Cuando creemos haber subido un par de peldaños en esa caracoleada escalera genética que comenzó a dilucidar, entre la espesura de una selva de galápagos y mareas, un aprendiz de brujo de nombre Charles Darwin, resulta que los voceros del desastre nos recuerdan que la humanidad camina cual cangrejo. Ya saben: el cangrejo es animal que, antes de llegar a nuestra mesa en las celebraciones navideñas, un suponer, gusta de caminar de lado, como si estuviese ensayando los pasos de un tango ebrio y desacompasado.
Si decidimos investigar algo más sobre la vida del citado animal que el hecho por casi todos sabido de que se trata de un crustáceo de evanescente y potente sabor que gusta de incomodar nuestros paseos playeros, sabremos que su esquinado deambular responde a una táctica de autodefensa geneticamente incrustada a los escasos pliegues de su caparazón. De nuevo Darwin. Camina de lado el cangrejo porque así están dispuestas sus extremidades y, también, porque de esta manera puede mejor ocultarse en agujeros y evitar así ser banquete de otros animales hambrientos.
Curioso ser. Avanza, a pesar de lo que pueda parecer. Lo hace de lado como los ladinos, los embusteros, los ladrones, las amantes despechadas y los filibusteros, pero avanza, no lo duden, y saca rédito de su danza imprecisa.
Igual hacen los ministros gubernamentales, esos señores supuestamente avanzados en la escala evolutiva (Darwin, otra vez). Al menos deberían de serlo, al fin y al cabo tienen en sus manos y procederes el destino de millones de personas. Pero, ya digo, hacen igual que el cangrejo y, en vez de caminar hacia delante encarando el futuro, porvenir, o como prefieran llamar a los días venideros, ejercen descoordinados bailoteos laterales.
Eso es lo que imagino hace uno de nuestros dignos mandatarios al afirmar que su oposición, y la de el Gobierno todo, al matrimonio entre personas del mismo sexo no responde a argumentos confesionales sino racionales, ya que si los poderes públicos defendiesen dichas uniones maritales la pervivencia de la especie no estaría garantizada. Parece ser que el citado ministro tiene bien aprendidas las lecciones de Darwin: evolución, supervivencia de la especie, y en este plan. ¡Bravo por el ministro!, al menos éste parece que sí finalizó estudios superiores.
Pero quizás sea demasiado arriesgado tildar a nuestros gobernantes de despreocupados por el avance social y evolutivo de la especie hispana. Tal vez sea que sólo pretenden, como el cangrejo, tener cubierta la escapatoria en caso de acoso por parte de gobernantes más poderosos. Los eclesiásticos, por ejemplo. Además, no debemos olvidar lo entretenido, gracioso, ridículo de su desacompasada danza lateral, en estos tiempos en que las comedias de situación televisiva carecen de toda sutileza en sus guiones de humor grueso y broma de chamarilería. Han de reconocerme ustedes que los briosos pasos de Fred Astaire eran divertidos, aunque se ejecutasen en círculo, de un lado a otro, correteando un escenario que no pretendía alcanzar ningún futuro más que el de la saludable sonrisa del espectador.
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