Los feroces redobles de tambor de "los mercados" nos enderezan y uniforman a muchos (demasiados), prestos a hacernos avanzar, en torpe remedo de marcha militar, hacia un futuro teñido de nada y desasosiego. Asistimos perplejos a tribales danzas de cifras incomprensibles de las que lo único que podemos descifrar, quizás, sea el colérico y punzante mensaje: no hay trabajo, no hay salario, no hay futuro.
Ya lo previó la desaforada hornada punk que asoló medio mundo allá por los años 70 del pasado siglo: NO FUTURE! Claro que, quienes esto proclamaban formaban parte del batallón de reserva, el de la juventud, y se atribuyó su proclama más a la rebeldía insensata de la tierna edad que a la clarividencia prístina del que aún no ha sido dañado por el signo de los tiempos. Es así que la juventud ha sido, y es, vilipendiada y acusada de falta de experiencia. Como si la experiencia lo fuese todo y sólo pudiese llegar a nosotros con el transcurso del tiempo.
Ya lo previó la desaforada hornada punk que asoló medio mundo allá por los años 70 del pasado siglo: NO FUTURE! Claro que, quienes esto proclamaban formaban parte del batallón de reserva, el de la juventud, y se atribuyó su proclama más a la rebeldía insensata de la tierna edad que a la clarividencia prístina del que aún no ha sido dañado por el signo de los tiempos. Es así que la juventud ha sido, y es, vilipendiada y acusada de falta de experiencia. Como si la experiencia lo fuese todo y sólo pudiese llegar a nosotros con el transcurso del tiempo.
Me gusta recordar como paseaban aquellos jóvenes las calles tortuosas del extraradio y el descontento. Ante la invisibilidad a que les sometía la sociedad, oponían ellos frontal batalla visiténdose con restos de retazos de ropas desechadas, redecorando sus cuerpos gloriosos con cicatrices e imperdibles, afrontando la pretendida limpidez del ciudadano civilizado con brochazos de mugre y deterioro. Caminaban libres y acariciaban así, sin saberlo, el futuro que aseguraban jamás alcanzarían.
Pasó el tiempo. Se hizo visible el futuro para muchos de aquellos jóvenes. Otros quedaron en la insensata cuneta de la autopista del tiempo. Pero a ninguno de ellos se le perdonó que mancillaran la esperanza social con el agravio del descontento. Los supervivientes se incorporaron a los procesos de consumo que hoy día nos colocan, nuevamente, al borde del precipicio, desde donde les miramos con cariño, y esbozamos una sonrisa amarga pensando que tal vez tuviesen razón y que ni entonces, ni ahora, hubo ni hay futuro posible.

Yo prefiero pasear sin dinero en el bolsillo, redescubrir la ciudad y observar los rostros que me rodean.
Pienso en los jóvenes punks y, de no ser por el pánico que el más mínimo dolor me provoca, entraría en la primera tienda de tattoos y me haría grabar en la frente un NO FUTURE en gótica tipografía, y atravesar mis labios con un imperdible oxidado, para que quedasen sellados y mis palabras no traicionasen nunca más mis pensamientos.
Afortunadamente, aunque prefiramos ignorarlo, el punk no ha muerto.
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