Últimamente, con los amigos, me enredo en transcendentes conversaciones de las que, ¡ay!, me descubro a todas luces fuera de onda, despistado, desinformado, tardío, ignorante. Pero no me duele, y menos cuando, finalizada la verbal disputa, apurada ya la copa de la medianoche y la fatiga, regreso a casa intentando hacer resumen de las horas transcurridas. Es cuando comprendo que hemos hablado de cine, política, religión, cultura...de todo menos de nosotros, a pesar de haber expuesto generosamente nuestras opiniones.
Me entero, un día después, de la visita a España del presidente de Perú, Ollanta Humala, y siento que la historia se repite, al menos la mía. Durante el período de campaña electoral que daría la victoria al actual presidente peruano, me encontraba yo en aquel país. Más aún: viviendo yo en Arequipa, supe de la visita del por entonces candidato a dicha ciudad. Gran jolgorio de luces y algarabía de fiesta inundó las calles blancas de la blanca ciudad peruana. Estruendo de danzas criollas y festejo multicolor enredando el pulcro empedrado de las plazas, inundando las sonrisas de sus pobladores, reventando las márgenes floridas del río Chili. Venía Ollanta a la metrópoli y ésta coreografiaba su bienvenida entre canciones y bailes, por hacerle sentir más cerca la victoria al entonces aún aspirante a la presidencia.
Se vanaglorian, los arequipeños, de su carácter independiente y luchador, y Humala venía, cual mesías salvífico, a ondear la esforzada bandera del trabajador. No entraremos ahora a valorar el mayor o menor grado de decepción, a día de hoy, de aquellos que acogieron al aspirante con el tornasolado abrazo de la esperanza. El caso es que yo, haciendo caso omiso de las advertencias de amigos y conocidos, ignoré la fiesta, dejé pasar por delante de mí el batallón glorioso de la Historia, y me refugié en el sabroso abrazo del pisco y la conversación a media voz y candela somnolienta, en uno de los recoletos cafés del centro de la villa. La Historia pasó ante mí, nuevamente, y yo ni quise mirarla. Me encontraba, creo, demasiado absorto en mi propia historia.
Durante mi estancia en Perú, la cronología mundial no sólo dibujó la victoria presidencial de Humala, no. También el floral estallido del 15M, la reapertura de la frontera con Gaza por parte de Egipto, el feroz ataque de Alemania a los pepinos españoles, y la victoria del Barça ante el Manchester en la final de la Copa de Europa (chanpion lik, o parecido, lo llaman ahora), entre otros múltiples sucesos de significativo calado.
El caso es que hoy, como entonces, conozco las noticias a destiempo, llego con retraso. Me descubro nuevamente perdido en los suburbios de la Historia, reconociendo que me encuentro mejor aquí, al amparo del anonimato, a la sombra de los acontecimientos, refugiado en la cálida matriz de mis sentimientos. Cada día más, siento perder el hilo de lo histórico entre la calidez cotidiana de mis manos. Con la ferocidad de un felino acosado, tiendo a magnificar las experiencias que esculpen mis días, desechando por inútiles o intrascendentes las que manchan de tinta los periódicos. Lo realmente nocivo es que no lo lamento. Más bien al contrario.
Imagino que el presidente peruano ya estará de regreso en su bendito país. A muchos habrá dejado promesas de crecimiento monetario vía inversión fabril, esperanzas de incremento ganancial vía inversión estructural, perspectivas de copioso beneficio alejado del azote de la crisis, imagino. A mí, enterado de su llegada cuando ya se produjo su marcha, me ha dejado un sabor agridulce remoloneándome el paladar, un recuerdo de vida consumida, y una sonrisa que no se atreve a serlo deformándome la faz. Ante lo histórico de la visita presidencial yo me arrumbo en la melancolía, y me desenfoca la mirada el recuerdo de las vidas que viví en Perú, hace ya demasiado tiempo. La Historia, nuevamente, al alcance de mis manos. Pero yo le doy la espalda, demasiado inmerso en mi propio transcurso vital.
Sí, ciertamente tenemos la Historia remoloneando nuestros alrededores, pero quizás prestemos excesiva atención a los protagonistas de los futuros libros de texto y olvidemos que sólo nosotros deberíamos ser los protagonistas. Yo, por si acaso, me prepararé un Pisco Sour, y apagaré la televisión.
Sí, ciertamente tenemos la Historia remoloneando nuestros alrededores, pero quizás prestemos excesiva atención a los protagonistas de los futuros libros de texto y olvidemos que sólo nosotros deberíamos ser los protagonistas. Yo, por si acaso, me prepararé un Pisco Sour, y apagaré la televisión.
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