Se me equivoca el grato sabor del café de la mañana con la áspera noticia de la muerte del músico Enrique Sierra. El que fuese componente de Kaka de Luxe, Klub y, especialmente, Radio Futura ha fallecido a temprana edad y, me temo, apenas será glosado ni recordado por los medios de desinformación nacionales. Al fin y al cabo, para muchos, sólo sería un tipo extremadamente delgado que gustaba de coronar su cráneo con una cresta capilar de reminiscencias contestatarias, mientras deslizaba sus dedos por el mástil de una guitarra rosa chicle.
Radio Futura (cortesía de "la red") |
Para todos aquellos que apuramos la alta gradación de noches que no tenían fin, que quisimos vivir al límite del exceso aferrados a vasos de tubo, cigarros insomnes y caderas fugaces que venían a enredarnos el deseo en noches de música, carcajada y sustancias tóxicas, los acordes de la guitarra de Enrique significaron mucho. Tanto como para hacernos olvidar por un instante glorioso que el mundo no nos pertenecía y que la vida estaba en otra parte. Se retorcía la guitarra del desaparecido músico momentos antes de que la voz sudorosa y macho de Santiago Auserón nos desvelase los misterios ocultos tras la mirada granítica de la Estatua del Jardín Botánico. Radio Futura fue y es, para muchos, el amanecer de una conciencia múltiple, la identidad de la rebeldía y el buen gusto, la quintaesencia del pop patrio y, a pesar de haberse disuelto el grupo hace años, la brisa insolente de sus canciones nunca ha dejado de navegar los vientos de la ensoñación.
Ando estos días intentando hallar una pizca de sosiego tras las frenéticas jornadas en que la promoción de mi novela, Los Cuadernos del Hafa, me ha tenido inmerso. Multiplicarme en las redes sociales, esparcir la buena nueva de la publicación de mi obra, extender los pabellones auditivos presto a que acudan a ellos comentarios, recomendaciones, consejos. Todo con el ánimo insensato de obtener al menos un breve ramillete de opiniones, un volátil puñado de veredictos, una mínima explosión de reconocimientos. No puedo ni quiero competir con la fama insomne de aquellos escritores catapultados a la fama por la danza de talonarios e ingresos que imponen los mercados. Sólo pretendo que, un día, alguien a quien quizás nunca llegue a conocer se acomode en su butaca favorita y acaricie las páginas de mi novela aislándose del mundo. Sólo añoro multiplicar con mis palabras las vidas de un puñado de lectores anónimos. No más. Y, de momento, tras haber recolectado una pequeña colección de palabras amistosas y un breve murmullo de cariño, comienzo a sentirme satisfecho...regalos que nos hace la vida, en ocasiones.
Hay quienes luchan, ruidosos y grandilocuentes, en pos de una fama que les disfrace de lujo y oropel. Los hay que simplemente aspiran a colocar sus sentimientos en la carretera secundaria de la creación para mantenerse a salvo de su propia locura. Creo pertenecer a este segundo grupo (el tiempo dirá) y me satisface. Enrique Sierra lo mismo, pienso. Así es que su fallecimiento pasará desapercibido entre los llantos globales por la muerte de esa cantante negra de sonrisa de laboratorio y talento a medio hacer que, sí, quizás sólo buscaba la fama. La ha tenido. La tuvo. Descanse en paz.
Enrique, creo, buscaba algo distinto. La creación o sea. Y lo consiguió, doy fe, yo lo he sentido.
Me alegro que dediques unas palabras a Enrique Sierra, a otra persona más que forma parte de nuestro mundo. Y así también lo sentirán sus allegados...;)
ResponderEliminar(Por cierto, soy Marta... que se me olvidó ponerlo!) jajajaj
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