miércoles, 17 de mayo de 2023

la edad más punk

Hace ya un tiempo, firmé el epílogo a la descacharrante y gozosa puesta de largo literaria de Gerardo Cartón, hombre orquesta de la industria musical y de la música sin industria, además de amigo de muy largo, tal vez el que de más lejanías temporales aún resista los envites del tiempo y el allá tú con tu vida y sus circunstancias. Titulé, aquel epílogo, Carta abierta a un joven punk (o algo así, ya no recuerdo, mi ejemplar es compartido), robándole a mi amado Umbral sin contemplación alguna, como a él le gustaba.

Gerardo era mi compañero de pupitre, allá en los años del todo vale hasta que un cura te calce una ostia sin bendecir y a mano abierta. Colegio de Agustinos, creo que ya lo he dicho en alguna ocasión. Pero los dedos del párroco de turno apenas nos rozaban. Al fin y al cabo, predicaban el amor, y nosotros no podíamos dejar de amar lo mucho que nos reíamos de sus pequeños deslices terrenales. Gerardo vestía camisetas que rezaban (eso sí eran preces) Anarchy in the U.K. y Punk's not Dead, era un pieza de cuidado y derrochaba ganas de reconstruir la realidad, en vez de deconstruirla como hacen hoy tantos con la tortilla de patatas y otras gestas gastronómicas. Ya ha llovido, desde entonces, y uno cumple años y recuerda y concuerda con Gerardo en que esta es la mejor época de nuestras vidas, porque es la de hoy, y nosotros la hemos dado forma y la seguimos moldeando, cual alfarero, con las manos henchidas de poemas como latidos y caricias como labios.

Hace unos días, tuve la fortuna de asistir a un concierto de Carlos Ann. Y todo fue punk. Y todo fue amor. Porque el punk es amor, como afirmo en el epílogo al libro de Gerardo. Amor respirado en las distancias cortas cuando no dejan de ser largas, y no future a mansalva. Y es que no, no hay futuro, esa es la realidad. La realidad, ese futuro que nos edificamos cada día para mejor deshabitarnos ansiedades, tiempos pasados y otras batallas que sólo nosotros, con aullido, música, víscera, poemas y desgarro, podemos vencer. No future es el hoy sin miedo. Es saltar con vértigo, sí, claro, pero sin dejar de abrazar el arrebato. Es autogestionarse los placeres más allá del onanismo. Es intensidad aunque te vaya la vida en ello. Es buscar, rechazar, destruir, rehacer, reconstruir, compartir. Es amar. Es reírse del todo en mi contra y afirmar que yo a favor. ¿De qué? Del latido, la sangre, el esperma, la saliva y todos los fluidos que acabarán abandonándonos, antes de que lo hagan. 

Carlos Ann, vivo y en vivo en Madrid, el 4 de mayo de 2023

A estas alturas de la película, pasado ya el medio siglo, ¿a qué lamentarse y llorar y entumecerse en un rincón de la hipoteca o alquiler que algunos llaman hogar? Porque el hogar está, siempre, en otra parte, y no lo creas tú sino que te lo regala, si tienes suerte, alguien. Decía que a estas alturas de la película mejor hacer como Carlos Ann y saltar al escenario de una noche madriles adocenada en el trasiego de turismo franquiciado y terraza con tapas caducas para merendarse al personal. ¿Qué mejor tapa para la descarga sónica, sensorial y emocional que nos regala el poeta? Porque Carlos, como Gerardo, como todos los punks que siguen comprendiendo, pasada la edad en la que tantos claudican, qué era eso que llamábamos punk, baila, serpentea y hace gruta en su voz a la poesía cuando es melodía que hiere y te acomete por la espalda. Sí, también salta entre el público sin temor a romperse la espalda. Sabe que, de ocurrir, podría reconstruirla y alguna razón habría para que ocurriese. Carlos no le teme al futuro porque sabe que no existe. Por eso viene de lejos autogestionando su música y su creación toda, aullándola contra todas las lunas cual licántropo libidinoso, desangrándola con arritmia y síncope punk sin miedo al desconcierto del personal. 

Desconcierto, he escrito. Qué sinsentido cuando hablo de eso que antaño llamábamos «un concierto», y que nos permitía durante minutos como futuros no escritos anclarnos en el sueño de una vida más plena. Pero llegó la vida y no era esto. No me da la vida, dicen algunos. Pues que se la dejen al resto, que aún hay hambre de ritmo y melodía, de carne, arteria y latido para quienes nos sabemos surcando, sobre un bajel de nervio, esta estuación de muertos anclados de muñecas y mirada a la pantalla de un celular que de célula ni tiene ni tuvo nunca nada. 

Carlos, al fin, que me enredo, no ofreció «un concierto», sino que se inmoló ante los que le acompañábamos en un puro acto de amor pleno de rabia sana por el futuro que no nos espera. Carlos está vivo y se diseccionó garganta y musculatura para hacer lo que mejor sabe: Poesía. Sí, la música con que la viste, además, es sabia como savia vertebrando las venas de cada uno de los árboles que nos crecen hacia dentro sin que le prestemos atención a su necesario sustento. Esa flor que crece y estalla, siempre hacia dentro. No es por dármelas de mártir, pero a mí me sangraron varias llagas y hoy, un nuevo año, ya más viejo, me siento más joven y con menos miedo, más pleno de amor y más vestido de este vértigo que abrazo porque sé que no hay futuro y que el punk estaba en lo cierto. Así que hoy quemo las naves, descorcho y me/te celebro.

Gracias, Gerardo. Gracias, Carlos. Gracias, vida amor espina y gracias uva tinta que mastico como orgía de ti en los labios mientras celebro por vosotros, jóvenes ancianos, punks deseosos de saber que lo sois por muy temerosos que andéis de reconocéroslo. 

Pues eso: abraza el vértigo, no temas y salta, que aquí te espero.

¡Salud!

sábado, 13 de mayo de 2023

cocina, anochece, música, mayo

Eres el Aleluya en que se rompió Jeff Buckley y el sollozo en que se quiebran todos mis anhelos, dejé escrito hace tiempo, poco más de un año, ¿qué es un año? 

Cae la noche soplando velas de todos los cumpleaños pasados, como un Dickens de saldo a las siete y pico de la tarde. La noche cae, claro, en la cocina. Porque afuera es de día. Pero todo se envenena de oscuridad cuando no hay más luz que la de los fogones aullándote el nombre. Porque lo hacen y preguntan ¿dónde estás?, como en aquella vieja canción de Jaime Urrutia. Y no sé por qué pero mis oídos se cansan. La música atrona y decido descansar la audición encendiendo la mirada. Y ya todo es luz y se dibujan ante mí aquellas palabras con que pretendía congregarte hace poco más de un año. Busco a Buckley entre los barrotes breves del celular y me asalta por la espalda y sin aviso y con un estilete por colmillo esta versión en directo de su Aleluya. Porque es suyo, Leonard Cohen le concedió todos los permisos. Y se incinera la cebolla a lo bonzo y pienso que es por eso que lagrimeo. Y se rompe Jeff y pienso que es por eso que mis lacrimales hacen honor a su nombre y le bordan costuras de sal a las líneas de marioneta bajo las que mi mandíbula pretende masticar el recuerdo de tus surcos nasogenianos surcados de plenitud adragonada/adraganada.

Buckley le dedicó ese tema a Cohen, claro, cómo no, pero también a Nina Simone. Apago la pantalla y apago la luz de la cocina y la de la realidad toda. Cierro los ojos y regreso, a tientas, a la música, y tu nombre enciende todas las canciones cuando se revuelve desde las sombras, navaja en ristres, la voz de Nina acuchillando nuevas cebollas, desvistiéndome nuevas rodajas de piel que caen a mis pies para perfeccionar este mapamundi de desperfectos en que me vierto. Nina mastica mi estómago como chicle, desangrando cada sílaba de Wild is the Wind, incluido ese arrumaco hacia dentro que es rotura feroz por la seguridad de haber perdido a lo lejos, despeinado su rostro por el viento/tiempo, al ser amado. Como chicle, he escrito, inconscientemente. ¿O no? Como el chicle que le robó Warren Ellis antes de robarte la mirada para regalarte un solo acorde, solo uno, ¿lo recuerdas? Sí, sé que no olvidas cómo se combó el arco de su violín. Como se comba una habitación oriental que, desesperada, nos espera.


Así que Nina estrangula notas con sus cuerdas vocales como tú estrangulas mis vísceras cuando chicle en lo más hondo de tu pulso y más adentro, hechas solo de guitarra torpe pero tenaz por aprender los arpegios que te acunan el paladar cuando el anclaje, sólo para hacerme pensar que ya querría la Simone. Salvaje es el viento, desorientado y deshonesto, voraz a la inversa es mientras Bowie modula wild is the wind ensanchando una pupila sobre el mantel siempre dispuesto de tu vientre piel de tambor que nadie se atrevió a acariciar como merece su tersura de extrarradio calmo y ciego. Ciega la otra pupila, la de Bowie. Pequeña. Alucinada de luz e incandescencia. Mírate, te susurro. Acaríciate, te imploro. Tus dedos son senderos y tu vientre el Universo.

Universo en expansión cuando el celular dibuja tu nombre con su caligrafía de imbécil y artificial inteligencia que no pasó por el parvulario. Pero yo sí. Y contesto. Y tu voz. Y Nina continúa lamentándose. Y tú ríes y la cocina es pura extravagancia de aromas a comida mal compuesta y a esas piernas que se sueñan las ranas previo al beso principesco de un Quasimodo que sólo se hace bello en el batir palmas y jugos de tus pupilas nada Bowie. Y la cocina es luz, de nuevo, como las mañanas en que el café es maltratado por cucharillas que danzan cual serpientes drogadas al son de la flauta de tus lirios lorquianos.

Tu voz, llevada por el viento salvaje. Tu voz desde otro planeta. Y tu risa y la caricia que se pierde entre mis piernas, loca por soñarlas nudo entre esos muslos que viertes y tiemblas cuando la música, cuando el tiempo, cuando el ahora puede ser siempre si decides amarrarlo entre los dientes. Y bien que lo amarramos. Y bien que nos degustamos la sangre tinta y el vino harapiento.

Después has llegado. Yo aún no. Yo nunca llego, sin ti, a ninguna parte. El tiempo, ya sabes. El tiempo me recuerda que no he hecho aspaviento de efemérides esta tarde en las redes sociales, esta tarde que hace tantas como las que se contienen en los 15 años que han pasado desde que nos dejase Antonio Vega, palmeando melancolías como Curro El Palmo en aquel romance que le escribiese Serrat. ¿Escuchaste alguna vez versión más certera, dolida y sangrante? No. Sí. Bueno, la que de Berrio hace Chencho Fernández, que también recompone a Serrat en algunos extractos de sus Baladas de plata. Pero es que Chencho recompone incluso al mismísimo Lou Reed, como cuando le cantó cantándonos, ¿recuerdas? Hispalis-New York, cosas más raras se han visto, en ocasiones suceden tales milagrosos encuentros, a veces vuelan arrecifes y ponen picas tierra adentro. Pero yo, ahora, aquí, anclado a un séptimo cielo huérfano de helicópteros y pañuelos, solo soy el desencuentro. 

¿Ves, amor? Tu voz me sabe a todas las canciones, también lo dejé escrito hace tiempo. Lo habitas todo pero no te encuentro. Y mis dedos se agrietan y mis labios visten máscara de carnaval veneciano a la hora de la peste. Y me araño los párpados. Y me restriego la piel con una piedra pequeña que solo sirve para que no se cierren las puertas. Y sólo sueño con que se obturen como un diafragma fotográfico y quede intacta una instantánea en que vienen a darnos pasto los caballos mientras nosotros tigres de nosotros mismos y en nosotros mismos encerrados sólo cubiertos de cabellos y melodías y versos y palabras con perfil de beso y besos como jauría de ciervos rotos, torrentes de masa cefalorraquídea embadurnando sus astas cuando ansían las alturas, en plena berrea, y comprenden que más alto que nosotros sólo el cielo.