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Jane Birkin y Serge Gainsbourg
©
Jacques Haillot/Apis/Sygma/Corbis
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La
prisa de los trabajadores trabajando las escaleras del Metro por no llegar
tarde a la oficina, como quien corre para llegar vivo a su propio entierro. Y
tú trabajando mi entrepierna a la vista sin mirada de todos. Trabajo espurio,
sin más salario que mi más imbécil expresión.
Tú y yo, detenidos en esta
escalera metálica que nos rescata del subsuelo. Este sótano de maquinaria y
narcosis que es el Metro.
Abajo, en los vagones, viaja un rebaño proletario de
pupilas hechas de pantalla táctil que rehúye el tacto.
Abajo, en los vagones, Madrid
es una manifestación de mineros imbéciles que olvidaron que la linterna debe
colocarse en la frente, y no frente a la mirada, que si no luego pasa lo que
pasa: olvidan donde quedaba la salida de la mina y quedan perdidos por siempre
en las entrañas de la ciudad, en su aparato digestivo. Luego salen expulsados,
cual heces incontinentes, cuando menos se lo esperan.
Abajo, ya digo, en los
vagones, mientras en las escaleras recobran movilidad y corren por no perder el
siguiente vagón, tal vez el de su propia vida, y tú recobras movilidad a mi flujo sanguíneo para que pueda alcanzar mi propia vida, la de verdad.