Voy a por tabaco. Eso dijeron muchos, y ya conocemos las nefastas consecuencias, al menos para familia, amantes, amigos y demás etcéteras. Es conocido y no poco utilizado tópico español el que habla de aquél que abandonó momentáneamente (en principio) el hogar y jamás regresó. Yo siempre he preferido verlo como una suerte de homenaje a aquel personaje de una obra de Oscar Wilde que decidía hacer mutis por el foro social del cotilleo y el entresijo sentimental para reunirse con su amigo Bunbury, existente sólo en su imaginación y en la de quienes le rodeaban. Cuando la vida, en vez de perseguirte, se te escapa de las manos, lo mejor es marchar a ver tu amigo Bunbury que desfallece en una la imaginaria cama de un ficticio hospital, o simplemente (más castizo, ¿dónde va a parar?) salir a comprar tabaco...y no volver.
Hace unos días, entre la jungla tipográfica y la ventisca novedosa de la prensa escrita, me sorprendía una noticia que, de hacer caso al tópico de que el periodismo es digno oficio dedicado en cuerpo y alma a informar al lector de los vaivenes de la Historia, no debería figurar en lugar destacado del periódico de marras. Pero (¡signo de los tiempos!), la anécdota ocupa primordial página y aligera los quebraderos de cabeza del editor de turno a la hora de dictaminar aquello que debe y no debe conocer el lector. El caso es que se nos informaba, a quienes no pretendemos más que pasar un período de tiempo dedicados a intentar desentrañar los vericuetos del mundo moderno, de que un ciudadano alemán había utilizado un billete de 30€ (aclaración para neófitos o no europeos: no existen los billetes de 30€) para comprar tabaco en un negociado local de Dortmund, Munich o Berlín (ya no recuerdo). Todo bien hasta ahí, o al menos eso se desprende de la redacción de la nota "periodística". La gravedad del hecho, y quizás la importancia que le permite figurar en las páginas de los rotativos, reside en que la mujer que le atendió, procedió a reponer uno por uno los euros restantes que configurarían el cambio por un billete de 20€ (parece ser que el citado papel moneda imitaba al billete de 20 trocando únicamente el 2 por el 3).
¡Intolerable machismo!, dirán algunos. De haber sido hombre, la descuidada dependienta, la anécdota no hubiese alcanzado jamás la categoría de noticia. Pueda ser, ¿por qué no? Pero me inclino más a pensar que el redactor tiene alma de poeta e intentaba metaforizar el nuevo orden mundial que impera en la Vieja Europa. O sea, que Alemania asegura públicamente velar por nuestra economía mientras nos endilga billetes falsos. Demagógica metáfora, cierto, pero metáfora al fin y al cabo.
Afortunadamente, quien escribe la noticia apunta maneras de periodista de raza (de los que se documentan e investigan) al explicarnos que el presunto estafador había encontrado el apócrifo billete en el buzón de su domicilio, que se trataba de uno de esos reclamos publicitarios que incitan al consumidor a sentirse económicamente afortunado por un instante: una burda copia de un billete de curso legal con subliminal mensaje publicitario oculto en su reverso menos afortunado. Lo utilizan no pocos negociados como señuelo para sus intenciones más aviesas. Así se lo hizo saber el buen hombre a su esposa: mira este billete...¿no ves nada raro?...parece de 20€, ¿verdad?...pues mira, es de 30€, y jajaja, y ¡qué bueno! parece real podríamos intentar canjearlo, hasta que el germánico ciudadano recapacitó sobre lo vacía de esa vida en que regalaba, como si de una tómbola perversa se tratase, años de vida en un trabajo que le asqueaba y horas de pasión entre los pretendidamente seductores brazos de una avejentada esposa que había perdido ya hace decenios el fuego que le inflamase las glándulas sudoríparas y otros órganos excretores. Es ahí que miró el billete y dijo (en alta voz) "no es mala idea...voy a comprar tabaco".
En España, decíamos al inicio, no pocas veces ha funcionado de manera exitosa la excusa de abandonar momentáneamente el hogar conyugal para reponer el vicio nefando de fumar, y marchar, acto seguido, a hacer las américas, por ejemplo. Desaparecer del mapa y rehacer vida lejos del salvaje rumor de las asfixiantes cotidianías. Pero en Alemania, amigos, no, eso no funciona, y en seguida las autoridades localizaron al supuesto estafador, poniendo en conocimiento (vía teléfono) a su amada esposa de la nueva residencia de su marido en la impoluta comisaría (todo muy alemán, of course) de distrito (esto suena muy de peli yanqui, lo sé, pero imagino que así será en la correcta patria teutona).
Hacen bien las autoridades germánicas en abrir causa penal contra el intrépido defraudador. No vayan a pensar el resto de ciudadanos de la Unión Europea que el susodicho es ejemplo de toda una nación, y que ésta juega hoy a trocar nuestro papel moneda de curso legal por burdas copias que nos hagan despertar al día siguiente sin valor alguno en nuestros bolsillos.
Yo, por si acaso, avisé hace tiempo de que me iba a comprar tabaco a Bolivia, aunque ahora me cueste explicar que aquí no se comercializa mi marca favorita. ¡Qué le vamos a hacer!
¡Intolerable machismo!, dirán algunos. De haber sido hombre, la descuidada dependienta, la anécdota no hubiese alcanzado jamás la categoría de noticia. Pueda ser, ¿por qué no? Pero me inclino más a pensar que el redactor tiene alma de poeta e intentaba metaforizar el nuevo orden mundial que impera en la Vieja Europa. O sea, que Alemania asegura públicamente velar por nuestra economía mientras nos endilga billetes falsos. Demagógica metáfora, cierto, pero metáfora al fin y al cabo.
Afortunadamente, quien escribe la noticia apunta maneras de periodista de raza (de los que se documentan e investigan) al explicarnos que el presunto estafador había encontrado el apócrifo billete en el buzón de su domicilio, que se trataba de uno de esos reclamos publicitarios que incitan al consumidor a sentirse económicamente afortunado por un instante: una burda copia de un billete de curso legal con subliminal mensaje publicitario oculto en su reverso menos afortunado. Lo utilizan no pocos negociados como señuelo para sus intenciones más aviesas. Así se lo hizo saber el buen hombre a su esposa: mira este billete...¿no ves nada raro?...parece de 20€, ¿verdad?...pues mira, es de 30€, y jajaja, y ¡qué bueno! parece real podríamos intentar canjearlo, hasta que el germánico ciudadano recapacitó sobre lo vacía de esa vida en que regalaba, como si de una tómbola perversa se tratase, años de vida en un trabajo que le asqueaba y horas de pasión entre los pretendidamente seductores brazos de una avejentada esposa que había perdido ya hace decenios el fuego que le inflamase las glándulas sudoríparas y otros órganos excretores. Es ahí que miró el billete y dijo (en alta voz) "no es mala idea...voy a comprar tabaco".
En España, decíamos al inicio, no pocas veces ha funcionado de manera exitosa la excusa de abandonar momentáneamente el hogar conyugal para reponer el vicio nefando de fumar, y marchar, acto seguido, a hacer las américas, por ejemplo. Desaparecer del mapa y rehacer vida lejos del salvaje rumor de las asfixiantes cotidianías. Pero en Alemania, amigos, no, eso no funciona, y en seguida las autoridades localizaron al supuesto estafador, poniendo en conocimiento (vía teléfono) a su amada esposa de la nueva residencia de su marido en la impoluta comisaría (todo muy alemán, of course) de distrito (esto suena muy de peli yanqui, lo sé, pero imagino que así será en la correcta patria teutona).
Hacen bien las autoridades germánicas en abrir causa penal contra el intrépido defraudador. No vayan a pensar el resto de ciudadanos de la Unión Europea que el susodicho es ejemplo de toda una nación, y que ésta juega hoy a trocar nuestro papel moneda de curso legal por burdas copias que nos hagan despertar al día siguiente sin valor alguno en nuestros bolsillos.
Yo, por si acaso, avisé hace tiempo de que me iba a comprar tabaco a Bolivia, aunque ahora me cueste explicar que aquí no se comercializa mi marca favorita. ¡Qué le vamos a hacer!
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