Aseguraba John Lennon, debidamente escondido tras los acordes de una canción dedicada a su hijo, que la vida es eso que te ocurre mientras estás ocupado haciendo otros planes. Podríamos ponernos ténebres y asegurar que al barbado bardo fue la muerte lo que le ocurrió mientras hacía otros planes. Pero nos vemos obligados por la celeridad de los tiempos actuales a darle razón y pensar, junto con ese otro poeta, que la vida está en otra parte. Porque encendemos la televisión para ver las noticias, que siempre ocurren en algún lugar lejano, y asistimos atónitos a la ultraviolencia de una realidad que ha llegado con anticipación para anticiparnos el terror y el vértigo de saber que la vida te ocurre mientras ves las noticias con la intención exclusiva de desacompasar una mala digestión o preparar una merecida siesta.
Aguerridos antidisturbios irrumpen, porra en mano e indumentaria Mad Max ocultándoles la nada del salario bien ganado, en una vivienda (una más) que ha de ser desalojada por impago. En este caso una vivienda de esas que la voz de su amo ladra a los cuatro vientos como social... que nos importa la ciudadanía, que es la que acude a las urnas. No importa que en, el interior de eso que hasta ayer fuese hogar ciudadano, un bebé de mes y medio asista despavorido al apocalipsis de griteríos sin ley y leyes sin refrendo proferido por las fuerzas del orden. No importa que, a las puertas, se agolpen las desmesuradas y violentas fuerzas de la solidaridad vecinal de pancarta y llanto reclamando misericordia. De nada vale que la familia en cuestión comience a danzar el vals de la aniquilación guiada por los compases macabros del orden social. Nada importa. Todo vale. Todo cuesta... y si no puedes pagarlo te lo arrebatamos, quede claro, dónde pensabas que estabas, qué pensabas cuándo abandonaste tu terruño tercermundista en busca de mejores oportunidades, aquí la vida cuesta, y se paga, aunque sea con sangre.
De nuevo Vallecas, mi antiguo barrio. Un nuevo desahucio. Queda atrás otro peldaño de esta escalera hacia la barbarie que recorren no pocos en pos de una gloria de moneda, timbre, y gintonic con enebro.
Asisto, atónito, a los noticiarios de la televisión patria, por rellenar con voces ajenas el silencio con que un puñado de sardinas ahogadas en salsa de tomate me contemplan boquiabiertas desde el perfil oxidado de una lata en cuarentena. Y descubro que la vida me está sucediendo en mi antiguo barrio, en Vallecas. Porque cualquier día puedo ser yo el expatriado de hogar y justicia que aparezca redecorando la comida familiar de otras multitudes televidentes.
El policía antidisturbios que pretende desalojar a los cámaras antes de hacerlo con el bebé cuyo llanto tiñe de esmeralda esta jornada de frío y nada, planea llegar a casa y descubrir suculento plato en su mesa. Pero la vida le está ocurriendo mientras, en la espiral dolorida en que se hunden las pupilas espantadas de estos nuevos desahuciados. Porque cualquier día puede ser él quien deba enfrentarse a las fuerzas del orden reordenadas por un ajuste económico que le arrebate su trabajo de mastín.
Los vecinos profieren gritos e insultos con la intención de salvar la situación y, de paso, el futuro descosido a puñal e hipoteca de los nuevos desahuciados. Mientras, la vida les sucede en el empleo al que hoy faltan por intentar evitar la desdicha al ajeno y que pueden perder por falta de justificación comprensible en su inasistencia.
Hay en Vallecas un bebé de mes y medio que no hace planes. Pero es consciente de que la vida es esa mordedura de carencia y llanto que propina la más rabiosa actualidad, lejos, en otra parte, en las pantallas de televisión de sus conciudadanos. Los bebés no pueden hacer planes, y se deslizan por la franela mentirosa de lo inmediato. Más si lo inmediato es la ausencia de franela que les proporcione calor y cobijo. Mucho más si la franela es sucia y viste lamparones de intemperie.
La televisión tiene sus propios planes. Los noticiarios están perfectamente programados y orquestados, aunque la vida suceda mientras tanto. Por eso pasamos de inmediato a devorar las declaraciones, a la salida de la cárcel, de un maleante de blanco guante a quien las fuerzas del orden, al contrario que a la familia de Vallecas, escoltan hasta su rutilante vivienda. Asegura que el actual Presidente de la nación participaba activamente de los delitos que a él se imputan. Sabemos que no miente: incluso los asesinos, a veces, dicen la verdad. Pero a ver qué antidisturbios se atreve con el Palacio de la Moncloa, pienso.
Lo sé, me repito. No es la primera vez que hablo de un desahucio en Vallecas, y no hace mucho que lo hice por vez primera. Pero no soy yo, discúlpenme: es la vida, que sucede de nuevo en Vallecas, mientras yo hago planes para llegar a fin de mes y seguir teniendo una vivienda, un televisor, y un bebé que sólo llora cuando mi llanto menos fraudulento busca sus pupilas en busca de sosiego.