martes, 14 de febrero de 2012

la correcta libertad

En una cadena televisiva estadounidense asistimos a un violento incidente. Pretendiendo sumar, entre la audiencia, apoyos al mundo animal, presentan en antena a un dogo argentino que ha sido salvado, por un fornido bombero, de morir ahogado en las aguas congeladas de un lago, en Denver. Aguarda el público asistente al plató de televisión, y el que desde sus hogares ha sintonizado el receptor con dicha programación, las sumisas muestras de cariño del can para con sus salvadores. Es cuando la presentadora del programa, una de esas rubísimas norteamericanas de sonrisa eterna y agudo tono vocal, al acercarse al animal con tierno afán de carantoña, recibe de éste un mordisco que le secciona el labio inferior.

Es de agradecer el sentimiento amoroso que, hacia los animales, sienten muchos humanos. Más hacia los perros, esos fieles cobertores de nuestras más elementales carencias afectivas. Pero quizás olvidemos, demasiado a menudo, su bravío instinto natural. Igual hacemos, en demasiadas ocasiones, con nuestros congéneres. 

Tras revisitar anoche el reconfortante y turbador documental Un día con Panero, en que los músicos Carlos Ann y Enrique Bunbury, viven una jornada en compañía del insigne poeta, compruebo nuevamente la insolencia con que en tantas ocasiones pretendemos encerrar los naturales instintos tras la cárcel de la normalidad y la corrección "humanas". Leopoldo María Panero, devastador ventrílocuo del desgarro vital, poeta visceral que embadurna en sucios estigmas la belleza de la palabra y el sueño, reside por voluntad propia, desde hace ya muchos años, en un hospital psiquiátrico de Las Palmas de Gran Canaria. Al haber ingresado en dicho centro guiado por su libre albedrío, tiene permiso temporal para pasear la ciudad, de tanto en tanto. Y así lo hace, en compañía de los citados músicos, durante una jornada inolvidable. Pero es la frase final que pronuncia el supuesto demente, aferrados los garfios de sus dedos a la verja que le separa de "el mundo real", la que recorre incansable las circonvoluciones inexactas de mi pensamiento: "sois vosotros los que estáis en la cárcel, yo no". Eso dice el poeta, con franca y soberbia sonrisa, desde dentro del manicomio, a quienes quedan afuera, al albur de la vida que suponemos libre.

Leopoldo María Panero (cortesía de "la red")
Escucho una y otra vez la voz de Panero, y creo que, de poder hablar el perro agresor (bautizado Gladiator Maximus por su orgulloso dueño) del que antes comentábamos, quizás sus palabras se harían eco de las del poeta. ¿Amamos a los animales? ¿O simplemente nos limitamos a redecorar su vida con todo aquello que a nosotros se nos antoja imprescindible? Quiero decir que el perro podría haber muerto en las aguas heladas de ese lago estadounidense si el valiente bombero se hubiese limitado a contemplar su inmersión desesperada. Pero no. Debía poner en juego la propia vida el aguerrido salvador para poder catapultarse a la fama en el programa televisivo que ofrecería al público los pormenores de su hazaña. Y la presentadora debía demostrar a dicho público la bondad innata del animal para así glosar con mayor gloria la proeza del bombero. 
Olvidaron que el perro es libre, por mucho que pretendamos encerrarle en la voluble cárcel de nuestros pretendidos sentimientos fraternales, y que no se guía por estos sino por otros más salvajes, más certeros, menos falsos. 

Olvidamos todos, muy a menudo, que lo correcto no es siempre lo que como tal consideramos.

1 comentario:

  1. Mucho bla bla bla, un perro que secciona el labio de una rubia y un viejo meando en la calle.

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soy todo oídos...