La ciencia, que no cesa de sorprender a propios y extraños con su acelerado ritmo de descubrimientos y novedosas primicias, vuelve a dar buena cuenta, estos días de su loco empeño por reescribir los libros de Historia.
Resulta que un grupo de esforzados paleontólogos, luchando contra viento y marea (o contra recorte e idiocia gubernamental), ha desenmascarado uno de los grandes fraudes de la Historia Natural. Parece que el oso panda no es originario de la China, fíjate tú. Los restos fósiles de un pariente lejano del simpático osezno arlequinado han sido encontrados en la Península Ibérica, y resulta que la prueba del carbono 14 (o algo así) evidencia pruebas suficientes para afirmar que dicho pariente lejano es el más antiguo de la estirpe del que, hasta ayer, considerábamos oriental plantígrado.
Asisten hoy día, los habitantes de esta misma península en que ayer tropezaban los bosques esos bonachones osos como de peluche incierto, a un trasiego de maletas y pañuelos al aire, en sorda y melancólica despedida. Los aeropuertos envejecen de llanto y adioses, las autopistas se ciegan de velocidad culpable, los puertos se inundan de súplicas y besos de última hora, los caminos enmudecen de orfandad prematura. Es así que los españoles parten a la busca de mejor vida en lejanas latitudes, en ignotas geografías, hastiados de la verborrea salvaje y propietaria de quienes pretenden trocar campos por panales de acero y ladrillo que en vez de miel supuren billetes, odio y cena a la luz de las velas y a la sombra del hambre y el miedo.
La ferocidad de los mercados no repara en el hecho de que la carnaza que los alimenta sea humana o vegetal, lo mismo da. Lo importante es mantener la cuenta de ingresos siempre alta, siempre por encima de la competencia, aunque se trate ésta de la simple subsistencia del ser humano. De tal manera han lanzado dentelladas las fascistas fauces de la economía, en España, que muchos de los que ayer denostaban el sudor y la falta de sueño de los inmigrantes negros, latinos, rumanos, han comenzado hoy a preparar un ajuar viajero hecho de aguinaldos y de tristes esperanzas para cruzar el mar, las cordilleras, la zona euro, a la busca de nuevas oportunidades para poder reintegrarse como personas a la vida que notan se les comienza a escapar.
Quién sabe, tal vez dentro de un puñado de siglos, investiguen los paleontólogos del futuro el verdadero origen del "homo hispano", y hallen entre los escombros de una civilización calcinada, allá donde debía haber estado el centro geográfico de la península ibérica, los restos fósiles de una furibunda mandíbula que demuestre que aquel fue su lugar de origen, y no los mares del sur o las selvas amazónicas. Pasados los siglos bien podía pensarse que el español es raza originaria de la jungla asiática, y que su dieta es mayoritariamente vegetariana, lo vemos a diario en Españoles por el Mundo.
El oso panda, ya lo constatábamos al inicio, no nació en la China. Ahora esperemos a que los economistas nos iluminen y descubran que, tras placenteros siglos de holgada vida mediterránea, se vió forzado al exilio por la ferocidad insomne de algún felino que pretendía hacer de ellos simples esclavos que cultivasen bambú con que construir andamios o escaleras en que poder apoyarse para mejor poner en pie los edificios que definitivamente acabasen con la selva virgen en que antaño disfrutasen de la vida sin amos ni propietarios.
Al fin y al cabo, por más que pretendamos ignorarlo, la Madre Tierra es hervidero de enseñanzas. Siempre lo ha sido, siempre lo será. Aunque quizás estemos equivocados y sólo es que hemos olvidado la genética irremediablemente nómada de todo animal, incluido el hombre.
Quién sabe, tal vez dentro de un puñado de siglos, investiguen los paleontólogos del futuro el verdadero origen del "homo hispano", y hallen entre los escombros de una civilización calcinada, allá donde debía haber estado el centro geográfico de la península ibérica, los restos fósiles de una furibunda mandíbula que demuestre que aquel fue su lugar de origen, y no los mares del sur o las selvas amazónicas. Pasados los siglos bien podía pensarse que el español es raza originaria de la jungla asiática, y que su dieta es mayoritariamente vegetariana, lo vemos a diario en Españoles por el Mundo.
El oso panda, ya lo constatábamos al inicio, no nació en la China. Ahora esperemos a que los economistas nos iluminen y descubran que, tras placenteros siglos de holgada vida mediterránea, se vió forzado al exilio por la ferocidad insomne de algún felino que pretendía hacer de ellos simples esclavos que cultivasen bambú con que construir andamios o escaleras en que poder apoyarse para mejor poner en pie los edificios que definitivamente acabasen con la selva virgen en que antaño disfrutasen de la vida sin amos ni propietarios.
Al fin y al cabo, por más que pretendamos ignorarlo, la Madre Tierra es hervidero de enseñanzas. Siempre lo ha sido, siempre lo será. Aunque quizás estemos equivocados y sólo es que hemos olvidado la genética irremediablemente nómada de todo animal, incluido el hombre.
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