormal, porque al fin y al cabo es un avance democrático y... siempre nos quedarán los sueños.

P.S.: Un gorrión ausente de respiración se ha posado en mi ventana. Su plumaje es color mierda y plomo. Su mandíbula aúlla picoteos de pan mal ganado. Su mirada perdida en un cielo como lodo. Ha muerto entre mis manos, entre las garras de su asesino, el muy subnormal. Pulsión de muerte, o sea.