viernes, 17 de mayo de 2013

la metamorfosis

No sé dónde leí, hace tiempo, quizás ya demasiado, que la carne humana debía ser lo más parecido a la del cerdo, dado su idéntico carácter omnívoro. Porque el sabor no depende, como nos hace creer nuestro equívoco sentido de la vista, del aspecto más o menos atractivo de lo que nos disponemos a ingerir. No, el sabor, sobre todo si de carne hablamos, varía en función de los alimentos que, en vida, haya deglutido el animal que portaba la pieza que devoramos.

No sé si me agrada más el carácter omnívoro del ser humano o su comparación, a causa de esto, con el cerdo. El caso es que recuerdo conversaciones con seres iguales a mí en prácticamente todo, salvo en su querencia antinatural por los vegetales cuando de alimentarse se trata. Algunos ni siquiera ingerían frutos que hubiesen sido arrancados con horripilantes zarpas de labriego a la Madre Tierra, sólo era/es válido en su dieta aquel fruto del que el árbol se cansa, por ejemplo, dejándolo suicidarse contra la soledad del plantío. Veganos, creo que se hacen llamar. Y disculpad que desconfíe de tales personas, pero es que un servidor, a pesar de saberse omnívoro, nunca se calificaría de tal modo, prefiero autonombrarme simplemente humano (con todo lo de animal que eso implica).

Corren tiempos de hambruna en que todos debemos ceñirnos el cinturón hasta que forme parte de la piel de que comienza a adolecer nuestro vientre, y hasta la FAO, que es organismo que lucha para erradicar tanto el hambre como el exceso de peso (curiosa antinomia) y las enfermedades que éste pueda acarrear, acaba de recomendar públicamente la ingesta de insectos debido al alto grado de nutrientes que contienen. Eso ya lo saben hace siglos numerosos asiáticos pero, doy fe, ninguno de ellos hace ascos a un buen solomillo. Sí, he de decirlo ya, los asiáticos también son omnívoros, son humanos como nosotros, aunque quizás la FAO no lo considere así, al fin y al cabo se preocupa más de la excesiva ingesta de hamburguesas por parte de la sociedad "avanzada" que del escueto menú de millones de pobladores del Indostán (un suponer) obligados a dedicar a la comida menos que nosotros, por tener que regresar de inmediato a la manufactura de tejidos con que nos gusta equiparnos antes de afrontar el drama urbano de los edificios de oficinas.

Igual los poderosos, los gobernantes, los banqueros, las estrellas del rock'n'roll y las supermodelos de pasarela rígida y mentón prominente que nos hacen pasar por cánones de belleza hoy día. Quiero decir que es evidente el carácter omnívoro de tales sujetos, por mucho que tantos nos empeñemos en criticar su desmedida voracidad. Omnívoro, si acudimos a la etimología, es calificativo que adjetiva a aquellos seres en cuyo menú puede hallarse cualquier ser vivo (o muerto), sin problemática alguna planteada por su origen animal, vegetal o fabril. O sea, que come de todo y todo le despierta el apetito. Ya digo: poderosos, gobernantes, banqueros, estrellas del rock'n'roll, supermodelos e incluso un gran porcentaje de los que formamos parte de eso que denominan "los demás". Así somos los omnívoros.

Es curioso comprobar cómo, al acudir al mercado en busca de sustento, si nuestra economía nos lo permite y nuestra salud hace aconsejable el paseo, ejercemos de cirujanos fuera de quicio y nos volvemos inquisitivos al respecto de vísceras y pedazos de carne, que si este corte no es bueno, que si quítame las agallas, que si la piel es muy dura, que si me trocea usté el pollo...una sangría, ya digo, algo así como un Jack The Ripper de barrio popular. Y no reparamos en el supuesto homicidio a que se sometió al animal que tan gratamente observamos despedazado para mejor elegir sus más suculentas piezas. Ante tamaña y despiadada muestra de voracidad disfrazada de elegancia y limpieza, me pregunto por qué nos sorprendemos tanto, quienes aún andamos por la vida sin mayor apetito que el de carnes, vegetales, pescados, legumbres, ante la voracidad de alta costura de los poderosos.

Mi santa madre que, aunque de ello no haga alarde, es persona sabia y comedida (a veces, cierto), nunca acude al mercado ataviada de chándal o con la corona barrial de los rulos enardeciendo su testa. No, ella siempre ha defendido que pasear por el mercado es símbolo de elegancia, que no todos tienen la fortuna de poder hacerlo, y los atuendos que acompañen tan soberbia labor han de ser acordes, esto es: ir al mercado como otros van al trabajo en la cúpula de la gran multinacional, al Congreso de los Diputados, al evento en que se comercializa una novedosa línea de lencería chic, y en ese plan. Creo que está, mi madre, en posesión de una razón no deontológica pero sí lógica, y que no deberíamos, por tanto, criticar a los poderosos que se disponen a devorar personas, hipotecas, cosechas, papel moneda, con la elegancia que les es propia: ropa de marca, joyas estrepitosas, automóviles desbocados como los caballos que anidan su ingeniería mecánica...al fin y al cabo, ya lo decía mi madre, acudir al mercado bien vestido permite que el tendero te ofrezca la carne más jugosa, los pescados más frescos.

Vivimos tiempos de injusticia, es obvio, pero quizás la cometamos también todos aquellos que no disponemos de capital suficiente para gozar las más deliciosas carnes y acudimos al mercado vestidos de domingo, como si en nuestros bolsillos anidara algo más que un triste puñado de monedas insuficientes para paliar el hambre de delicatessen, vinos caros y falsa apariencia. Pienso que tal vez los veganos tengan razón, y se ahorran el bochorno de acudir al mercado sin dinero que invertir en una omnívora pitanza. Mientras esperan que caiga la manzana incluso filosofan, y nadie puede asegurar que no salga de entre sus filas un nuevo Newton, por ejemplo. Los poderosos, la verdad, nunca van al mercado, y no son ellos quienes despedazan con sus manos la vida a medio extinguir de quienes, en el mundo, sirven de alimento y ornamento en sus banquetes de dinero y sangre. Es posible que los poderosos no sean más que una suerte de veganos que esperan que el árbol de la sociedad deje caer en sus fauces sus más maduros frutos.

Así que debemos decidir: o nos hacemos todos veganos y esperemos que de los árboles, además de frutos, caigan billetes y cupones descuento, o comenzamos a deglutir insectos reventones de proteína de esos que anidan las cúpulas esplendorosas de la mercadotecnia y los corporativos despachos de mucha sigla y poco contenido. En el segundo caso permaneceríamos omnívoros a la par que seguiríamos las siempre sabias recomendaciones de la FAO.

P.S.: hubiese incluido en esta entrada una fotografía de unas larvas que gustan de comer en Corea del Sur pero, discúlpenme, a pesar de ser yo el fotógrafo, la estampa hace el mismo efecto que esas fotos de desgracias pulmonares de las cajetillas de tabaco...aún recorto la foto antes de fumar el primer cigarro.

miércoles, 8 de mayo de 2013

el milagro alemán

Voy a por tabaco. Eso dijeron muchos, y ya conocemos las nefastas consecuencias, al menos para familia, amantes, amigos y demás etcéteras. Es conocido y no poco utilizado tópico español el que habla de aquél que abandonó momentáneamente (en principio) el hogar y jamás regresó. Yo siempre he preferido verlo como una suerte de homenaje a aquel personaje de una obra de Oscar Wilde que decidía hacer mutis por el foro social del cotilleo y el entresijo sentimental para reunirse con su amigo Bunbury, existente sólo en su imaginación y en la de quienes le rodeaban. Cuando la vida, en vez de perseguirte, se te escapa de las manos, lo mejor es marchar a ver tu amigo Bunbury que desfallece en una la imaginaria cama de un ficticio hospital, o simplemente (más castizo, ¿dónde va a parar?) salir a comprar tabaco...y no volver.

Hace unos días, entre la jungla tipográfica y la ventisca novedosa de la prensa escrita, me sorprendía una noticia que, de hacer caso al tópico de que el periodismo es digno oficio dedicado en cuerpo y alma a informar al lector de los vaivenes de la Historia, no debería figurar en lugar destacado del periódico de marras. Pero (¡signo de los tiempos!), la anécdota ocupa primordial página y aligera los quebraderos de cabeza del editor de turno a la hora de dictaminar aquello que debe y no debe conocer el lector. El caso es que se nos informaba, a quienes no pretendemos más que pasar un período de tiempo dedicados a intentar desentrañar los vericuetos del mundo moderno, de que un ciudadano alemán había utilizado un billete de 30€ (aclaración para neófitos o no europeos: no existen los billetes de 30€) para comprar tabaco en un negociado local de Dortmund, Munich o Berlín (ya no recuerdo). Todo bien hasta ahí, o al menos eso se desprende de la redacción de la nota "periodística". La gravedad del hecho, y quizás la importancia que le permite figurar en las páginas de los rotativos, reside en que la mujer que le atendió, procedió a reponer uno por uno los euros restantes que configurarían el cambio por un billete de 20€ (parece ser que el citado papel moneda imitaba al billete de 20 trocando únicamente el 2 por el 3).

¡Intolerable machismo!, dirán algunos. De haber sido hombre, la descuidada dependienta, la anécdota no hubiese alcanzado jamás la categoría de noticia. Pueda ser, ¿por qué no? Pero me inclino más a pensar que el redactor tiene alma de poeta e intentaba metaforizar el nuevo orden mundial que impera en la Vieja Europa. O sea, que Alemania asegura públicamente velar por nuestra economía mientras nos endilga billetes falsos. Demagógica metáfora, cierto, pero metáfora al fin y al cabo.

Afortunadamente, quien escribe la noticia apunta maneras de periodista de raza (de los que se documentan e investigan) al explicarnos que el presunto estafador había encontrado el apócrifo billete en el buzón de su domicilio, que se trataba de uno de esos reclamos publicitarios que incitan al consumidor a sentirse económicamente afortunado por un instante: una burda copia de un billete de curso legal con subliminal mensaje publicitario oculto en su reverso menos afortunado. Lo utilizan no pocos negociados como señuelo para sus intenciones más aviesas. Así se lo hizo saber el buen hombre a su esposa: mira este billete...¿no ves nada raro?...parece de 20€, ¿verdad?...pues mira, es de 30€, y jajaja, y ¡qué bueno! parece real podríamos intentar canjearlo, hasta que el germánico ciudadano recapacitó sobre lo vacía de esa vida en que regalaba, como si de una tómbola perversa se tratase, años de vida en un trabajo que le asqueaba y horas de pasión entre los pretendidamente seductores brazos de una avejentada esposa que había perdido ya hace decenios el fuego que le inflamase las glándulas sudoríparas y otros órganos excretores. Es ahí que miró el billete y dijo (en alta voz) "no es mala idea...voy a comprar tabaco".

En España, decíamos al inicio, no pocas veces ha funcionado de manera exitosa la excusa de abandonar momentáneamente el hogar conyugal para reponer el vicio nefando de fumar, y marchar, acto seguido, a hacer las américas, por ejemplo. Desaparecer del mapa y rehacer vida lejos del salvaje rumor de las asfixiantes cotidianías. Pero en Alemania, amigos, no, eso no funciona, y en seguida las autoridades localizaron al supuesto estafador, poniendo en conocimiento (vía teléfono) a su amada esposa de la nueva residencia de su marido en la impoluta comisaría (todo muy alemán, of course) de distrito (esto suena muy de peli yanqui, lo sé, pero imagino que así será en la correcta patria teutona).

Hacen bien las autoridades germánicas en abrir causa penal contra el  intrépido defraudador. No vayan a pensar el resto de ciudadanos de la Unión Europea que el susodicho es ejemplo de toda una nación, y que ésta juega hoy a trocar nuestro papel moneda de curso legal por burdas copias que nos hagan despertar al día siguiente sin valor alguno en nuestros bolsillos.

Yo, por si acaso, avisé hace tiempo de que me iba a comprar tabaco a Bolivia, aunque ahora me cueste explicar que aquí no se comercializa mi marca favorita. ¡Qué le vamos a hacer!

viernes, 26 de abril de 2013

el camino del exceso

Contemplar cómo se acerca la merienda solitaria del amanecer es como escuchar atentamente una canción de Nacho Vegas. A la sublime sensación del despertar se une la dislexia fúnebre del ocaso. Cualquiera que haya escuchado al genial bardo asturiano sabrá a qué me refiero. Quien no lo haya hecho...allá él (o ella, no se me tilde nuevamente de misógino).

Y es que, en ocasiones, apetece hundirse sin solución de continuidad en el verbo torturado de un músico especialmente dotado para la poesía cruel de la vida al límite, un poeta enajenado de absenta y verbo loco, un verdugo de sueños, una sobredosis de hachís o todo al mismo tiempo. Dejar que el amanecer nos desbarate los párpados embriagados de crueldad poética y solitario exceso. Tiene su punto, no se crean, no todo es lírica vacía del perdedor que nunca llegó a serlo. Quiero decir que considero sano, cuando el superávit de espantos y callejones sin salida de la vida amenaza con asfixiarnos, perderse en excesos más comprensibles, más asequibles. La droga, la música, la literatura...

Según dice la prensa de esa España invertebrada de horizontes y sonrisas que sufren no pocos y disfrutan algunos, la Dirección General de Tráfico, que vela por nuestra seguridad vial, ha estrenado con gran éxito un nuevo radar de mitológico nombre (no sé si Zeus o Pegasus, pero por ahí van los tiros). Tan notorio ha sido el triunfo que en una sola semana más de 30.000 descuidados conductores han sido sorprendidos rebasando, con avaricia funesta, el límite de velocidad que impide que nuestras carreteras se conviertan en un asfaltado y prematuro camposanto.

Hay que aplaudir, sin duda, el encomiable esfuerzo de las autoridades de tránsito por convertir nuestras carreteras en una seductora vacación todo incluido. Poder desplazarse, a lomos de silencioso y veloz automóvil, de una ciudad a otra, del monte al litoral, del trabajo a casa, con la tranquilidad de que no interrumpirá tu inocuo movimiento ningún alocado piloto fuera de control, sinceramente es de agradecer. Y más ahora que los aviones caen, o realizan forzosos aterrizajes forzados por la ausencia del combustible que los usuarios se olvidaron de pagar cuando desembolsaron un precio low cost para emprender el vuelo.

Pero las carreteras, como las calles o las oficinas, no se libran del típico amante del exceso que decide llevar hasta las últimas consecuencias su hambre de emociones fuertes. En las carreteras españolas, ya digo, más de 30.000 en una sola semana.

A pesar de no ser amigo, ni de lejos, de la velocidad, sí lo soy de otros excesos, qué le vamos a hacer. Y puedo comprender a esos conductores que se ponen al mando de sus utilitarios con el único objetivo de comprobar si el fabricante alemán del aparato no mintió al especificar, en la ficha técnica aprobada por esa misma Dirección General de Tráfico que vela por el estricto sometimiento a los límites de velocidad, la aceleración máxima que puede llegar a alcanzar el vehículo. Al fin y al cabo no podemos desdeñar que estos amigos de la velocidad tengan alma de poeta y hayan leído mucho al iluminado William Blake, que proclamaba aquello de que "el camino del exceso conduce al palacio de la sabiduría".

Al fin y al cabo ellos sólo perderán el carnet de conducir, y no la vida, como lo podrían hacer quienes, sin pretenderlo, interrumpiesen su loca carrera hacia la nada (o hacia el chalet de la amante, que ese día ha despedido con tórrido beso y fraudulenta caricia a su marido antes de que emprendiese un prolongado viaje de negocios, quién sabe). O como perdemos la vida otros, a diario, en un charco de poesía, acunados por una música ebria y embadurnados de sustancias enervantes, esperando un atardecer que se vestirá de mediodía sin apenas darnos cuenta.

Sinceramente no recuerdo muy bien lo que quería decir al sentarme al teclado. Tal vez sólo necesitaba huir de la voz de Nacho Vegas. No lo he logrado, creo que me fumaré un porro y leeré a Panero hasta que el amanecer incendie la pared del comedor. O hasta que el sueño decida abofetearme el exceso, aún a medio camino.

miércoles, 17 de abril de 2013

merienda de negros

Siento que en algún momento habré de pedir disculpas, por si acaso alguien decide perder el tiempo leyendo mis elucubraciones. Lo sé, lo lamento, escribo con retraso, es la vida, que me devora y que, ignorando las sacrosantas dos horas de digestión, se zambulle en la piscina torpe de las sensaciones. Quiero decir que podría escribir hoy del atentado en Boston, el desmayo de la Pantoja, la trifulca venezolana o, tal vez, de la calendarización de la muerte en Siria que, al fin, me importa bastante más que lo anterior. Pero no. La alquimia errónea de mis neuronas me lleva a recordar el sorprendente hallazgo, en las costas de Florida, de un tiburón con dos cabezas, como si una no le resultase suficiente para decidir sobre qué bañista avalanzar su tribu de dentelladas rebeldes.

Pues sí, en Florida, Estados Unidos (o al menos dentro del perímetro que han decidido considerar territorio de su propiedad los insignes mandatarios de aquellas tierras), donde todo puede ocurrir, las noticias conceden patente de corso a tal máxima del imaginario popular y nos descubren que a las costas de dólar y tanga equívoco de una de sus más afamadas playas ha decidido acercarse un escualo desorientado a causa de tener dividido por dos su pensamiento. Un tiburón con dos cabezas, o sea.

Casi a la par "informan", los más aguerridos de los noticieros españoles, del nuevo atentado gubernamental contra la población y la cordura. Parece ser que la línea de costa de la piel de toro, esa imaginaria frontera que permite la invasión inmigrante del ladrillo y el hormigón, ha menguado debido al bronco mordisco de un marrajo llamado Gobierno (o mercado, vaya usté a saber) y que, a juzgar por su voracidad parece ganar al de Florida en cuanto a número de cabezas.

Aseguran los científicos implicados en el estudio del tiburón "estadounidense" que su existencia de engendro de feria se provocó por un proceso de gestación detenido a medio camino, y alguno que otro se atreve a decir que el escualo ha de ser ciudadano mexicano, que un norteamericano de pro jamás podría poner frenos a los divinos designios de la creación. Consiguen que dudemos, para qué engañarnos. Tal vez se trate sólo de un escualo inmigrante ansioso por devorar las bondades económicas y vitales del american way of life.

Llegados a este punto, volviendo la vista a nuestra insignificante península, comprobando que ninguno de los ministros que autorizan el desbrozado de la costa española es negro, moro o latino, desearíamos preguntar a los científicos estadounidenses a qué se debe la voracidad bifronte del gobierno que desgobierna nuestras esperanzas.

Claro que, quizás, estamos pensando mal y, haciendo gala de la renombrada desconfianza hispana, no queremos comprender que este gobierno al que tildan (algunos) de liberal, egoísta, o incluso fascista (¡virgen santa!) realmente esté trabajando para lograr que el pueblo desprenda del tallo enrarecido de su cuello el brutal yugo del capitalismo, el hambre, el desempleo y la ausencia de horizonte. Sí, tal vez estén, como dicen los más sabios del terruño, matando dos pájaros de un tiro, y a la par que proporcionan nuevos enladrillados contratos a numerosos operarios del desastre inmobiliario que hallarán en esta nueva delimitación geográfica de las costas una oportunidad para elaborar nuevos esperpentos en forma de chalets de lujo que permitan que más de uno de los que el ignorante pueblo considera están saqueando las arcas de la supervivencia caiga desde el balcón de su lujosa vivienda, directamente y sin pasar por la casilla de salida, quizás con atlético tirabuzón previo a la zambullida, en las cálidas aguas del levante español sin percibir que los hijos bastardos del tiburón de doble testa norteamericano (o mexicano, aún no me queda claro) despliegan su danza de aleta sospechosa y mandíbula feroz alrededor de su reparador baño. Quiero decir que, tal vez, el gobierno sólo facilite que los defraudadores de palaciego chalet en la costa, al tener más cerca el descanso ingrávido del agua mediterránea (o cantábrica, la ley es válida para toda la geografía española), descuiden los cuidados mínimos y no vean acercarse al tiburón que (dos cabezas mejor que una) acerca su natación salvaje para enredarla con la de sus hijos gemelos. Rollo Revolución Francesa, ya saben: primero los infantes.

Sólo tengo claro un dato: los gobernantes leen la prensa. Y han descubierto que los tiburones pueden tener dos cabezas. Ténganlo ustedes presentes cuando deseen apacentar su cansancio de horas laborales al amparo de las olas y crean observar entre el barboteo sangriento de las mareas una "merienda de negros" que intentan atracar en las ricas costas de su patria. Tal vez sólo sea una merienda de tiburones bicéfalos...o que la sociedad toda se ha transformado en una "merienda de negros".

sábado, 30 de marzo de 2013

el cuerpo de Cristo

Días de ténebres penitentes que toman las calles en manifestaciones autorizadas por las fuerzas del desorden y los poderes establecidos a fuerza de voto ignorante. Jornadas de atronar en las paredes de los viejos madriles,  y otras villas de la moribunda Hispania, plegarias como maldiciones y tambores como castigos. Ya lo decía la poeta: al sur de los tambores. Y es al sur de estos tambores apocalípticos que pretenden convertirnos a todos, sin excepción, en pecadores, donde late la percusión milagrosa de la felicidad, el milagro, la carcajada y la vida. Quiero decir que, a pesar de tanta y tan publicitada redención de pecados originales, la vida sigue y quienes pretenden vivirla no prestan atención a los voceros del castigo divino.

Madrid se ve inundado estos días, supongo, por un ejército de negras mantillas que amenaza catástrofe, un tropel de incógnitas que resultan ser cruces, un griterío de silencio arrepentido que sólo se arrepiente durante el tiempo que dura la procesión. Madrid, capital de la libertad, años 80, la movida, drogas y rock'n'roll... antaño. Hoy Madrid es capital de provinciana provincia desentendida de los vientos que soplan respuestas que ya sólo escucha Bob Dylan. Hoy Madrid es tomado por las hordas del castigo, la cruz y el arrepentimiento. Con legalidad, eso sí, no como llevan haciendo desde tiempo atrás los mileuristas sin euros, los estudiantes que no tienen que estudiar, las amas de casa sin casa, los demócratas desposeídos de amparo democrático, las salvajes tropas del marxismo y la anarquía, en fin.

Fue en este mismo Madrid, pero distinto, donde gocé no pocas veces, hace ya años, la voz aguardentosa de un certero y sarcástico cantautor de nombre Javier Krahe. Cantautor dieron en llamarle, yo le consideré siempre poeta y filósofo. Y un filósofo más necesario hoy, quizás, que entonces. El filósofo de todos los que tienen prohibido manifestar en las calles su metafísica de miedo y la rabia. Un filósofo sin axiomas, como los estudiantes sin futuro, las amas de casa sin puchero y los demócratas sin derecho a voz ni voto.

Javier Krahe, cortesía de "la red"
Y fue hace más años aún cuando el juglar de la barba amarilla de tabaco y poesía tuvo la oportuna lucidez de cocinar un Cristo (otros cocinan torrijas, en estas fechas) y grabarlo con casera videocámara, en 1977 para ser concretos. Un divertimiento, una travesura quizás, si es que aún son ustedes temerosos de la ira divina. Al fin y al cabo, ya que se consume a granel y con desparpajo, en estos días, el cuerpo de Cristo, ¿por qué no preocuparse por proporcionarle un mejor sabor? Nada pasó. La vida continuó adelante. 

Pero ha sido hace no mucho, tal vez el pasado año, cuando los encargados de racionarnos el miedo y la economía han decidido despertar a los fantasmas de la intolerancia para llevar a los juzgados a Javier Krahe por tamaño despropósito. Claro, él pensaría que habitábamos una España democrática y laica. Craso error (también lo pensó cuando enfrentó el despropósito militarista de un "socialista" y "obrero" partido político de cuyo nombre hoy nadie quiere acordarse, y es por ello que Joaquín Sabina paladeó las mieles del triunfo mientras él quedaba como compositor desacertado). No importa, nada ocurrió y, afortunadamente, se impuso la cordura y el cantautor (perdón, filósofo) salió indemne. Pero si pensamos por un momento en lo simbólico del hecho no podremos más que atemorizarnos, temblar y, siguiendo la letra de una de sus memorables tonadas, irnos a hacer alpinismo. ¿A dónde? Al Tíbet, al Aconcagua, al Kilimanjaro, qué más da, pero lejos. 

Porque "cuando todo da lo mismo, ¿por qué no hacer alpinismo?". Dejemos pues las calles de Madrid y el resto de avillanadas villas de esta España caduca a los próceres del error, el arrepentimiento y el castigo, con su disfraz de secuaces Ku Klux Klan y su tenebroso reguero de sangre divina, y tomemos el primer vuelo a Papúa Nueva Guinea, por ejemplo, que dicen está en las antípodas. Afortunadamanente poseemos artilugios que nos permiten enlatar la ironía y lucidez de Javier Krahe para seguir disfrutándola allá donde nos encontremos.

Si deciden permanecer en la piel de toro: disfruten las procesiones de esta Semana Santa, no olviden emborracharse una vez finalizadas las prédicas y, si les resta tiempo libre, busquen un nuevo Cristo al que crucificar.
 

lunes, 18 de marzo de 2013

la evolución del cangrejo

Cuando creemos haber subido un par de peldaños en esa caracoleada escalera genética que comenzó a dilucidar, entre la espesura de una selva de galápagos y mareas, un aprendiz de brujo de nombre Charles Darwin, resulta que los voceros del desastre nos recuerdan que la humanidad camina cual cangrejo. Ya saben: el cangrejo es animal que, antes de llegar a nuestra mesa en las celebraciones navideñas, un suponer, gusta de caminar de lado, como si estuviese ensayando los pasos de un tango ebrio y desacompasado. 

Si decidimos investigar algo más sobre la vida del citado animal que el hecho por casi todos sabido de que se trata de un crustáceo de evanescente y potente sabor que gusta de incomodar nuestros paseos playeros, sabremos que su esquinado deambular responde a una táctica de autodefensa geneticamente incrustada a los escasos pliegues de su caparazón. De nuevo Darwin. Camina de lado el cangrejo porque así están dispuestas sus extremidades y, también, porque de esta manera puede mejor ocultarse en agujeros y evitar así ser banquete de otros animales hambrientos.

Curioso ser. Avanza, a pesar de lo que pueda parecer. Lo hace de lado como los ladinos, los embusteros, los ladrones, las amantes despechadas y los filibusteros, pero avanza, no lo duden, y saca rédito de su danza imprecisa. 

Igual hacen los ministros gubernamentales, esos señores supuestamente avanzados en la escala evolutiva (Darwin, otra vez). Al menos deberían de serlo, al fin y al cabo tienen en sus manos y procederes el destino de millones de personas. Pero, ya digo, hacen igual que el cangrejo y, en vez de caminar hacia delante encarando el futuro, porvenir, o como prefieran llamar a los días venideros, ejercen descoordinados bailoteos laterales.

Eso es lo que imagino hace uno de nuestros dignos mandatarios al afirmar que su oposición, y la de el Gobierno todo, al matrimonio entre personas del mismo sexo no responde a argumentos confesionales sino racionales, ya que si los poderes públicos defendiesen dichas uniones maritales la pervivencia de la especie no estaría garantizada. Parece ser que el citado ministro tiene bien aprendidas las lecciones de Darwin: evolución, supervivencia de la especie, y en este plan. ¡Bravo por el ministro!, al menos éste parece que sí finalizó estudios superiores.

Pero quizás sea demasiado arriesgado tildar a nuestros gobernantes de despreocupados por el avance social y evolutivo de la especie hispana. Tal vez sea que sólo pretenden, como el cangrejo, tener cubierta la escapatoria en caso de acoso por parte de gobernantes más poderosos. Los eclesiásticos, por ejemplo. Además, no debemos olvidar lo entretenido, gracioso, ridículo de su desacompasada danza lateral, en estos tiempos en que las comedias de situación televisiva carecen de toda sutileza en sus guiones de humor grueso y broma de chamarilería. Han de reconocerme ustedes que los briosos pasos de Fred Astaire eran divertidos, aunque se ejecutasen en círculo, de un lado a otro, correteando un escenario que no pretendía alcanzar ningún futuro más que el de la saludable sonrisa del espectador.

miércoles, 6 de marzo de 2013

a por el mar

Llegan las páginas de los periódicos, a mí, como llegaban las espumas de la marea en juvenil revuelta cuando niño, a la orilla de un mar que aún no reconocía como la espantosa frontera voluble que hoy me supone. Quiero decir que el papel herido de tinta de la prensa alcanza mis manos como antaño las alcanzaban ilusiones de oleaje que, al instante, desaparecían dejando sólo un frescor de sal y un aroma de alga ebria. O sea, que la prensa ahora, para un servidor ,se consume al mismo ritmo que se consumen las dioptrías, en una pantalla plana y plena de pixeles y urgencia. Como las olas de la niñez, como el bocadillo de sardinas que anticipaba lo acuático del chapuzón posterior.


Me agrada la metáfora de las noticias como oleaje de la actualidad que trae y lleva los sucesos, las novedades, de una costa a otra de los pensamientos y las opiniones. Tal vez me agrade por lo que tiene más de cierto que de metáfora. Así contemplamos hoy tantos, demasiados, la jauría de datos y fechorías de los diarios, tras la persiana veloz de la computadora. Vienen los hechos enmarcando lo que han de ser los titulares, aquello que antaño ocupaba la primera página del deslavazado volumen que tomábamos entre las manos los domingos por estar al día, mayormente por saber de qué hablar al día siguiente en la oficina y la barra del bar si surgía la inevitable trifulca futbolera. Y después desaparecen, parecen alejarse, tiran fuerte de nosotros, como la resaca del oleaje, pero permanecemos a salvo esperando, quizás, su regreso. Las consecuencias de la noticia, como la rebaba de la marea, sólo son enredaderas de descontentos en foma de algas que, como mucho, nos incomodan el paso. Nada más, el resto es literatura (o lo pretende).

Así tomo consciencia de que aquella marea inversa de inmigrantes a lomo de tablones de madera o caucho viudo de automóvil que mordisqueaba las costas de mi infancia con sus dientes negros de miedo y sus ojos claros de esperanza regresa a pesar del inevitable desastre en que se hunden las costas de nuestra ibérica península. Parece que ni la galopante crisis moral y económica que asola las tierras de Hispania logra retroceder las esperanzas de una vida mejor que tantos desheredados portan, desde hace decenios, en sus genes y su latido. Intentan de nuevo alcanzar las costas de la vieja Europa, abandonando la semilla del nuevo mundo en las tierras de África para que los más avezados de nuestros empresarios corran prestos a comprarlas por un puñado de avena, por ejemplo. Y mueren. Y nadie les llora, qué más da, otro negro muerto, un moro menos...

Tal vez los inmigrantes que se arriesgan aún hoy a traspasar la frontera líquida y salvaje del Estrecho de Gibraltar, sean como las noticias. Llegan con fuerza en el estío vacío de novedades de los periódicos para dar qué hablar y qué comer a los periodistas que no saben qué escribir ante la ausencia de políticos pertrechados de normas, decretos, leyes, latrocinios o estúpidas declaraciones malsonantes. Se repliegan después, al ritmo de la resaca de bronceador y castillo de arena de las familias de clase media, y se esconden de nuevo en la tipografía oscura del sufrimiento. Y finalmente regresan a nuestras costas de olvido y silencio para confundirse con esa orilla hecha de miríadas de granos de arena sin nombre, a perder el suyo, quizás también la vida, para siempre, para todos, salvo para algún diletante aburrido como yo que aún guste de buscar en la red los números de la barbarie, sí, esos que nos indican cuántos civiles murieron en la última guerra olvidada en algún desconocido pedazo de tierra africana, o cúantos lo hicieron intentando atravesar, de nuevo, el Estrecho.

domingo, 24 de febrero de 2013

los sótanos del Vaticano

Iniciaba el siglo pasado cuando André Gide puso punto final a una obra cuya fama llegaría más por el sarcasmo con que afiló su pluma para malbaratar los proyectos de la institución católica que, quizás, por su calidad literaria. Al menos así piensa un servidor, del autor francés prefiero sus Diarios de Viaje, por ejemplo. El caso es que avanzaba, la citada novela, de nombre Los Sótanos del Vaticano, esa impía ansiedad por amasar riquezas que despliegan los mandatarios de tan piadosa organización y que hoy aviva las tertulias radiofónicas y los titulares de la prensa.

Resulta que el autodimitido máximo mandatario de la fe de Cristo se atreve, ahora que sueña con jubilación de calzón largo y espumoso daiquiri en las playas de Malibú (o en las costas inversas del séptimo cielo, vaya usté a saber) a poner en solfa los tejemanejes del Maligno para hacer mella en la milenaria fe cristiana. O sea, que ahora que abandona el barco critica a las ratas que corretean por su cubierta. Ya no es necesario bajar a los sótanos, como hizo Gidé allá por la época en que los papás del actual Papa contemplaban la posibilidad de tener un vástago que, desde las filas del nacionalsocialismo que todo lo arrasaría o las del catecismo que todo lo podría, les asegurase una cómoda jubilación. Ahora la suciedad se cuela por las rendijas del mármol que observan los ojos extraviados de Dios, allá arriba, en los milagrosos frescos que decoran la Capilla Sixtina.

Desde aquí alabamos la iniciativa del Papa para ("paparapapá paparapapá"...disculpen, me sonaba a marcha militar lo recién escrito) denunciar las nefandas actividades de alguno de una parte de sus acólitos que, lamentablemente, contaminan el sacrosanto nombre de Jesucristo. Es edificante comprobar que, a día de hoy, el ciudadano medio puede tener conocimiento de las estrategias desarrolladas por los poderes fácticos para mantenerse en el ídem. Así sabemos de las pederastias de iglesias o los latrocinios de monarquías y gobiernos...la prensa, oiga, que todo lo cuenta...salvo la reacción en las calles de esos mismos ciudadanos al tomar conocimiento de tales actos...tampoco vamos a ser puntillosos a estas alturas, ¡alabada sea la prensa!

Fue hace no mucho que tuve la gran fortuna de visitar y gozar la milenaria ciudad de Estambul, ese fronterizo limbo que une, más que dividir, mundos, culturas y civilizaciones. Perderse en sus calles y atender al murmullo leve de las gaviotas del Bósforo enredado en los acordes engendrados por los diversos artistas callejeros de intrincado nombre y larga melena, es delicia que no puedo más que evocar cada cierto tiempo. Y fue en Süleymaniya Camii (lo escribo así, en turco, porque me resulta más poético que Mezquita de Suleiman, no por dármelas de políglota) que pude atender, entre bambalinas, al rezo del imán, esa epopeya de musicalidad etérea con que gustan de alabar a su Dios los súbditos de Mahoma. Cientos de fieles me ofrecían su retaguardia en cuidadosa ida y venida de la verticalidad a su contrario, apoyando la frente en la lujosa alfombra que cubría el mármol del piso del templo, y elevando sus manos hacia un cielo que, imagino, pretendían acercar con sus movimientos y súplicas. Sinceramente, ver rezar a cualquier feligrés de cualquier fe, es algo que deberíamos hacer al menos una vez en la vida.

Finalizada la prédica fueron abandonando la mezquita los numerosos ciudadanos y, pasados unos minutos, un hombrecillo con aspecto poco religioso, cubierto de oscura levita más cercana al andrajo que al uniforme de trabajo, comenzó un lento y meticuloso deambular por sobre la alfombra del santuario. Acompañaba su silencioso pasear una ruidosa aspiradora industrial. Desinfectaba de posibles residuos toda la superficie. 

Pienso que la limpieza a que fue expuesta, tras el rezo, el suelo de la Süleymaniya Camii, pretendía evitar que la mugre moral de los que pretenden lavar conciencia con sus prédicas al Altísimo pudiese traspasar y filtrar, alcanzar el sótano. Tal vez hubiesen leído, los gestores de la fe musulmana al cargo de la citada mezquita, la célebre obra de Gide, y pretendían evitar que la fe de Allah fuese mancillada como lo fue la de Cristo por la disoluta daga de la literatura. 

Limpiar el Vaticano parece más sencillo, o menos necesario, no sé. Teniendo en cuenta el extenso horario de apertura del templo a turistas y groupies, a la mayor gloria del sacrosanto dividendo, veo difícil aplicarse con idéntica pericia que en el caso turco a su higiene. Tal vez por ello los sótanos del Vaticano abunden de mugre. O tal vez sea sólo que los feligreses de uno y otro bando sean los portadores de los virus de miseria y corrupción que aquejan ambas instituciones, al pisar la casa del Señor sin la debida higiene moral previa, pensando que la beata incursión en la casa del Señor les deshollinará de toda culpa. 

Me asaltan las dudas. Quizás debiese embriagarme de nuevo de las páginas en que Gide desnuda sus sentimientos al hilo de sus expediciones. Esos Diarios de Viaje en que el francés desviste no sólo su alma sino también su cuerpo, son la prueba definitiva de que lo más precavido, antes de sostener ningún dogma pretendidamente inquebrantable, sea viajar y conocer y enredarse y envenenarse de distintas costumbres, diferentes culturas...pueda ser. O tal vez salir a la calle con el puño en alto y piedra oculta entre sus falanges, atento a cualquier escaparate que, al hacerse añicos, llame la atención de los medios de comunicación y consiga que la prensa informe del descontento que provocan esas informaciones que nos regala sobre la podredumbre implícita en cualquier organismo u institución que detente algún tipo de poder...pueda ser.

jueves, 14 de febrero de 2013

pervirtiendo lo latino

Resulta que desde hace unos años parece estar de moda "lo latino". Sí, Oriente y Occidente se ven invadidos por una suerte de volcánico magma enredado en ritmos salseros, ropa ceñida al albur de la calorina caribeña, sincopados danzares de erótica inevitable...pero no sólo eso, no. También comienza a poblar las gargantas como cuchillos de los mercados el milagro brasileño o la riqueza cultural mexicana, por ejemplo.

Asevero esto al recordar cómo en el terruño que me vió nacer, antes de la partida, invadían los festivales de pueblos y ciudades arrabaleras orquestas musicales que habían trocado los bises patrios de Paquito el chocolatero, por los diabéticos ritmos del merengue, la bachata, la salsa y derivados mientras los congregados en la plaza central, o allá donde el citado conjunto musical desplegaba sus habilidades rítmicas, comentaban, al albur de una cerveza o un tinto, cómo ante el estrepitoso e inevitable derrumbe de la economía local no quedaba mejor remedio que poner tierra por medio y aterrizar en Brasil, por ejemplo, dónde los negocios son de fácil establecimiento y orondo resultado.

Ha sido al pasear la urgencia falsa de las noticias del día, frente a la computadora, que he podido evadir los escarnios a que nos someten los gobernantes para recalar en la sección de "cultura" y descubrir que hace unos días se entregaron los Premios Grammy, que son unos galardones de relumbrón similar al de los Oscar pero en el mundillo musical. Debido a que "lo latino" está de moda, como comentábamos al inicio, la industria discográfica decidió hace unos años instaurar los "Grammy Latinos", una suerte de gemelos desfavorecidos de los otros.

Lila Downs, cortesía de "la red"
El caso es que hace unos días recibió el premio al mejor álbum latino el último que ha puesto en el mercado la mexicana Lila Downs. Ni sé ni me importa mucho si el citado álbum tiene mayor calidad que los de sus contrincantes, a los que no conozco. Sí puedo afirmar que, desde hace años, muchos ya, la voz de cantina de seda de la mexicana gusta de enredarse a mis neuronas y mi epidermis de tanto en tanto, descerrajándome disparos de dolor y belleza en la base del hipotálamo. O sea, que estoy enamorado de la Downs, qué le voy a hacer, y que cuando ella decidió contraer nupcias con uno de los artífices de su racial y delicada música, el saxofonista Paul Cohen, de glorioso apellido pero, para mí, infausto recuerdo, inicié yo el alejamiento de su arte vocal afirmando que se estaba comercializando, que ya no era la misma, que había perdido mucho...es lo que tiene el despecho amoroso.

Y es que la ya diva musical (algunos aseguran que es la heredera directa de la inolvidable Chavela Vargas), además de atesorar una de las más portentosas, delicadas y sobrecogedoras voces de la música popular, ha gustado siempre de envolver su mestizo talle en delicadas piezas de guardarropía que, recuperando las más arraigadas costumbres textiles del México más ancestral, se permite añadir los deliciosos embites de la feminidad más lúbrica. Al caso: que me embriaga mirarla tanto o más que escucharla. Y escucharla es enfrentar lo realmente latino: eso mismo que son hoy los actualizados vericuetos eléctricos del country o el blues (Wilco, y en ese plan) para los norteamericanos, serían las músicas utilizadas por la Downs en sus doloridas coplas. O sea, latino, pero de verdad, alejado de las lubricidades huecas de bailes de salón y vacaciones con pulsera "todo incluido" en el Caribe.

Podemos imaginar pues, que el reciente galardón otorgado a la artista mexicana supone un pequeño estallido de rebelión de lo verdaderamente latino, en pugna contra los mercaderes del mp3 y la descarga cibernética. Y un servidor se alegra.

Pero ahora que he cruzado "el charco", sufro a cada momento los mismos berreos informatizados que tenía que escuchar en mi ciudad natal, intensificando los festivales de alcohol e idiocia de las juventudes prematuramente avejentadas que siguen los dictados del consumo irracional. Y, a más, descubro que quizás la idea de "lo latino" (ritmo cansino, vulgar regodeo en el cuerpo femenino, lírica sucia de la superioridad macho) que durante estos años nos han vendido, a tan bajo precio, ha calado hondo en mi subconsciente. Tal vez por eso no pueda yo evitar, cada vez que contemplo a Lila Downs, desplazar mi mirada por los bordados "latinos" que cubren su glorioso cuerpo, como queriendo hallar una rendija por la que asome la más oscura y primordial de las bellezas.

sábado, 2 de febrero de 2013

he venido a hablar de mi libro (y 2) ... o de cómo "yo es otro"

Yo, que poco amigo soy de celebrar efemérides y anudar vivencias a los inescrutables designios del calendario, me descubro hoy descubriendo que hace poco más de un año publicaba, en esta galería de vanidades y desconciertos, el primero de los textos orientados a la vacua labor de dar a conocer mi primera novela publicada, Los Cuadernos del Hafa. Mucho han cambiado las cosas desde aquel entonces, y aunque el citado volumen permanezca oculto a la opinión pública, la privada es distinta cuestión, y no pocos benévolos veredictos han recibido sus páginas.

Ha habido, desde entonces, ya digo, no pocos cambios, pequeños terremotos que han desplazado las capas tectónicas sobre las que se asentaban mis sentimientos y han germinado cumbres de belleza a las que jamás soñé ascender. Aún se adueña de mí una semiprecariedad económica que no, no me incomoda, pero acumulo tesoros en forma de palabras, abrazos, sentimientos que han llegado a mí balanceados por la juguetona marea de los placeres y los días, al mismo ritmo que imprimen las fuerzas telúricas a la brazada con que el comercial navío y el desorientado inmigrante pretenden alcanzar una u otra de las costas que separa el Estrecho de Gibraltar, esa lengua de agua que humedece dos continentes, dos culturas, dos formas de ser y estar que quizás no sean tan distintas por más que así lo pretendan no pocos.

Hoy, un año después, como el Maestro, siento que he malgastado un año queriendo hablar de mi libro, al igual que él malgastase un par de horas en televisión. Me queda la satisfacción de en algo haberme acercado a él, ya que creo que hoy son más los que me conocen por pretender hablar de mi libro que por haberse abandonado a la promiscua selva tipográfica de sus páginas.

cortesía del genio de la luz, Babel Estudio
Así que mejor sería pretender, con el Poeta, que yo es otro, y olvidar ya las páginas de este libro que no escribí, que otro escribió a través de mí. Bien pensado, no es tan desacertada la aseveración. Justamente hoy han podido comprobar cientos de desorientados ciudadanos cómo el Presidente del Gobierno de España, en realidad, es otro. Claro que, en su caso, es un otro bien honorable y digno de elogio, mientras que el otro que escribió Los Cuadernos del Hafa es un ser atormentado por los deliciosos suplicios de la culpa y el exceso.

Alcanzan, las noticias, las orillas de nuestro desencanto sucias de pornografía moral, enredadas en una trama de algas de las que sólo extraemos desgracias, latrocinios, corrupciones, egoísmos, corporaciones, cifras, mercados, hambres, deshaucios, prepotencias, crímenes, idiocias, cánceres, orfandades, perversiones más reales que las que imaginase/viviese Sade allende los siglos, cuando el sueño de la Razón comenzaba a procear Monstruos que terminarían por devorarnos. Así que tal vez sea mejor que mi novela permanezca aún a la sombra de los grandilocuentes titulares, escondida en un callejón por el que sólo pasean los incautos exploradores de lo oculto para después regalarme palabras como dagas que ahondan esa herida que en mí pretendo suturar con cada palabra escrita...palabras ocultas entre el rizo fugaz de las mareas, palabras que llegan a mis pies para bañarme de espuma y belleza, palabras que recojo entre las manos y que, al contrario que el agua turbia de las noticias y los superventas, puedo acercar a mis labios y sorber con deleite...ya forman parte de mí, sí, todos los corazones que he encontrado en el camino y puedo asegurar orgulloso: ha merecido la pena.

Sabéis quiénes sóis, es a vosotros que os agradezco.

Yo, por mi parte, aún no sé quién soy. Sólo intuyo que yo es otro que al comenzar estas líneas pretendía vanagloriarse por el hecho de que Los Cuadernos del Hafa hayan sobrevivido su primer año de vida, tras aquel sangriento parto que los expulsó a la sucia luz de este decadente hospital que es hoy la palabra impresa, y creo que simplemente he vuelto a rellenar espacios que tal vez no reclamasen el temblor de mis frases...qué le voy a hacer, creo que no me queda más que seguir siendo ese otro que tan vivo se siente ensuciando páginas, al contrario que nuestro honorable Presidente, que sólo pasa a limpio los renglones torcidos de su mente de poeta maldito maltratando el teclado tartamudo de la prepotencia.

Tal vez dentro de un año regrese de nuevo a hablar de mi libro. Quizás pueda hacerlo con mayor convicción. En cualquier caso será ya otro bien distinto...el libro y el que lo haya escrito.