lunes, 16 de abril de 2012

el progreso ha muerto...

Parece que en una recoleta ciudad norteña se está probando un novísimo y revolucionario sistema cibernético que permitirá que los autobuses de la flota de transporte municipal realicen sus recorridos en menor tiempo del habitual. Una empresa de sistemas informáticos ha implementado una aplicación que conseguirá que, ante la aproximación de uno de los citados autobuses, los semáforos cambien a verde, independientemente de cual fuese su tonalidad en dicho momento. De esta manera, los conductores podrán gozar de una conducción libre de interrupciones, reduciendo así su nivel de ansiedad, y los viajeros podrán llegar a tiempo a sus lugares de trabajo, un suponer, reduciendo así, igualmente, la misma nociva cota de la dicha ansiedad.
Mis felicitaciones. ¡Viva el progreso!

Aún recuerdo con ineludible ternura la ocasión con que inauguré mis deambulares por tierras de Allah. Había llegado a bordo de un ferry (por mar, como debe ser) a la ciudad de Tánger, tras un trayecto de no más de dos horas. Únicamente un par de horas para cambiar de mundo. Asistía a la ciudad marroquí para celebrar un matrimonio (no el mío, no aún) y, de paso, estrenar mi conocimiento de la cultura islámica. También, aunque por aquel entonces lo ignoraba, planté al poner los pies en tierra firme la primera semilla de Los Cuadernos del Hafa.
En la dársena del puerto me esperaba mi amigo, junto con un lugareño que nos introdujo de inmediato en su vetusto automóvil para darnos un paseo por la ciudad que yo jamás olvidaría. Estábamos en agosto, mes preferido por los nacionales de aquel país para celebrar bodas y festejos que su trabajo en el continente europeo impide, en el resto del año, a muchos de ellos. Las calles de la ciudad semejaban un organismo enfermo, desfigurado por el insaciable caminar de innumerables grupúsculos de personas cuyo deambular no se veía interrumpido siquiera por los límites de asfalto de las vías destinadas al tráfico rodado. Esto es, que invadían la calzada sin importarles que se hallase esta saturada de automóviles. También éstos rebosaban las vías y no hallaban impedimento en invadir las aceras si así lo precisaban para evitar una colisión.

Lo más inquietante, junto a la carencia de semáforos o normas palpables de circulación, era la dicha tatuada en los rostros de viandantes y conductores por igual, y el hecho (que pude certificar con el paso de los años) de que los accidentes de tráfico fuesen, en el país vecino, no más que una mera anécdota que rara vez salpicaba de angustia las páginas de los noticiarios.

No alabo la ausencia de normas, no se me malinterprete. Pero admiro la carencia de rasgos deformados por la ansiedad y el descontento. Cualquiera podría imaginar, a la vista del tráfago furioso del tráfico magrebí, que la ciudad se hallase poco menos que al borde de una guerra civil. Pero nada más lejos de la realidad. Los coches frenan o esquivan viandantes, ceden el paso a los compañeros de pista, detienen el motor cuando un embotellamiento impide la marcha, y los conductores sonríen y charlan animadamente con sus acompañantes e incluso con los que, afuera, pululan por las calles y cruzan las carreteras cuando consideran oportuno. Claro, no se prodigan en Marruecos los contratos laborales, y pocos tienen prisa para llegar a su puesto de trabajo.

Imagino lo mucho que progresará esa población del norte de nuestro país, una vez aplicado el novedoso sistema de regulación del tráfico. Aunque me temo que la mayor prosperidad con motivo de la implantación del "paso a verde" de los semáforos la disfrutarán los gerifaltes de la empresa que ha desarrollado y vendido (con blindado contrato de por medio) tal sistema a las autoridades locales. Nosotros, mientras tanto, seguiremos aplaudiendo eñ progresivo abandono de cualquier atisbo de humanidad y educación que nos impida perder los nervios al volante de nuestros automóviles, al pasear por las calles pensando que nadie nos rodea, al sufrir los acelerones y frenazos del autobus que nos conduce a nuestro lugar de trabajo. Ganaremos tiempo, no podrá lanzarnos el jefe dardos como miradas que nos advierta de que, nuevamente, llegamos con retraso. Pero me temo que siempre habrá una excusa para culpar de lentitud al servicio de autobuses públicos, con más razón ahora que todo son semáforos en verde. El progreso, ya digo.

...¡viva el progreso!

2 comentarios:

  1. Joven Cerezal, mucho me temo que el progreso llegó hace tiempo para quedarse(el sistema que regula los semáforos de manera "inteligente" hace años que existe: le invito a circular por la calle velázquez de noche. Verá todo verde hasta el infinito)

    Atentamente,
    El Sr. Fresnel

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  2. Yo creo que somos, al fin y al cabo, producto de nuestra sociedad. Nos adaptamos a ella, sea cual sea, e intentamos sobrevivir en ella. Ni mejor, ni peor, diferentes. Pero, cuanto más vemos, más entendemos. De eso no hay duda...
    Marta

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soy todo oídos...