Me sorprende de continuo la cantidad de actividades que, de manera equívoca, dedicamos a momentos que no son los adecuados.
Me explico:
asistes a un concierto de rock y un grupo de personas que, como tú, han abonado el importe de la entrada, se dedican a comentar y festejar en alta voz (compitiendo con la del cantante del grupo protagonista) sus últimas correrías
esperas cruzar un paso de cebra y al punto estás de ser atropellado por un conductor que acelera quizás estimulado por el estruendoso volumen de la música en el interior de su vehículo
te afanas por finalizar un importante informe para tu superior laboral y al solicitar ayuda de tu compañero le descubres navegando por la red, colgando insípidas anotaciones en su facebook, lanzando tweets al ciberespacio...
y la preferida: preparas un largo viaje y nunca olvidas colocar, entre los materiales que te acompañarán, un libro, a más grueso mejor. Sí, el viaje, en excesivas ocasiones parece ser el momento idóneo para la lectura. Y entonces... ¿para qué viajas?
El caso es que cada cosa tiene, o debería, su tiempo, y nosotros lo equivocamos mezclando y mixturando sensaciones que, así, raramente nos producirán el efecto deseado.
Me explico:
asistes a un concierto de rock y un grupo de personas que, como tú, han abonado el importe de la entrada, se dedican a comentar y festejar en alta voz (compitiendo con la del cantante del grupo protagonista) sus últimas correrías
esperas cruzar un paso de cebra y al punto estás de ser atropellado por un conductor que acelera quizás estimulado por el estruendoso volumen de la música en el interior de su vehículo
te afanas por finalizar un importante informe para tu superior laboral y al solicitar ayuda de tu compañero le descubres navegando por la red, colgando insípidas anotaciones en su facebook, lanzando tweets al ciberespacio...
y la preferida: preparas un largo viaje y nunca olvidas colocar, entre los materiales que te acompañarán, un libro, a más grueso mejor. Sí, el viaje, en excesivas ocasiones parece ser el momento idóneo para la lectura. Y entonces... ¿para qué viajas?
El caso es que cada cosa tiene, o debería, su tiempo, y nosotros lo equivocamos mezclando y mixturando sensaciones que, así, raramente nos producirán el efecto deseado.

Cierto: el viaje (sea en avión, a pie, o en Metro) no es momento dedicado al sueño, ni a la lectura.
Así que, por un instante, he pensado despertar a mi oscura ondina, indicarle que estábamos en el final de la línea, en lo más profundo de este lago de piedra insomne y dolorida que es el suburbano. Pero, disculpadme, yo respeto mucho el descanso ajeno y, además, hoy no tenía ganas de leer, prefería seguir viajando.
El vagón ha iniciado su camino de regreso con nosotros dos como únicos pasajeros.
En parte tienes razón, si no habrimos nuestras mentes en los viajes la vida se pasa y no nos damos cuenta de ello, pero también entiendo a todas estas personas que se quieren evadir en un libro, en una canción, ..no sabemos que pasan por esas cabezas, los sueños rotos, el dolor de una ruptura, la presion en el trabajo o la incertidumbre y,... ¿quien no ha puesto una banda sonora a un viaje?, ahora mientras escribo estas palabras, escucho de fondo "licenciado.." y le pega, estimula la mente, libera emociones.
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