En China, el "gigante" Apple se ha visto obligado a suspender la venta de su nuevo iPhone 4S (o algo así), debido a los disturbios (sí, leen bien) ocasionados por los ansiosos compradores del aparatito.
Veo en televisión el rostro lloroso de uno de los futuros poseedores de la nueva terminal telefónica (que para todo sirve mejor que para llamar, creo que hasta te ayuda en la cocina preparando las viandas...). Se lamenta porque de nada le han servido los 2 días haciendo cola en la calle, a -5º de temperatura, soportando estoicamente hambre y frío. La venta se ha cerrado y, de momento, no podrá disfrutar de "su" iPhone. Descubro en su mirada el desvalimiento propio de quien ha perdido la esperanza de unos momentos de intensidad tal que le permitan sentir que roza la inmortalidad. Y me apena, no se crean.
No puedo calificar como lacrimosa mi situación en esta mañana de domingo borrascoso en que el tierno algodón de la tormenta venidera nos malversa la luminosidad de un sol que ya ignoramos cuando volverá a encender nuestras miradas. Pero me siento un dolor inexacto, como una semilla de enfermedad irreparable, mirando el laberinto de trapo en que quiero imaginar quedaron atrapados tus movimientos, anoche, una noche, cualquier noche, entre las sábanas. Te marchaste después de ocultar tu desnudo con el vestido de la madrugada. Caminaste de puntillas las baldosas de la discrección y abandonaste mi abrazo, dejando en la atmósfera gris de la habitación pequeñas pinceladas morenas, brochazos de suspiro amortiguados por el gotelé insomne de las paredes.
He amanecido despojado de higienes y vestiduras. La luciérnaga de la borrasca venidera juguetea entre las persianas, e ilumina un breve desgarrón en que mi cuerpo pretende esculpir humedades, sobre este lecho carente de ti, de tu perfume tibio de deseo inacabado.
Despegar el hule infecto de mi piel de la mesa nupcial que fue este colchón en que hoy te añoro, o hundirme en la marea bravía de tus jugos, solidificados en imposibles arquitecturas de algodón, aquí, entre las sábanas que aún acarician la piel incierta de una noche que, siento, finalizó ya para siempre.
Así que los momentos plenos de vida nos niegan el regreso. Condenados por siempre a añorarlos. Corriendo el riesgo de equivocarlos por efecto de la memoria ingrata. Y es por ello que comprendo al chino que lamenta la pérdida de su ilusión, el carácter irreversible de esas horas que soñaba dedicar al uso de su recién adquirido smartphone. Quién sabe los planes que tenía reservados, el oriental, a su nuevo y flamante juguete, esa misma noche.
A más: de haber tenido yo un iPhone 4S, podría haber registrado en video de alta definición la danza insomne de nuestro deseo, anoche, o cualquier otra noche, y hoy me recrearía en la repetición digitalizada de nuestro amor. Supongo que no me dolería tanto tu ausencia.
Quizás, incluso, podría llamarte, sin tener que salir a la calle en busca de una cabina teléfonica de esas que ya no quedan, y escuchar al fin tu voz.
No hay nada como ponerse en la piel del otro... Pero, cuándo dejamos de preocuparnos por los momentos que realmente llenan nuestras vidas "materiales"? ¿Qué sería, efectivamente, del iphone, ipad, etc... si no tuviéramos momentos y personas que lo llenaran? ¿Si no pudiéramos compartirlos?..
ResponderEliminarMarta.