Siento que en algún momento habré de pedir disculpas, por si acaso alguien decide perder el tiempo leyendo mis elucubraciones. Lo sé, lo lamento, escribo con retraso, es la vida, que me devora y que, ignorando las sacrosantas dos horas de digestión, se zambulle en la piscina torpe de las sensaciones. Quiero decir que podría escribir hoy del atentado en Boston, el desmayo de la Pantoja, la trifulca venezolana o, tal vez, de la calendarización de la muerte en Siria que, al fin, me importa bastante más que lo anterior. Pero no. La alquimia errónea de mis neuronas me lleva a recordar el sorprendente hallazgo, en las costas de Florida, de un tiburón con dos cabezas, como si una no le resultase suficiente para decidir sobre qué bañista avalanzar su tribu de dentelladas rebeldes.
Pues sí, en Florida, Estados Unidos (o al menos dentro del perímetro que han decidido considerar territorio de su propiedad los insignes mandatarios de aquellas tierras), donde todo puede ocurrir, las noticias conceden patente de corso a tal máxima del imaginario popular y nos descubren que a las costas de dólar y tanga equívoco de una de sus más afamadas playas ha decidido acercarse un escualo desorientado a causa de tener dividido por dos su pensamiento. Un tiburón con dos cabezas, o sea.
Casi a la par "informan", los más aguerridos de los noticieros españoles, del nuevo atentado gubernamental contra la población y la cordura. Parece ser que la línea de costa de la piel de toro, esa imaginaria frontera que permite la invasión inmigrante del ladrillo y el hormigón, ha menguado debido al bronco mordisco de un marrajo llamado Gobierno (o mercado, vaya usté a saber) y que, a juzgar por su voracidad parece ganar al de Florida en cuanto a número de cabezas.
Aseguran los científicos implicados en el estudio del tiburón "estadounidense" que su existencia de engendro de feria se provocó por un proceso de gestación detenido a medio camino, y alguno que otro se atreve a decir que el escualo ha de ser ciudadano mexicano, que un norteamericano de pro jamás podría poner frenos a los divinos designios de la creación. Consiguen que dudemos, para qué engañarnos. Tal vez se trate sólo de un escualo inmigrante ansioso por devorar las bondades económicas y vitales del american way of life.
Llegados a este punto, volviendo la vista a nuestra insignificante península, comprobando que ninguno de los ministros que autorizan el desbrozado de la costa española es negro, moro o latino, desearíamos preguntar a los científicos estadounidenses a qué se debe la voracidad bifronte del gobierno que desgobierna nuestras esperanzas.
Claro que, quizás, estamos pensando mal y, haciendo gala de la renombrada desconfianza hispana, no queremos comprender que este gobierno al que tildan (algunos) de liberal, egoísta, o incluso fascista (¡virgen santa!) realmente esté trabajando para lograr que el pueblo desprenda del tallo enrarecido de su cuello el brutal yugo del capitalismo, el hambre, el desempleo y la ausencia de horizonte. Sí, tal vez estén, como dicen los más sabios del terruño, matando dos pájaros de un tiro, y a la par que proporcionan nuevos enladrillados contratos a numerosos operarios del desastre inmobiliario que hallarán en esta nueva delimitación geográfica de las costas una oportunidad para elaborar nuevos esperpentos en forma de chalets de lujo que permitan que más de uno de los que el ignorante pueblo considera están saqueando las arcas de la supervivencia caiga desde el balcón de su lujosa vivienda, directamente y sin pasar por la casilla de salida, quizás con atlético tirabuzón previo a la zambullida, en las cálidas aguas del levante español sin percibir que los hijos bastardos del tiburón de doble testa norteamericano (o mexicano, aún no me queda claro) despliegan su danza de aleta sospechosa y mandíbula feroz alrededor de su reparador baño. Quiero decir que, tal vez, el gobierno sólo facilite que los defraudadores de palaciego chalet en la costa, al tener más cerca el descanso ingrávido del agua mediterránea (o cantábrica, la ley es válida para toda la geografía española), descuiden los cuidados mínimos y no vean acercarse al tiburón que (dos cabezas mejor que una) acerca su natación salvaje para enredarla con la de sus hijos gemelos. Rollo Revolución Francesa, ya saben: primero los infantes.
Sólo tengo claro un dato: los gobernantes leen la prensa. Y han descubierto que los tiburones pueden tener dos cabezas. Ténganlo ustedes presentes cuando deseen apacentar su cansancio de horas laborales al amparo de las olas y crean observar entre el barboteo sangriento de las mareas una "merienda de negros" que intentan atracar en las ricas costas de su patria. Tal vez sólo sea una merienda de tiburones bicéfalos...o que la sociedad toda se ha transformado en una "merienda de negros".
Pues sí, en Florida, Estados Unidos (o al menos dentro del perímetro que han decidido considerar territorio de su propiedad los insignes mandatarios de aquellas tierras), donde todo puede ocurrir, las noticias conceden patente de corso a tal máxima del imaginario popular y nos descubren que a las costas de dólar y tanga equívoco de una de sus más afamadas playas ha decidido acercarse un escualo desorientado a causa de tener dividido por dos su pensamiento. Un tiburón con dos cabezas, o sea.
Casi a la par "informan", los más aguerridos de los noticieros españoles, del nuevo atentado gubernamental contra la población y la cordura. Parece ser que la línea de costa de la piel de toro, esa imaginaria frontera que permite la invasión inmigrante del ladrillo y el hormigón, ha menguado debido al bronco mordisco de un marrajo llamado Gobierno (o mercado, vaya usté a saber) y que, a juzgar por su voracidad parece ganar al de Florida en cuanto a número de cabezas.
Aseguran los científicos implicados en el estudio del tiburón "estadounidense" que su existencia de engendro de feria se provocó por un proceso de gestación detenido a medio camino, y alguno que otro se atreve a decir que el escualo ha de ser ciudadano mexicano, que un norteamericano de pro jamás podría poner frenos a los divinos designios de la creación. Consiguen que dudemos, para qué engañarnos. Tal vez se trate sólo de un escualo inmigrante ansioso por devorar las bondades económicas y vitales del american way of life.
Llegados a este punto, volviendo la vista a nuestra insignificante península, comprobando que ninguno de los ministros que autorizan el desbrozado de la costa española es negro, moro o latino, desearíamos preguntar a los científicos estadounidenses a qué se debe la voracidad bifronte del gobierno que desgobierna nuestras esperanzas.
Claro que, quizás, estamos pensando mal y, haciendo gala de la renombrada desconfianza hispana, no queremos comprender que este gobierno al que tildan (algunos) de liberal, egoísta, o incluso fascista (¡virgen santa!) realmente esté trabajando para lograr que el pueblo desprenda del tallo enrarecido de su cuello el brutal yugo del capitalismo, el hambre, el desempleo y la ausencia de horizonte. Sí, tal vez estén, como dicen los más sabios del terruño, matando dos pájaros de un tiro, y a la par que proporcionan nuevos enladrillados contratos a numerosos operarios del desastre inmobiliario que hallarán en esta nueva delimitación geográfica de las costas una oportunidad para elaborar nuevos esperpentos en forma de chalets de lujo que permitan que más de uno de los que el ignorante pueblo considera están saqueando las arcas de la supervivencia caiga desde el balcón de su lujosa vivienda, directamente y sin pasar por la casilla de salida, quizás con atlético tirabuzón previo a la zambullida, en las cálidas aguas del levante español sin percibir que los hijos bastardos del tiburón de doble testa norteamericano (o mexicano, aún no me queda claro) despliegan su danza de aleta sospechosa y mandíbula feroz alrededor de su reparador baño. Quiero decir que, tal vez, el gobierno sólo facilite que los defraudadores de palaciego chalet en la costa, al tener más cerca el descanso ingrávido del agua mediterránea (o cantábrica, la ley es válida para toda la geografía española), descuiden los cuidados mínimos y no vean acercarse al tiburón que (dos cabezas mejor que una) acerca su natación salvaje para enredarla con la de sus hijos gemelos. Rollo Revolución Francesa, ya saben: primero los infantes.
Sólo tengo claro un dato: los gobernantes leen la prensa. Y han descubierto que los tiburones pueden tener dos cabezas. Ténganlo ustedes presentes cuando deseen apacentar su cansancio de horas laborales al amparo de las olas y crean observar entre el barboteo sangriento de las mareas una "merienda de negros" que intentan atracar en las ricas costas de su patria. Tal vez sólo sea una merienda de tiburones bicéfalos...o que la sociedad toda se ha transformado en una "merienda de negros".
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