Llega a mis oídos algo que numerosas parejas de holgada hipoteca y liberador colegio de pago (liberador para ellos, no para los escolares) ya están celebrando con alborozo: la reciente publicación de una serie de Guías de Viaje pensadas para que las visitas que realicen a capitales extranjeras, en compañía de toda la familia, no se conviertan en un suplicio. O sea, que las susodichas guías están enfocadas a los que viajan con niños. Para que estos se diviertan y también sus progenitores. Guías de Viaje en Familia han decidido, con sobrecogedora imaginación, denominarlas.
A nadie se le escapa, en esta sociedad del consumo y la ignominia, que muchos matrimonios ven sus períodos vacacionales constreñidos al hotel de playa peninsular dotado de piscina, campo de juego y animación alienante que permita que sus retoños permanezcan "entretenidos". Claro, hablamos de quien entiende el viaje como un entretenimiento y considera a sus vástagos (independientemente de la edad que estos alcancen) carentes de la tan humana capacidad de discernir. Al fin y al cabo a nadie le escapa el carácter decididamente salvaje que pueden adoptar ciertos infantes al no ver satisfechas sus demandas de golosinas, juegos, smartphones, iPads, dinero...
Fue en Corea del Sur, hace algunos años, que pude constatar algo que durante mis diversos viajes a lo largo de los años se había convertido en insidiosa sospecha: son gran número de nacionales franceses, belgas, alemanes, finlandeses, estadounidenses (evidente: en Estados Unidos caben innumerables países), etc. los que no sepultan su espíritu viajero, su afán por caminar nuevas tierras, bajo la sepulcral losa de la paternidad supuestamente responsable. Españoles o sureños en este plan no, lo lamento, no he visto
Durante el transcurso de los 25 días que empleé en atisbar la cultura, costumbres y parajes surcoreanos, tuve la fortuna de no tener que enfrentar la mirada a los atropellados y vociferantes espectáculos públicos que mis compatriotas gustan de representar cuando hacen turismo fuera de las fronteras patrias. Tampoco crucé mis pasos con los de ningún europeo, norteamericano u angloparlante, en general. Salvo en Gyeongju, la mirífica capital del antiguo Reino de Silla. Me encontraba allí alojado en el hanok de una amable familia, cuando el más anciano integrante de la misma me solicitó permiso para alojar en la habitación contigua a una "encantadora familia francesa" (estas fueron sus palabras). Es imposible plantear una negativa al solícito y amable carácter surcoreano, por lo que respondí que "sí, por supuesto".
Resultó que la "encantadora familia francesa" se componía de 5 miembros: joven madre, joven padre, jovencísimos hijos gemelos y can de indefinida edad. Según me comentaron viajaban por el mundo desde el año siguiente a aquel en que la mujer diese a luz a sus dos gemelos. Era su pretensión máxima lograr que los pequeños comprendiesen, una vez crecidos, el mundo que les rodeaba. Y nada mejor para esto que desgastarles la costumbre desde la más tierna infancia, emprendiendo con ellos el sinnúmero de viajes que ya tenía la pareja en mente antes del feliz alumbramiento.
Viajaba, la joven familia, de manera muy similar a la mía: mochila al hombro y sin guía de viaje. Lógicamente sus mochilas eran de mayor capacidad que la que yo portaba. Al calor de una agradable charla, compartiendo un delicioso té de bambú, pude comprobar, no obstante, que los trotamundos franceses añoraban la existencia de algún tipo de guía de viaje orientada a quienes se hacen acompañar, durante la excursión y el peregrinaje, por sus fieles mascotas.
He olvidado premeditadamente hacer intensiva mención al dócil perro (no me pregunten por su raza, ya demasiado difícil me resulta ubicar en alguna de éstas aciagas fronteras fisiológicas a los propios humanos) que acompañaba a la familia y que, según me confesaron era difícil fuese admitido en los establecimientos hoteleros de la península surcoreana.
Supongo que los imaginativos editores que han entregado a imprenta numerosos manuales de uso de capitales europeas orientados a conseguir que los responsables papás puedan entretener el exótico periplo a sus pequeños, han olvidado premeditadamente que las mascotas también pueden acompañar a sus dueños en los vagabundeos que estos decidan emprender por el globo. Aunque, bien pensado, dudo que a los publicistas del entretenimiento se les escape tal detalle, de seguro preparen las Guías de Viaje en Familia (y mascota) para sucesivas ediciones ampliadas.
Ellos también tienen derecho a emprender ruta en vez de quedar recluidos en hoteles caninos y otros establecimientos de esparcimiento animal del estilo. O peor aún, en casa del vecino donde, bien es cierto, pueden volverse realmente salvajes.
Deberían restituir a las mascotas el derecho al "entretenimiento". No va a ser todo, para tan solícitos animales, pensar en el bienestar de sus "propietarios", digo yo.
Fue en Corea del Sur, hace algunos años, que pude constatar algo que durante mis diversos viajes a lo largo de los años se había convertido en insidiosa sospecha: son gran número de nacionales franceses, belgas, alemanes, finlandeses, estadounidenses (evidente: en Estados Unidos caben innumerables países), etc. los que no sepultan su espíritu viajero, su afán por caminar nuevas tierras, bajo la sepulcral losa de la paternidad supuestamente responsable. Españoles o sureños en este plan no, lo lamento, no he visto
Durante el transcurso de los 25 días que empleé en atisbar la cultura, costumbres y parajes surcoreanos, tuve la fortuna de no tener que enfrentar la mirada a los atropellados y vociferantes espectáculos públicos que mis compatriotas gustan de representar cuando hacen turismo fuera de las fronteras patrias. Tampoco crucé mis pasos con los de ningún europeo, norteamericano u angloparlante, en general. Salvo en Gyeongju, la mirífica capital del antiguo Reino de Silla. Me encontraba allí alojado en el hanok de una amable familia, cuando el más anciano integrante de la misma me solicitó permiso para alojar en la habitación contigua a una "encantadora familia francesa" (estas fueron sus palabras). Es imposible plantear una negativa al solícito y amable carácter surcoreano, por lo que respondí que "sí, por supuesto".
Resultó que la "encantadora familia francesa" se componía de 5 miembros: joven madre, joven padre, jovencísimos hijos gemelos y can de indefinida edad. Según me comentaron viajaban por el mundo desde el año siguiente a aquel en que la mujer diese a luz a sus dos gemelos. Era su pretensión máxima lograr que los pequeños comprendiesen, una vez crecidos, el mundo que les rodeaba. Y nada mejor para esto que desgastarles la costumbre desde la más tierna infancia, emprendiendo con ellos el sinnúmero de viajes que ya tenía la pareja en mente antes del feliz alumbramiento.
Viajaba, la joven familia, de manera muy similar a la mía: mochila al hombro y sin guía de viaje. Lógicamente sus mochilas eran de mayor capacidad que la que yo portaba. Al calor de una agradable charla, compartiendo un delicioso té de bambú, pude comprobar, no obstante, que los trotamundos franceses añoraban la existencia de algún tipo de guía de viaje orientada a quienes se hacen acompañar, durante la excursión y el peregrinaje, por sus fieles mascotas.
He olvidado premeditadamente hacer intensiva mención al dócil perro (no me pregunten por su raza, ya demasiado difícil me resulta ubicar en alguna de éstas aciagas fronteras fisiológicas a los propios humanos) que acompañaba a la familia y que, según me confesaron era difícil fuese admitido en los establecimientos hoteleros de la península surcoreana.
Supongo que los imaginativos editores que han entregado a imprenta numerosos manuales de uso de capitales europeas orientados a conseguir que los responsables papás puedan entretener el exótico periplo a sus pequeños, han olvidado premeditadamente que las mascotas también pueden acompañar a sus dueños en los vagabundeos que estos decidan emprender por el globo. Aunque, bien pensado, dudo que a los publicistas del entretenimiento se les escape tal detalle, de seguro preparen las Guías de Viaje en Familia (y mascota) para sucesivas ediciones ampliadas.
Ellos también tienen derecho a emprender ruta en vez de quedar recluidos en hoteles caninos y otros establecimientos de esparcimiento animal del estilo. O peor aún, en casa del vecino donde, bien es cierto, pueden volverse realmente salvajes.
Deberían restituir a las mascotas el derecho al "entretenimiento". No va a ser todo, para tan solícitos animales, pensar en el bienestar de sus "propietarios", digo yo.