Ya ha venido la noche a tomar asiento en mi salón. Ha descalzado sus pies de escarcha y, tomando mis babuchas preferidas, ha acomodado su cansancio venidero a la sombra que el mío tatúa en el sofá del salón.
Temíamos, cuando niños, la aparición opaca de la noche, su murmullo de nubes silenciosas, su aroma de tormenta gestante y su luz inversa que venía para equivocarnos los sueños.
La llegada del atardecer, como la llamada a filas de un ejército de sombras, traspapelaba nuestras obligaciones y, antes de correr a guarecernos en la fragancia de fogones festivos que nos calentaban la cena, silbaba a nuestras espaldas misteriosas tonadas de pétalos suicidas, melodías de ventisca frígida que nos hacían voltear la mirada, sólo un instante, por intentar atrapar su destello de minutos ausentes. Pretendíamos hallar en la comparecencia dictatorial de la noche los sueños que nos disponíamos a vivir. Nos esperaban esas horas en que permaneceríamos, sí, ausentes de la vida, al dormir.
Hoy la noche es mi más tierna aliada. En ella sepulto los minutos desperdiciados. A ella entrego el ramillete arrebolado de mis ilusiones.
Lo comparto... cuántas veces no nos refugiamos en la soledad de la noche...
ResponderEliminarMarta