domingo, 24 de febrero de 2013

los sótanos del Vaticano

Iniciaba el siglo pasado cuando André Gide puso punto final a una obra cuya fama llegaría más por el sarcasmo con que afiló su pluma para malbaratar los proyectos de la institución católica que, quizás, por su calidad literaria. Al menos así piensa un servidor, del autor francés prefiero sus Diarios de Viaje, por ejemplo. El caso es que avanzaba, la citada novela, de nombre Los Sótanos del Vaticano, esa impía ansiedad por amasar riquezas que despliegan los mandatarios de tan piadosa organización y que hoy aviva las tertulias radiofónicas y los titulares de la prensa.

Resulta que el autodimitido máximo mandatario de la fe de Cristo se atreve, ahora que sueña con jubilación de calzón largo y espumoso daiquiri en las playas de Malibú (o en las costas inversas del séptimo cielo, vaya usté a saber) a poner en solfa los tejemanejes del Maligno para hacer mella en la milenaria fe cristiana. O sea, que ahora que abandona el barco critica a las ratas que corretean por su cubierta. Ya no es necesario bajar a los sótanos, como hizo Gidé allá por la época en que los papás del actual Papa contemplaban la posibilidad de tener un vástago que, desde las filas del nacionalsocialismo que todo lo arrasaría o las del catecismo que todo lo podría, les asegurase una cómoda jubilación. Ahora la suciedad se cuela por las rendijas del mármol que observan los ojos extraviados de Dios, allá arriba, en los milagrosos frescos que decoran la Capilla Sixtina.

Desde aquí alabamos la iniciativa del Papa para ("paparapapá paparapapá"...disculpen, me sonaba a marcha militar lo recién escrito) denunciar las nefandas actividades de alguno de una parte de sus acólitos que, lamentablemente, contaminan el sacrosanto nombre de Jesucristo. Es edificante comprobar que, a día de hoy, el ciudadano medio puede tener conocimiento de las estrategias desarrolladas por los poderes fácticos para mantenerse en el ídem. Así sabemos de las pederastias de iglesias o los latrocinios de monarquías y gobiernos...la prensa, oiga, que todo lo cuenta...salvo la reacción en las calles de esos mismos ciudadanos al tomar conocimiento de tales actos...tampoco vamos a ser puntillosos a estas alturas, ¡alabada sea la prensa!

Fue hace no mucho que tuve la gran fortuna de visitar y gozar la milenaria ciudad de Estambul, ese fronterizo limbo que une, más que dividir, mundos, culturas y civilizaciones. Perderse en sus calles y atender al murmullo leve de las gaviotas del Bósforo enredado en los acordes engendrados por los diversos artistas callejeros de intrincado nombre y larga melena, es delicia que no puedo más que evocar cada cierto tiempo. Y fue en Süleymaniya Camii (lo escribo así, en turco, porque me resulta más poético que Mezquita de Suleiman, no por dármelas de políglota) que pude atender, entre bambalinas, al rezo del imán, esa epopeya de musicalidad etérea con que gustan de alabar a su Dios los súbditos de Mahoma. Cientos de fieles me ofrecían su retaguardia en cuidadosa ida y venida de la verticalidad a su contrario, apoyando la frente en la lujosa alfombra que cubría el mármol del piso del templo, y elevando sus manos hacia un cielo que, imagino, pretendían acercar con sus movimientos y súplicas. Sinceramente, ver rezar a cualquier feligrés de cualquier fe, es algo que deberíamos hacer al menos una vez en la vida.

Finalizada la prédica fueron abandonando la mezquita los numerosos ciudadanos y, pasados unos minutos, un hombrecillo con aspecto poco religioso, cubierto de oscura levita más cercana al andrajo que al uniforme de trabajo, comenzó un lento y meticuloso deambular por sobre la alfombra del santuario. Acompañaba su silencioso pasear una ruidosa aspiradora industrial. Desinfectaba de posibles residuos toda la superficie. 

Pienso que la limpieza a que fue expuesta, tras el rezo, el suelo de la Süleymaniya Camii, pretendía evitar que la mugre moral de los que pretenden lavar conciencia con sus prédicas al Altísimo pudiese traspasar y filtrar, alcanzar el sótano. Tal vez hubiesen leído, los gestores de la fe musulmana al cargo de la citada mezquita, la célebre obra de Gide, y pretendían evitar que la fe de Allah fuese mancillada como lo fue la de Cristo por la disoluta daga de la literatura. 

Limpiar el Vaticano parece más sencillo, o menos necesario, no sé. Teniendo en cuenta el extenso horario de apertura del templo a turistas y groupies, a la mayor gloria del sacrosanto dividendo, veo difícil aplicarse con idéntica pericia que en el caso turco a su higiene. Tal vez por ello los sótanos del Vaticano abunden de mugre. O tal vez sea sólo que los feligreses de uno y otro bando sean los portadores de los virus de miseria y corrupción que aquejan ambas instituciones, al pisar la casa del Señor sin la debida higiene moral previa, pensando que la beata incursión en la casa del Señor les deshollinará de toda culpa. 

Me asaltan las dudas. Quizás debiese embriagarme de nuevo de las páginas en que Gide desnuda sus sentimientos al hilo de sus expediciones. Esos Diarios de Viaje en que el francés desviste no sólo su alma sino también su cuerpo, son la prueba definitiva de que lo más precavido, antes de sostener ningún dogma pretendidamente inquebrantable, sea viajar y conocer y enredarse y envenenarse de distintas costumbres, diferentes culturas...pueda ser. O tal vez salir a la calle con el puño en alto y piedra oculta entre sus falanges, atento a cualquier escaparate que, al hacerse añicos, llame la atención de los medios de comunicación y consiga que la prensa informe del descontento que provocan esas informaciones que nos regala sobre la podredumbre implícita en cualquier organismo u institución que detente algún tipo de poder...pueda ser.

jueves, 14 de febrero de 2013

pervirtiendo lo latino

Resulta que desde hace unos años parece estar de moda "lo latino". Sí, Oriente y Occidente se ven invadidos por una suerte de volcánico magma enredado en ritmos salseros, ropa ceñida al albur de la calorina caribeña, sincopados danzares de erótica inevitable...pero no sólo eso, no. También comienza a poblar las gargantas como cuchillos de los mercados el milagro brasileño o la riqueza cultural mexicana, por ejemplo.

Asevero esto al recordar cómo en el terruño que me vió nacer, antes de la partida, invadían los festivales de pueblos y ciudades arrabaleras orquestas musicales que habían trocado los bises patrios de Paquito el chocolatero, por los diabéticos ritmos del merengue, la bachata, la salsa y derivados mientras los congregados en la plaza central, o allá donde el citado conjunto musical desplegaba sus habilidades rítmicas, comentaban, al albur de una cerveza o un tinto, cómo ante el estrepitoso e inevitable derrumbe de la economía local no quedaba mejor remedio que poner tierra por medio y aterrizar en Brasil, por ejemplo, dónde los negocios son de fácil establecimiento y orondo resultado.

Ha sido al pasear la urgencia falsa de las noticias del día, frente a la computadora, que he podido evadir los escarnios a que nos someten los gobernantes para recalar en la sección de "cultura" y descubrir que hace unos días se entregaron los Premios Grammy, que son unos galardones de relumbrón similar al de los Oscar pero en el mundillo musical. Debido a que "lo latino" está de moda, como comentábamos al inicio, la industria discográfica decidió hace unos años instaurar los "Grammy Latinos", una suerte de gemelos desfavorecidos de los otros.

Lila Downs, cortesía de "la red"
El caso es que hace unos días recibió el premio al mejor álbum latino el último que ha puesto en el mercado la mexicana Lila Downs. Ni sé ni me importa mucho si el citado álbum tiene mayor calidad que los de sus contrincantes, a los que no conozco. Sí puedo afirmar que, desde hace años, muchos ya, la voz de cantina de seda de la mexicana gusta de enredarse a mis neuronas y mi epidermis de tanto en tanto, descerrajándome disparos de dolor y belleza en la base del hipotálamo. O sea, que estoy enamorado de la Downs, qué le voy a hacer, y que cuando ella decidió contraer nupcias con uno de los artífices de su racial y delicada música, el saxofonista Paul Cohen, de glorioso apellido pero, para mí, infausto recuerdo, inicié yo el alejamiento de su arte vocal afirmando que se estaba comercializando, que ya no era la misma, que había perdido mucho...es lo que tiene el despecho amoroso.

Y es que la ya diva musical (algunos aseguran que es la heredera directa de la inolvidable Chavela Vargas), además de atesorar una de las más portentosas, delicadas y sobrecogedoras voces de la música popular, ha gustado siempre de envolver su mestizo talle en delicadas piezas de guardarropía que, recuperando las más arraigadas costumbres textiles del México más ancestral, se permite añadir los deliciosos embites de la feminidad más lúbrica. Al caso: que me embriaga mirarla tanto o más que escucharla. Y escucharla es enfrentar lo realmente latino: eso mismo que son hoy los actualizados vericuetos eléctricos del country o el blues (Wilco, y en ese plan) para los norteamericanos, serían las músicas utilizadas por la Downs en sus doloridas coplas. O sea, latino, pero de verdad, alejado de las lubricidades huecas de bailes de salón y vacaciones con pulsera "todo incluido" en el Caribe.

Podemos imaginar pues, que el reciente galardón otorgado a la artista mexicana supone un pequeño estallido de rebelión de lo verdaderamente latino, en pugna contra los mercaderes del mp3 y la descarga cibernética. Y un servidor se alegra.

Pero ahora que he cruzado "el charco", sufro a cada momento los mismos berreos informatizados que tenía que escuchar en mi ciudad natal, intensificando los festivales de alcohol e idiocia de las juventudes prematuramente avejentadas que siguen los dictados del consumo irracional. Y, a más, descubro que quizás la idea de "lo latino" (ritmo cansino, vulgar regodeo en el cuerpo femenino, lírica sucia de la superioridad macho) que durante estos años nos han vendido, a tan bajo precio, ha calado hondo en mi subconsciente. Tal vez por eso no pueda yo evitar, cada vez que contemplo a Lila Downs, desplazar mi mirada por los bordados "latinos" que cubren su glorioso cuerpo, como queriendo hallar una rendija por la que asome la más oscura y primordial de las bellezas.

sábado, 2 de febrero de 2013

he venido a hablar de mi libro (y 2) ... o de cómo "yo es otro"

Yo, que poco amigo soy de celebrar efemérides y anudar vivencias a los inescrutables designios del calendario, me descubro hoy descubriendo que hace poco más de un año publicaba, en esta galería de vanidades y desconciertos, el primero de los textos orientados a la vacua labor de dar a conocer mi primera novela publicada, Los Cuadernos del Hafa. Mucho han cambiado las cosas desde aquel entonces, y aunque el citado volumen permanezca oculto a la opinión pública, la privada es distinta cuestión, y no pocos benévolos veredictos han recibido sus páginas.

Ha habido, desde entonces, ya digo, no pocos cambios, pequeños terremotos que han desplazado las capas tectónicas sobre las que se asentaban mis sentimientos y han germinado cumbres de belleza a las que jamás soñé ascender. Aún se adueña de mí una semiprecariedad económica que no, no me incomoda, pero acumulo tesoros en forma de palabras, abrazos, sentimientos que han llegado a mí balanceados por la juguetona marea de los placeres y los días, al mismo ritmo que imprimen las fuerzas telúricas a la brazada con que el comercial navío y el desorientado inmigrante pretenden alcanzar una u otra de las costas que separa el Estrecho de Gibraltar, esa lengua de agua que humedece dos continentes, dos culturas, dos formas de ser y estar que quizás no sean tan distintas por más que así lo pretendan no pocos.

Hoy, un año después, como el Maestro, siento que he malgastado un año queriendo hablar de mi libro, al igual que él malgastase un par de horas en televisión. Me queda la satisfacción de en algo haberme acercado a él, ya que creo que hoy son más los que me conocen por pretender hablar de mi libro que por haberse abandonado a la promiscua selva tipográfica de sus páginas.

cortesía del genio de la luz, Babel Estudio
Así que mejor sería pretender, con el Poeta, que yo es otro, y olvidar ya las páginas de este libro que no escribí, que otro escribió a través de mí. Bien pensado, no es tan desacertada la aseveración. Justamente hoy han podido comprobar cientos de desorientados ciudadanos cómo el Presidente del Gobierno de España, en realidad, es otro. Claro que, en su caso, es un otro bien honorable y digno de elogio, mientras que el otro que escribió Los Cuadernos del Hafa es un ser atormentado por los deliciosos suplicios de la culpa y el exceso.

Alcanzan, las noticias, las orillas de nuestro desencanto sucias de pornografía moral, enredadas en una trama de algas de las que sólo extraemos desgracias, latrocinios, corrupciones, egoísmos, corporaciones, cifras, mercados, hambres, deshaucios, prepotencias, crímenes, idiocias, cánceres, orfandades, perversiones más reales que las que imaginase/viviese Sade allende los siglos, cuando el sueño de la Razón comenzaba a procear Monstruos que terminarían por devorarnos. Así que tal vez sea mejor que mi novela permanezca aún a la sombra de los grandilocuentes titulares, escondida en un callejón por el que sólo pasean los incautos exploradores de lo oculto para después regalarme palabras como dagas que ahondan esa herida que en mí pretendo suturar con cada palabra escrita...palabras ocultas entre el rizo fugaz de las mareas, palabras que llegan a mis pies para bañarme de espuma y belleza, palabras que recojo entre las manos y que, al contrario que el agua turbia de las noticias y los superventas, puedo acercar a mis labios y sorber con deleite...ya forman parte de mí, sí, todos los corazones que he encontrado en el camino y puedo asegurar orgulloso: ha merecido la pena.

Sabéis quiénes sóis, es a vosotros que os agradezco.

Yo, por mi parte, aún no sé quién soy. Sólo intuyo que yo es otro que al comenzar estas líneas pretendía vanagloriarse por el hecho de que Los Cuadernos del Hafa hayan sobrevivido su primer año de vida, tras aquel sangriento parto que los expulsó a la sucia luz de este decadente hospital que es hoy la palabra impresa, y creo que simplemente he vuelto a rellenar espacios que tal vez no reclamasen el temblor de mis frases...qué le voy a hacer, creo que no me queda más que seguir siendo ese otro que tan vivo se siente ensuciando páginas, al contrario que nuestro honorable Presidente, que sólo pasa a limpio los renglones torcidos de su mente de poeta maldito maltratando el teclado tartamudo de la prepotencia.

Tal vez dentro de un año regrese de nuevo a hablar de mi libro. Quizás pueda hacerlo con mayor convicción. En cualquier caso será ya otro bien distinto...el libro y el que lo haya escrito.

sábado, 26 de enero de 2013

carne cruda

Recuerdo con ternura aquellos tiempos en que la televisión pública acaparaba privadas miradas y ocultos deseos, a la hora de los anuncios, por el hecho de exhibir, en una fragante publicidad de jabones o geles (ya no recuerdo bien, disculpen que yo también cumpla años), el glorioso cuerpo semidesnudo de una mujer en pleno fragor de humedades y concupiscencias. Resulta que el citado desodorante (¿o era champú?) hallaba su máxima perfección en las curvas algodonosas de unos aguerridos pechos femeninos y, en casa, cuando se retransmitía tal anuncio, un servidor gozaba, ya que no de las femeninas turgencias televisadas, del hogareño espectáculo de padre y madre en burlona pugna por acaparar el espacio que, frente al televisor, ocupábamos el resto de la familia. O sea, que mi madre se situaba frente a la televisión y mi padre pretendía, entre risas y chanzas quizás no tan desinhibidas, resituarla en una ubicación que nos permitiese al resto continuar admirando las rotundidades teutonas (en aquellos tiempos eran rubias, todas las modelos) de aquella ninfa marina.

Aquellas juguetonas riñas conyugales no impedían que mis hermanos y yo comentásemos al día siguiente, a la hora del recreo, con el aroma a merienda ya enredando nuestros cabellos, las bondades físicas y táctiles (queríamos imaginar) de aquella exhuberante joven que nadaba entre delfines separando mareas con sus pechos como aletas, cual procaz Moisés femenino. Siempre me causó estupor el comentario de uno de los compañeros de coloquio, el de más correcto comportamiento pero más nefastas calificaciones escolares. Afirmaba el susodicho que el citado spot publicitario dejaba en muy mal lugar a la mujer, que imaginásemos que ocurriría en caso de ser nuestra madre la protagonista del anuncio. Lo dicho: estupor. Y silencio, sí.

Parece ser que existe, en alguna pequeña localidad costera de la piel de toro, un restaurante que pretende evadir la galopante crisis a lomos de imaginativas propuestas culinarias. Y la última que pergeñaron puede que sea la definitiva, dada la reacción de diversas autoridades y asociaciones pro derechos de la mujer y contra las actividades sexistas y denigrantes que tanto mal hacen a la humanidad que habita "el mejor de los mundos posibles".

Decidieron los gestores del comedor organizar una jornada de Nyotaimori. O de Nantaimori, dependiendo del gusto del cliente. Me explico: ambas prácticas aluden a la milenaria tradición japonesa de servir sushi sobre un cuerpo humano desnudo (y vivo, no se alarmen). La diferencia radica únicamente en el sexo del cuerpo elegido para servir de bandeja a tan exquisito plato. No vamos a explicar las torturas que deben sufrir quienes ejercen de plato viviente para tan delicado deleite de las papilas gustativas, debido a las bajas temperaturas a que han de exponerse antes de que el chef de turno coloque sobre sus cuerpos las renombradas lonchas de pescado crudo (la temperatura corporal podría deteriorar el gusto del bocado). Lo realmente grave del caso es que en nuestra democrática y avanzada patria se permita un uso tan denigrante del cuerpo humano, tamaña explotación. Claro que nadie preguntó a quienes iban a recibir no despreciable sueldo por servir de recipiente en tan extravagante cena, esa es otra cuestión. Lo importante es defender los derechos de la mujer, los niños, los esquizofrénicos, los enfermos, los desposeídos, los sin techo, los animales incluso. En fin de todo aquel ser vivo cuya capacidad de raciocinio, elección o autodefensa pueda verse mermada por las nefastas fuerzas del mercado, creo.

En las más afamadas capitales del mundo tal práctica es consentida y habitual desde hace años. Lo llaman "body-sushi". Parece ser que los ciudadanos de dichas ciudades no se ven heridos en su sensibilidad igualitaria. Bravo por mis conciudadanos, siempre al frente de la rebelión social, enarbolando la bandera de la igualdad y la justicia. Obviando lo depravado de tal práctica, he de renegar de quien ha decidido llamarlo "body-sushi". Me resulta más poético Nyotaimori. Nantaimori no tanto, disculpen mi actitud machista.

Así que los japoneses fueron inventores de tamaña inmundicia, y creo que también ellos los que inventaron algo que podríamos haber definido (de tener conocimiento linguístico suficiente) como "body-exploiting", consistente en el uso indiscriminado de las facultades físicas de miles de trabajadores, en descomunales factorías, con horarios inhumanos y ausencia de comunicación que pueda desviar la atención de las máquinas que producen centenares de productos tecnológicos con que decoraremos nuestras vidas y estableceremos videoconferencias, un suponer, un porcentaje nada desdeñable de sujetos. Quizás no fueron los japoneses, tal vez fuesen los chinos, perdón por el prejuicio del ojo rasgado, pero sí es cierto que aquella técnica se perfeccionó con el paso de los años y la ayuda de los encorbatados capataces de la cifra y el dividendo, hasta llegar al "mind-destructing", y ha alcanzado en nuestros días su cota máxima de exquisitez con el "little body-exploiting", o "children-exploiting", que para el caso viene a ser lo mismo.

Pienso en mi padre. Le recuerdo pretendiendo que mi madre nos permitiese a los pequeños contemplar aquel femenino cuerpo desnudo que jugueteaba entre las olas de un mar que sólo existía en nuestros húmedos sueños. Tal vez él sea el culpable de mi actitud sexista al no comprender bien el revuelo causado por el "body-sushi" abortado por las autoridades hispanas, al albur de los reclamos ciudadanos.

Aunque quizás no sea tan sólo falta de mi querido progenitor, y es que prefiero pensar en el teclado con que cincelo mis palabras, producto seguramente del "children-exploting" que quizás debiese llamar explotación infantil, por ser más poético, menos oriental. Al fin y al cabo también se trata de carne cruda.

jueves, 10 de enero de 2013

jóvenes y rebeldes

Intento, no lo duden, evitar las páginas web de los rotativos patrios. No es desinterés por lo que acaece a los desdichados habitantes de la península, ni soberbio desprecio de la podredumbre ética en que chapotea el periodismo hispano. Es supervivencia.

El caso es que, haciendo caso omiso de mis más íntimas premisas, caigo una y otra vez en el error. Y me pregunto, momentos después, por qué lo habré hecho. Eso me ocurrió casi iniciado el año, mientras las burbujas ebrias de los festejos aún anonadaban a la ciudadanía. Resulta que el gobierno ha decidido añadir otra terrorista página al catálogo de tropelías que viene ensanchando desde hace ya, ¡ay!, demasiado tiempo. Parece ser que en breve será delito el prestar ayuda, en territorio nacional, a cualquier inmigrante que no porte en su cartera los miríficos documentos que le acrediten como ciudadano "europeo", o el borbotón de billetes que le permita atragantar la economía de los poderosos. Bravo por los gobernantes, España para los españoles...aunque cada día sean menos...o quizás por ello: más terreno con que negociar para los pocos que acaben habitando la piel de toro.

Mientras leo la noticia de marras, tienen mis oídos la ejemplar tarea de desviarme de tal miseria acariciando las gloriosas estridencias de In Utero, el último álbum de estudio que grabase el grupo comandado por el malogrado Kurt Cobain, y recuerdo los tiempos en que llegó a mis manos (en casette "pirateado") tan apreciada obra musical.

1993. Eramos jóvenes y rebeldes...o al menos eso pretendíamos. Nos pretendíamos jóvenes sólo porque no admitíamos responsabilidades más allá de las que implicaba mantenerse sereno la noche del sábado, en la filosa frontera de la madrugada, si es que anhelábamos llegar enteros a la cama de la casa paterna o, aún mejor, no terriblemente demediados al lecho que, casualmente nos pudiese ofrecer alguna fémina inconsciente y poco amiga de los cuerpos esculturales. Nos pretendíamos rebeldes sólo porque podíamos gastar el dinero que no teníamos en drogas y licores que nos alejaban de la realidad maltrecha que se colaba por la rendija de la persiana, el domingo a la mañana. Escuchábamos a Nirvana y pretendíamos alcanzar el ídem. Escuchábamos a Pearl Jam o Alice in Chains y aprendíamos que en Seattle, una desconocida (hasta entonces) ciudad de los estates, además de radical música regeneradora, brotaban semillas de rebelión popular y anegaban los techados de las fábricas vientos de cambio diferentes de los que cantara Bob Dylan.

Después regresábamos a casa, contundentemente desorientados por el viaje apócrifo de las sustancias enervantes.

Kurt Cobain (cortesía de "la web")
Casi fue al día siguiente, mediado abril de 1994, cuando despertamos de nuestra resaca enmudecidos ante la descorazonadora instantánea con que se engalanaba el festín de tinta y dolor de cada periódico: las piernas sin vida de un Kurt Cobain que había decidido jugar a ruleta rusa con sus demonios interiores y había perdido, irremediablemente, la partida. A la sombra de aquella ténebre noticia, semioculta entre grandilocuentes párrafos y consecuentes homenajes, pudimos intuir algo acerca de los casi 600.000 muertos en la guerra de Ruanda, un pedazo de tierra africana profanada durante siglos por las grandes corporaciones y los pequeños gobiernos occidentales que juegan ajedrez (vendiendo armas, comprando terrenos, usurpando recursos naturales) sobre el tablero imperfecto y maltrecho del cono sur. Nos dolió saber aquello de los machetazos y la inoperancia de la élite mundial. Pero quizás nos doliese más el suicidio de aquél pobre niño rico que hacía música en la que nosotros disolvíamos, cual azucarillo en tórrido café, la actualidad más urgente. Al menos, los medios de información, intentaron que así fuese, a toda costa y a mayor gloria de la opulenta industria del espectáculo, que ya pespuntaba su propio suicidio por exceso de gula.

Ahora que han pasado los años, no es que abandone en la cuneta de los sueños rotos las efímeras glorias que la música provoca, pero sí intento, de tanto en tanto, perder la mirada en cuestiones que, por más que intenten silenciarse, también atañen a mi persona. Dígase la persecución sin tregua a que se ve sometida, en estos tiempos, la libertad humana.

Es por ello que pienso, hoy, al hilo de la criminalización de la humanidad que pretenden los gobernantes, en lo grato que ha de ser ayudar a un inmigrante "ilegal" somalí, por ejemplo, ex pirata huido de un país que aún a día de hoy es pirateado por corporaciones, mercados, gobiernos y traficantes de ilusiones, por ejemplo, que hastiado hasta la náusea de contemplar los martirizados desplazamientos de sus compatriotas en busca de agua y alimentos hacia la vecina Etiopía, por ejemplo, haya decidido emprender nueva vida en Europa, por ejemplo. Digo, lo satisfactorio de prestar ayuda a dicho sin papeles en toda empresa que decida emprender, sea ésta ganarse la vida pidiendo a la puerta de un centro comercial o dando inicio a una revuelta violenta orientada a reclamar sus derechos como ser humano.

Creo no ser el único en albergar tales sentimientos. Tal vez, ahora que la edad nos redecora, nos hayamos vuelto realmente jóvenes y rebeldes.

Tal vez, digo. Ayer mismo morían miles de somalíes en los superpoblados campos de refugiados de los países vecinos, y yo me dedicaba a glosar el regreso a la música de mi admirado David Bowie. Siempre podré acusar a los medios de comunicación, que daban mayor importancia al retorno del ídolo que al holocausto del semejante.

lunes, 31 de diciembre de 2012

despedida y cierre

Fin de año, fin de ciclo, o al menos eso dicen todos aquellos que gustan de encerrar la vida en períodos numéricos, al igual que la encierran en numéricos propósitos, monetarios objetivos.

Quisimos soñar, algunos, que este 2012 traería bordado, en su ajuar de fechas, aquella que remendaría los brutales descosidos con que la infame avaricia humana ha estado afeando, durante ya demasiados siglos, el vestido de gala de la fraternidad y el abrazo.

Pasó la fecha soñada, transcurre la que pone fin al calendario, ese loco baile de cifras que, al fin, todos podemos comprender. Nada ha sucedido, al menos nada reseñable. Las calles siguen atestadas de bolsillos reventones y esperanzas con fecha de caducidad impresa. Los comercios reventados de falsa apariencia y ansiedad al filo de la ignominia. Las mesas explosionadas de vacuo exceso y gula supletoria. Así llegamos al fin de año, así decidimos inaugurar el venidero.


Pero no quiero ahora recopilar indignidades, lejos de mi intención amargar a quien decida leer estas líneas el brindis y el sueño, el beso y la caricia. Prefiero, por contra, retornar a la cómoda caverna de la costumbre y, ahora que no tengo cerca a los mios, recordar que son bastantes, y que a ellos se han añadido, a lo largo de estos doce meses, muchos otros con quienes no contaba, nuevos corazones que han palpitado, aunque sea por unos minutos, al ritmo enloquecido del mío propio.

Finalizo 2012, sí, haciendo memoria y decorando esta estúpida lágrima que aún se niega a tatuar con destreza mi mejilla acalorada. Duda entre un suicidio de pena y un asidero de luz. Duda entre ser melancólico llanto o esperanzada ilusión. 

Echo la vista atrás, no mucho, y veo todos estos rostros que se engarzan a las líneas horadadas en mi rostro. Porque me hicieron sonreír y eso marca. Porque me hicieron soñar y eso marca. Porque están detrás de mí hasta cuando no los veo...y eso marca.

Así que fin de año y prefiero recolectar compañeros de viaje, antes que éxitos, fracasos, números o planes futuros. Son muchos, más de los que esperaba, y no sueño con que sean más al año próximo, tan sólo con poder mantener mi paso al ritmo delicioso con que han ido forjando, en mi rostro y mi reloj, la grandiosa sensación de sentir que la vida es tan sólo compartir momentos de calidad, calidez y belleza, con aquellos que, desnudos, a ti se acercan.

Finalmente, 2012, sí ha sido, para un servidor, cambio de ciclo. Gracias, amigos, hermanos, por formar parte del nuevo. Vosotros sabéis quienes sóis...no hace falta que os enumere.

Mirad a lo lejos 2012...adiós a tan anciana época...

jueves, 20 de diciembre de 2012

vuelo sin motor

A pesar de las calamidades y universales señas de fin de los tiempos que dan a diario los noticieros, queda el reverencial bálsamo de la anécdota que se convierte en noticia sin apenas quererlo. Al menos dudo que el protagonista de la noticia que hace unos días (sí, recuerden, escribo con retraso, como vivo, ¡ay!) pude leer, estuviese interesado en que saltase a los medios informativos su frustrada peripecia.

Resulta que un intrépido parapentista, una de esas personas que osan ignorar las leyes de la física y deciden dotar de falsas alas a sus, imagino, sinceros deseos de volar, vio interrumpido su apócrifo planeo por los cables de alta tensión de una torreta de ídem. Parece ser que el frustrado aeronauta de sí mismo, tuvo que sufrir largo tiempo suspendido en el vacío, a la espera de que llegasen las fuerzas del desorden para poner fin a su calvario.

Recuerdo numerosas ocasiones en las que he desado volar, desprender el hastiado chicle vital de las suelas de esos zapatos manufacturados con el cuero de las ilusiones que me calzo cada día, al despertar. Momentos en que un roce premeditado o un beso a media oscuridad me han sorprendido deseando despegar los pies del suelo, para mejor observarme desde lejos, para con seguridad cerciorarme de la realidad de lo vivido y no pensar que sólo soñaba. Es evidente, sí, hablo de esa raíz multiforme que hemos dado en llamar amor, y que es el salto en parapente a que se someten, sin calibrar bien las consecuencias de la caída, casi cada uno de los humanos. Digo casi cada uno porque hay quien afirma no encontrar más amor que el de Jesucristo y parientes, y me pregunto: ¿acaso no corría él peligro de chocar contra numerosos cables de alta tensión en su despiadado vuelo sin motor en pos del amor universal?


Allá cada uno con sus intimidades amatorias. Yo, más bien, prefiero refugiarme en el chapoteo húmedo de unas sábanas que hieden a noche en vela, en la embestida sutil de la carne a flor de labio, en el agreste aroma animal exhalado cuando el orgasmo, en la resudada refriega de las manos que se buscan, en la marea incesante de vientres que se dilatan y mejillas que se incendian, en el paladar loco e inexacto de las llamas como lenguas, en el laberinto voluble de la piel en retirada, y descubrir que no es realmente por objetivizar y ver desde fuera por lo que deseo volar, en tales instantes, sino por arrancar un pedazo de esa carne que me inunda y, sostenido entre mis garras, llevarlo lejos, pasearlo por las autopistas huérfanas del cielo, ascender a la roca más alta y devorarlo sin dar razón ni argumento a nadie de mi locura.

Volar, ya digo, burlar la gravitatoria ley que nos envejece a la tierra adheridos, y surcar los cielos de la gloria que el amor, tantas veces promete y tan pocas nos cede. Porque amar es rizar el viento en una cabriola loca de eternidad y deseo, y nada nos sería más grato que enredarnos por siempre en la cabellera aérea de su promesa de plenitud y suicidio.

Ignoro si el esforzado deportista de los cielos que quedó prendado a los cables de alta tensión como yo a la piel de las mujeres, tantas veces, buscaba eternizar los goces que la noche anterior le proporcionara su amada. Lo que es seguro es que su vuelo, ¿cómo no?, se vió interrumpido. Tal vez le hubiese venido mejor encomendarse a ese Cristo gimnasta que decidió suspender su ascenso a los cielos en la eternidad dolorosa de una crucifixión de sangre, madera y leyenda.

El parapentista de la noticia sufrió, en la espera de su rescate, varias descargas eléctricas. Como yo en cada una de las amorosas batallas perdidas, como Cristo en cada estigma en su piel tatuado durante el suplicio.

Tal vez debamos asumir definitivamente que volar es imposible, y que cuando creemos estar haciéndolo sólo seamos recolectores de intensidades que duran apenas un instante. O que todo vuelo sin motor acaba, inevitablemente, en desastre.

jueves, 13 de diciembre de 2012

epopeya del oso panda

La ciencia, que no cesa de sorprender a propios y extraños con su acelerado ritmo de descubrimientos y novedosas primicias, vuelve a dar buena cuenta, estos días de su loco empeño por reescribir los libros de Historia.
Resulta que un grupo de esforzados paleontólogos, luchando contra viento y marea (o contra recorte e idiocia gubernamental), ha desenmascarado uno de los grandes fraudes de la Historia Natural. Parece que el oso panda no es originario de la China, fíjate tú. Los restos fósiles de un pariente lejano del simpático osezno arlequinado han sido encontrados en la Península Ibérica, y resulta que la prueba del carbono 14 (o algo así) evidencia pruebas suficientes para afirmar que dicho pariente lejano es el más antiguo de la estirpe del que, hasta ayer, considerábamos oriental plantígrado.

Asisten hoy día, los habitantes de esta misma península en que ayer tropezaban los bosques esos bonachones osos como de peluche incierto, a un trasiego de maletas y pañuelos al aire, en sorda y melancólica despedida. Los aeropuertos envejecen de llanto y adioses, las autopistas se ciegan de velocidad culpable, los puertos se inundan de súplicas y besos de última hora, los caminos enmudecen de orfandad prematura. Es así que los españoles parten a la busca de mejor vida en lejanas latitudes, en ignotas geografías, hastiados de la verborrea salvaje y propietaria de quienes pretenden trocar campos por panales de acero y ladrillo que en vez de miel supuren billetes, odio y cena a la luz de las velas y a la sombra del hambre y el miedo.

La ferocidad de los mercados no repara en el hecho de que la carnaza que los alimenta sea humana o vegetal, lo mismo da. Lo importante es mantener la cuenta de ingresos siempre alta, siempre por encima de la competencia, aunque se trate ésta de la simple subsistencia del ser humano. De tal manera han lanzado dentelladas las fascistas fauces de la economía, en España, que muchos de los que ayer denostaban el sudor y la falta de sueño de los inmigrantes negros, latinos, rumanos, han comenzado hoy a preparar un ajuar viajero hecho de aguinaldos y de tristes esperanzas para cruzar el mar, las cordilleras, la zona euro, a la busca de nuevas oportunidades para poder reintegrarse como personas a la vida que notan se les comienza a escapar.

Quién sabe, tal vez dentro de un puñado de siglos, investiguen los paleontólogos del futuro el verdadero origen del "homo hispano", y hallen entre los escombros de una civilización calcinada, allá donde debía haber estado el centro geográfico de la península ibérica, los restos fósiles de una furibunda mandíbula que demuestre que aquel fue su lugar de origen, y no los mares del sur o las selvas amazónicas. Pasados los siglos bien podía pensarse que el español es raza originaria de la jungla asiática, y que su dieta es mayoritariamente vegetariana, lo vemos a diario en Españoles por el Mundo.

El oso panda, ya lo constatábamos al inicio, no nació en la China. Ahora esperemos a que los economistas nos iluminen y descubran que, tras placenteros siglos de holgada vida mediterránea, se vió forzado al exilio por la ferocidad insomne de algún felino que pretendía hacer de ellos simples esclavos que cultivasen bambú con que construir andamios o escaleras en que poder apoyarse para mejor poner en pie los edificios que definitivamente acabasen con la selva virgen en que antaño disfrutasen de la vida sin amos ni propietarios.

Al fin y al cabo, por más que pretendamos ignorarlo, la Madre Tierra es hervidero de enseñanzas. Siempre lo ha sido, siempre lo será. Aunque quizás estemos equivocados y sólo es que hemos olvidado la genética irremediablemente nómada de todo animal, incluido el hombre.

miércoles, 5 de diciembre de 2012

elogio de la soledad

Existen ciudades cuyos próceres corren raudos tras una efímera gloria que los devenga memorables y, sobre todo, que les rellene los bolsillos como quien rellena un osito de peluche maltratado, pero de billetes en vez de gomaespuma. Quiero decir que hay ciudades que adoptan normas tendentes a convertirlas en modernas, habitables, ecológicas, respetuosas con el medio ambiente.

Ocurre esto en Madrid desde que alguien decidió abrir una vía alternativa en uno de los numerosos recorridos metropolitanos por los que miles de vehículos se trasladan cada día para mejor trasladar a los autómatas que los conducen hacia el centro de trabajo en que de eficientes autómatas ejercerán durante inacabables horas. En esta vía sólo pueden circular autobuses y vehículos en cuyo interior se traslade más de una persona. Digno de elogio el método, encomiable el fin. Muchos trabajadores prefieren circular ellos solos en su propio automóvil, aún sabiendo que muchos otros realizan cada día el mismo recorrido y podrían ahorrar, sumando fuerzas, monedas a sus cuentas bancarias y malos humos a la atmósfera.

El caso es que la tentación de la individualidad es dura de sobrellevar, y hace unos días fue sorprendido un ciudadano al que, desde el asiento del copiloto de su flamante automóvil, observaba una muñeca hinchable comedida pero elegantemente ataviada. Sí, el hombre había utilizado una de esas voluptuosas muñecas de fabricación oriental destinadas a calmar los momentos de desasosiego de sus propietarios para esquivar las normas ciudadanas y poder llegar antes que nadie a su puesto de trabajo, por la vía reservada a buses y automóviles con más de una persona en su interior.

Nunca he podido olvidar las suspicaces miradas de los parroquianos de El Mono Azul, un delicioso bistró ubicado en uno de los más bellos edificios de la ciudad de Arequipa, cada vez que yo entraba en el local para dar inicio a mi ronda de piscosours y salir al balcón a embriagarme de soledad, letras y alcoholes. Escribía, pretendía moldear palabras como si me fuese la vida en ello. Quién sabe, tal vez me fuese la vida en poder arrancar a mis pesadillas las palabras que las explicasen e hiciesen entendibles a un lector que, ¡ay!, bien sabía que nunca existiría.

En el interior del bistró las parejas se amaban y los amigos se abrazaban y reían. La camarera me destinaba tiernas miradas y pretendía entablar conversaciones que quedaban en desamparados monólogos. Yo respiraba el aire gélido del anochecer andino y añoraba una compañía que, día tras día, seguía sin llegar.

El día que la camarera se atrevió a preguntarme por qué siempre estaba tan solo, yo acerté a balbucear que era exactamente eso lo que necesitaba: soledad. Quizás ella necesitase otra cosa y yo no quise darme cuenta. Quizás mis letras hubiesen sido mejor trazadas si las hubiese, primero, ensayado sobre la piel incandescente de la bella camarera. Fue por eso que, tras varias etílicas visitas, decidí darle conversación. No por conseguir intercambio carnal, no, más bien por no aparentar tan sólo, por evitar de su parte pensamientos negativos hacia mi persona, a veces el ser humano tiene tales arranques de rubor.

La cruda realidad era que yo sólo quería estar solo. Pero me sentaba bien el disfraz de coloquio e intercambio de opiniones con la camarera. El resto de habituales del bar dejaron ya de mirarme. Al menos no lanzaban contra mi persona dardos (o miradas) de superioridad, más bien de envidia. Pobres infelices, pensaban que me estaba beneficiando a tan rotunda mujer. No me extenderé glosando su voluptuosa belleza, discúlpenme, eso lo reservo para mí y mis noches de ebria soledad y desasosiego.

Imagino que el descuidado conductor acompañado por la bella maniquí sólo quería disfrutar, cada mañana, de esa sensación de libertad que, dicen, produce el conducir un auto. Así lo entendieron las autoridades y, por ello, procedieron a extenderle cuantiosa multa por su grave infracción. Creo que, en este caso, nadie llegó a pensar que el incauto automovilista se beneficiaba a su acompañante de plástico. 

Claro, al fin y al cabo los agentes de la autoridad no están para psicoanalizar las curiosas soledades en que se amparan los ciudadanos. Eso queda para las parejas que se aman en los bares, para los amigos que se abrazan y ríen al calor de alcoholes varios. Sólo ellos, conscientes de lo difícil que es mantener el confraternizador disfraz de la compañía ajena, están en situación de reír de aquél que, sin trauma ni verguenza, pasea su soledad por las mismas barras en que ellos piden gustosos un daiquiri para su novia, o un tiesto de cerveza para su grupo de amigos.

En las ciudades modernas se juega, de tanto en tanto, a la solidaridad, la comunidad y las raíces familiares. Pero intuyo que no son pocos los que visten disfraces de comunidad para mejor esconder esa bendita soledad que, en ocasiones, tan imprescindible resulta al ser humano.

miércoles, 21 de noviembre de 2012

ruta salvaje

Llega a mis oídos algo que numerosas parejas de holgada hipoteca y liberador colegio de pago (liberador para ellos, no para los escolares) ya están celebrando con alborozo: la reciente publicación de una serie de Guías de Viaje pensadas para que las visitas que realicen a capitales extranjeras, en compañía de toda la familia, no se conviertan en un suplicio. O sea, que las susodichas guías están enfocadas a los que viajan con niños. Para que estos se diviertan y también sus progenitores. Guías de Viaje en Familia han decidido, con sobrecogedora imaginación, denominarlas.

A nadie se le escapa, en esta sociedad del consumo y la ignominia, que muchos matrimonios ven sus períodos vacacionales constreñidos al hotel de playa peninsular dotado de piscina, campo de juego y animación alienante que permita que sus retoños permanezcan "entretenidos". Claro, hablamos de quien entiende el viaje como un entretenimiento y considera a sus vástagos (independientemente de la edad que estos alcancen) carentes de la tan humana capacidad de discernir. Al fin y al cabo a nadie le escapa el carácter decididamente salvaje que pueden adoptar ciertos infantes al no ver satisfechas sus demandas de golosinas, juegos, smartphones, iPads, dinero...

Fue en Corea del Sur, hace algunos años, que pude constatar algo que durante mis diversos viajes a lo largo de los años se había convertido en insidiosa sospecha: son gran número de nacionales franceses, belgas, alemanes, finlandeses, estadounidenses (evidente: en Estados Unidos caben innumerables países), etc. los que no sepultan su espíritu viajero, su afán por caminar nuevas tierras, bajo la sepulcral losa de la paternidad supuestamente responsable. Españoles o sureños en este plan no, lo lamento, no he visto

Durante el transcurso de los 25 días que empleé en atisbar la cultura, costumbres y parajes surcoreanos, tuve la fortuna de no tener que enfrentar la mirada a los atropellados y vociferantes espectáculos públicos que mis compatriotas gustan de representar cuando hacen turismo fuera de las fronteras patrias. Tampoco crucé mis pasos con los de ningún europeo, norteamericano u angloparlante, en general. Salvo en Gyeongju, la mirífica capital del antiguo Reino de Silla. Me encontraba allí alojado en el hanok de una amable familia, cuando el más anciano integrante de la misma me solicitó permiso para alojar en la habitación contigua a una "encantadora familia francesa" (estas fueron sus palabras). Es imposible plantear una negativa al solícito y amable carácter surcoreano, por lo que respondí que "sí, por supuesto".

Resultó que la "encantadora familia francesa" se componía de 5 miembros: joven madre, joven padre, jovencísimos hijos gemelos y can de indefinida edad. Según me comentaron viajaban por el mundo desde el año siguiente a aquel en que la mujer diese a luz a sus dos gemelos. Era su pretensión máxima lograr que los pequeños comprendiesen, una vez crecidos, el mundo que les rodeaba. Y nada mejor para esto que desgastarles la costumbre desde la más tierna infancia, emprendiendo con ellos el sinnúmero de viajes que ya tenía la pareja en mente antes del feliz alumbramiento.

Viajaba, la joven familia, de manera muy similar a la mía: mochila al hombro y sin guía de viaje. Lógicamente sus mochilas eran de mayor capacidad que la que yo portaba. Al calor de una agradable charla, compartiendo un delicioso té de bambú, pude comprobar, no obstante, que los trotamundos franceses añoraban la existencia de algún tipo de guía de viaje orientada a quienes se hacen acompañar, durante la excursión y el peregrinaje, por sus fieles mascotas.

He olvidado premeditadamente hacer intensiva mención al dócil perro (no me pregunten por su raza, ya demasiado difícil me resulta ubicar en alguna de éstas aciagas fronteras fisiológicas a los propios humanos) que acompañaba a la familia y que, según me confesaron era difícil fuese admitido en los establecimientos hoteleros de la península surcoreana.

Supongo que los imaginativos editores que han entregado a imprenta numerosos manuales de uso de capitales europeas orientados a conseguir que los responsables papás puedan entretener el exótico periplo a sus pequeños, han olvidado premeditadamente que las mascotas también pueden acompañar a sus dueños en los vagabundeos que estos decidan emprender por el globo. Aunque, bien pensado, dudo que a los publicistas del entretenimiento se les escape tal detalle, de seguro preparen las Guías de Viaje en Familia (y mascota) para sucesivas ediciones ampliadas.

Ellos también tienen derecho a emprender ruta en vez de quedar recluidos en hoteles caninos y otros establecimientos de esparcimiento animal del estilo. O peor aún, en casa del vecino donde, bien es cierto, pueden volverse realmente salvajes.

Deberían restituir a las mascotas el derecho al "entretenimiento". No va a ser todo, para tan solícitos animales, pensar en el bienestar de sus "propietarios", digo yo.