Familiar regreso a casa en el suburbano madrileño. Observo con cierto disimulo a una pareja de mediana edad que disfruta cuestionando a su hijo (unos ocho años, calculo) acerca de las fechas de nacimiento de las estrellas futbolísticas de la liga profesional. Sí, se trata de unos cromos como los de antaño que, a fuerza de innovar, incluyen hoy bajo la efigie del jugador de fútbol su edad y año de nacimiento. En contra de lo que pudiesen pensar, he de aseverar que el jovencito sabe responder con premura cada una de las preguntas de sus orgullosos padres. Esto es: conoce a la perfección el año en que llegaron al mundo los astros del balón (independientemente del equipo o marca comercial a que pertenezcan sus respectivas carreras deportivas)
Recuerdo una infancia aroma pupitre y lápiz mordisqueado. Recuerdo la enervante mirada inquisitiva del profesor de Geografía e Historia cuando nos obligaba a ponernos en pie y relatar, en estricto orden cronológico las listas de los reyes godos, o en inexpugnable orden geográfico el listado de ríos y afluentes de nuestra bendita geografía. Listas, inventarios, repertorios, letanías de nombres cuyo significado (infantes éramos) se nos escapaba o no deseábamos comprender. Lo reconozco, lo de los reyes godos en una licencia literaria obligada por la mucha literatura que la susodicha anécdota ha alimentado. No la lista de tan egregios personajes, pero sí otras de idéntica vacuidad, lo aseguro.
Hoy dicen (doy fe) que aquella educación era más estricta. Más proteínica y provechosa a la hora de activar los genomas del conocimiento que los detallistas trazos esbozados por analfabetos que ensucian los libros escolares de hoy. (Así dicen, lo aseguro, disculpen si resulta ofensivo). Argumentan, los mismos, que cruel futuro nos espera si de los escolares de hoy depende éste. No sé, lo lamento, no puedo mostrar con claridad ni mi disconformidad ni mi avenencia.
Sólo doy por cierto que nunca consideré óptima ninguna lista o enumeración sin sentido de nombres que nada ocultan y poco esclarecen. Igual me da reyes godos que atléticos héroes del balompié. Eso sí, gracias al conocimiento que en la infancia me hicieron devorar he aprendido a no despreciar ni hacer burla a aquel cuyo nombre es Ataúlfo, Sisebuto o Recaredo, ni me sorprenderá ningún guía turístico de nueva hornada al aseverar que navegamos las aguas del Delta del Ebro.
Si pienso en los futbolísticos cromos, descubro (tras comprobar la largueza de extranjeros en las filas de los equipos nacionales) que los niños de hoy no se asombrarán cuando, al llegar a clase, el profesor pase lista y se escuchen nombres como Karim, Hamit, Andrija, Ivica, Giovanny o Seydou. Globalización de la buena, ya lo creo.
Regreso a casa, tras salir de la bocanada mugrienta de oxígeno suburbano, intentando recordar los muchos nombres que el chiquillo declamaba añadiendo fechas de nacimiento. Lo lamento, ya lo he olvidado, me ocurre igual con las listas de éxitos musicales de la radio fórmula, las de los 100 libros imprescindibles del siglo XX o incluso con las bíblicas enumeraciones de políticos al alza y baja en lo que consideramos es el mundo que cuenta. Como se decía cuando yo era niño: me suenan a chino. Y esto se decía sin tener más noción alguna del citado idioma salvo que se expresa con sonidos incomprensibles representados por tipografías inentendibles. Vamos, que el coreano, un suponer, también nos parecía chino, lo mismo que hoy ocurre con cualquier persona de ojos rasgados y magra osamenta: sea cual sea su nacionalidad, para los occidentales será siempre "chino". Globalización de la buena, ya está dicho.
Creo que olvidaré, llegaré a casa y repasaré mi lista de sensaciones, sentimientos, perversiones, eyaculaciones, besos, caricias, olvidos y abrazos...mi propia lista de éxitos.
Creo que olvidaré, llegaré a casa y repasaré mi lista de sensaciones, sentimientos, perversiones, eyaculaciones, besos, caricias, olvidos y abrazos...mi propia lista de éxitos.
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