Recuerdo, cuando niño, aquellas pequeñas rencillas que surgían, cada cierto tiempo, en el seno de todo grupo de amigos. Efectivamente, antaño, los niños de un mismo barrio iban juntándose unos a otros en virtud de afinidades más o menos evidentes. Salían finalmente, los pequeños grupúsculos de chicuelos, a la calle en busca de aventuras y diversiones. La amistad, en la niñez, es un término laxo que precisa de los volubles lazos del tiempo y la confidencia para comenzar a tomar cuerpo. Por eso, en ocasiones, una simple disputa por la posesión de una pelota, el dictámen acerca del ganador en algún juego de difusa normativa o la muda batalla por hacerse con la comandancia del grupo derivaban en una mirada agreste, una mueca despectiva y una frase escupida a la cara del que, en aquel momento, suponía el enemigo inmediato: "ya no te ajunto". Era la forma infantil y errónea de poner fin a una amistad que aún ni había comenzado a existir. Pero no importaba la amistad. Lo primordial era la exhibición, ante el grupo, de capacidad suficiente para expulsar a uno de los miembros de la pandilla.
Es en la infancia, cierto, cuando comenzamos a comprender que la amistad es algo más que reunirse al calor de una hoguera o de una noche de lluvia para trazar planes y estrategias de juego. La amistad verdadera llega después, con el tiempo y la asunción de los propios errores, de las íntimas querencias, de las particulares carencias. Es entonces que elegimos con quien deseamos pasar la porción más valiosa del tiempo que nos ha sido regalado. Ahí comenzamos a sentir que la amistad es una túnica sagrada que hay que saber vestir y no debemos portar con desgana, indiferencia y desinterés más propias de quien, con la ocasión de una fiesta de carnaval, pretende ser objeto de todas las miradas.
Asistir, hoy, al jolgorio de acusaciones cruzadas y posteriores palmaditas en la espalda, estrechamientos de mano e incluso abrazos con que festejan los dirigentes y políticos de distinto signo las actuaciones de unos y otros, nos provoca la desagradable certidumbre de que hemos entregado el devenir de los tiempos a un grupo de chavales juntados por necesidad de recreo, más que por responsabilidad y libre albedrío. Una cuadrilla de niños de la que, cada día, uno u otro puede ser expulsado ante la indiferencia del resto, con un simple "ya no te ajunto".
Pero aprendimos, de niños, que esa frase no era definitoria, y que el expulsado podría reintegrarse de nuevo a la disciplina del clan si sabía reír dos o tres gracias y hacer algún trabajo sucio encargado a otro de los miembros de la camarilla.
El problema surge cuando comprendemos que todos esos políticos que ansían dirigir nuestros destinos, pretenden investirse la corona de la amistad para dialogar con el pueblo. Se dirigen a la ciudadanía con la cercanía del amigo, consiguen hacernos creer que han llegado aquí para escucharnos, comprendernos, ayudarnos y celebrar nuestras alegrías tanto como acompañarnos en nuestras desilusiones. O sea, que pretenden ser nuestros amigos. Amigos de verdad, no de barrio, no compañeros de juegos. Y cuando hemos confiado en sus palabras, cuando ya nos atreveríamos a solicitar su hombro para desprender nuestros infortunios en forma de llanto, en el momento de la desesperanza, cuando ya queremos reclamar su compañía en la noche aciaga del éxito y la algarabía... es entonces que se apartan de nosotros, endurecen la mirada, nos espetan "ya no te ajunto" y nos convierten en exiliados sociales a los que sólo resta caminar, cabizbajos, al albur de la soledad y el desasosiego. Quizás llegué el día en que osemos pagarles con la misma moneda.
La amistad, ya digo, es algo más complejo que una simple reunión de la chiquillería.
Las "cosas de niños" son para la infancia. Las infracciones que cometemos cuando somos pequeños no tienen nada que ver con las que cometemos cuando somos adultos, por eso el comportamiento pueril, en ciertas ocasiones, es inadmisible.
ResponderEliminarUn besote, Pablo
Pablo tu escrito me trajo el dulce recuerdo de esos momentos de niñez, nosotros le decíamos: "enemiguito" pero bien, mas certero fue ese símil con esos individuos llamados "políticos" que pasan por la vida queriendo ganar nuestra simpatía pero solo en pos de sus propios beneficios. Como bien dice Victoria a la inocencia de la niñez se le permitía y se le permite todo, pero querer jugar con la confianza y al final terminar traicionando es para mi imperdonable. Excelente tu escrito...
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