sábado, 19 de octubre de 2013

repugnancia nacional

Revuelte en los medios oficiales, estos días, por las palabras pronunciadas por el siempre sutil (aunque lo nieguen) Albert Plá, días antes de eyacular uno de sus lúbricos (por lo goloso) recitales, en Gijón (creo, no me sigan al pie de la letra, son altas horas de la mañana y altas cotas de la ingesta alcohólica). Para no andarnos con rodeos, reproduzco parte del discurso del bardo catalán: "A mí siempre me ha dado asco ser español". Le siguieron otras perlas igual o más ingeniosas, que los adalides de la patria unida, una y única no digirieron bien con el garrafón de hierbas y el chupito de insania que procede tras el cocido montañés propio de aquellas tierras. Pero me quedo con esas, que son las que han conllevado la cancelación de su concierto, y la renovada publicidad para las máximas que Plá siempre ha defendido, acordes con la cordura mental en tiempos de todo se arregla con una dosis de toros fútbol y defensa de la ñ.

No hay nada sorpresivo en la actitud del cantante, al contrario, ya digo, sigue los dictados de su independencia moral y mental (más quisieran muchos poder hacer gala de tan funestas virtudes). Lo que reclama la atención de un servidor (y no somos legión, pero no soy el único) es la reacción del "público". De inmediato se ha decidido exiliar la voz de juguete y mimbre de Plá al más abosoluto de los anonimatos, porque a la cárcel, de momento, por hacer uso de la tan cacareada libertad de expresión, no pueden exiliarle (insisto: de momento)

Vengo de una noche de excesos solitarios, masturbaciones comunitarias (a buen entendedor...) y goces efímeros que incluyen el visionado de Crossfire Hurricane, el enésimo documento sobre la vida y milagros de esos  humanos epilépticos de furia y marchitos de aburrimiento que dieron en juntarse bajo el nombre de The Rolling Stones. Resulta que, en una de las secciones Históricas (sí, con mayúscula) en que se divide el documental, asistimos a la fiera reacción de los fans del grupo ante el inminente ingreso en prisión de Keith Richards, acusado por las autoridades de la moral y el hueco por consumo de estupefacientes (así los llaman, yo no tengo la culpa). El caso es que abarrotaron cruces de caminos, transversalidades públicas y incomunicativos medios, de los llamados de comunicación, miles de seguidores de las batallas rítmicas de aquel grupo que hizo historia y continúa empeñado en escribirla, para reclamar la puesta en libertad del libérrimo guitarrista.

Defendían, creo suponer, las multitudes, que el consumo de drogas formaba parte de ese sector de la sociedad que la sociedad se empeñaba en esconder. ¿Qué sería de los Stones sin el alucinante viaje en el jet privado de los alucinógenos? Bien conocemos todos la respuesta, que suena a matemáticas, esto es: = 0

Albert Plá, cortesía de "la red"

Y es hoy que pueblan las redes y los servicios sociales de la soledad y el descrédito (léase "redes sociales") miríadas de voces que se declaran asquedas con una forma de ser y sentirse español que nada añade a la moneda de basura y cinismo que en forma de euro merodea por nuestros comercios y vidas, indignadas por el exabrupto infantil de un cantor que sólo ha pretendido siempre vivir de su libertad de pensamiento (y que, a costa de ella, ha hecho buenos aguinaldos), que la reacción es pusilánime, cuando no funesta. 

Sí, lo de los Stones...es sólo rock and roll...pero, a muchos, nos gusta. Pero...¿y lo de Plá? Creo, también, que se trata sólo de rock and roll, pero no me gusta. Me refiero a las reacciones pugilísticas y contendientes...el rock and roll de Plá mucho me agrada. Y el cantante catalán ha de ver cómo merman sus ingresoso al albur de soflamas imperialistas que aún pretenden reverdecer los viejos laureles de aquella infamia de la que aún, muchos, parecen ser, o declarase, orgullosamente deudores...ya saben, aquel: en España no se pone el Sol. Pero, siento recordárselo: en España, hoy, el Sol de los '70 y las nudistas noruegas ha decidido exiliarse en busca de nuevos territorios. Como los cientos de brillantes estudiantes que no ven el momento de hincar el diente al bocata de sardinas que no hay en Bolivia, por ejemplo.

Para aquellos que teman por el desmembramiento de España y la ausencia de réditos que produce la defensa de un sistema que se perpetúa en rancios amasijos de creencias honorables muy distantes de los dictados depravados del rock and roll...anden calmos, porque aman a España y el amor, ya lo cantaba el mismo Plá, en aquella memorable Carta al Rey Melchor, mueve montañas:

Sería mentirle si digo que tengo respeto por la monarquía,
siempre me he cagado en las dinastías y en las patrias putas, las banderas sucias,
los reinos de mierda y la sangre azul, pero mi majestad,
ahora es el real decreto del corazón, mi majestad,
que me arrastra y hace que reniegue, por amor, mi majestad,
pues la fe mueve montañas y el amor remueve el alma 


El buen personaje de la canción justificaba su amor por la Princesa y hoy, bien lo sabemos, las princesas quieren ser de extrarradio, muy de andar por casa, campechanas y alicatadas de latrocinios patrióticos a mayor gloria del exceso...es sólo rock and roll...pero nos gusta.

miércoles, 9 de octubre de 2013

el lúbrico placer de la costumbre

Ha causado escaso revuelo la información surgida hace unos días en el epicentro de lo que algunos consideran epicentro del mundo occidental, en el corazón de esa Gran Manzana asediada por gusanos voraces de plasma y moneda. A pesar de la breve repercusión, a un servidor la noticia lo ha dejado pensativo. Explico: la Alcaldía de la ciudad de Nueva York ha autorizado que se realicen públicamente unas peculiares felaciones...así como lo leen.

Es tradición judía, desde inmemoriales tiempos (tanto o más que aquellos a que hacen referencia las leyendas de sexo y violencia, sexo violento y violencia sexual que recoge la Biblia, ese precoz volumen de relatos para no dormir), el que un rabino hebreo proceda a succionar el pene de un recién nacido para mayor gloria de Jehová y más amplia tranquilidad de los progenitores del menor por hallarse éste ya, de tal manera, bendecido. Para más INRI (perdón, mezclo religiones), la citada felación se lleva a cabo tras el ritual de la circuncisión que se practica al bebé al poco tiempo de nacer, como también hacen los musulmanes (cortar el prepucio, no succionar el glande, es lo que tiene mezclar religiones). Parece ser que dicha ceremonia se contempla en el Talmud, que es libro al que todos los nacidos bajo la fe de Israel ofrecen reverencial respeto. Curiosamente, el citado volumen, recoge tradiciones orales. Tal vez de ahí la oralidad del rito que venimos comentando.

El caso es que el hecho, que no debería revestir mayor importancia de la que lo hacen otras prácticas sexuales de similar calibre, ha sido estigmatizado durante años debido a los riesgos que esta mezcla de fluidos acarrea, especialmente para el recién nacido (se han documentado al menos dos casos de fallecimiento por contagio de herpes que en la boca del clérigo sionista apenas afeaba su barbada sonrisa pero en el bebé supuso la inflamación del tejido cerebral y su posterior deceso). Lógicamente, los fieles hebreos contemplan la lucha contra esta práctica como una nueva manipulación de las hordas nazis para lograr su extinción y, tras no pocos enfrentamientos legales, han logrado que el Alcalde de la Ciudad del 11S otorgue patente de corso a los rabinos ultraortodoxos y autorice esta fellatio sefardí.

Desde hace algunos días ando sumergido a pulmón y sin respiración artificial, en el nuevo álbum de Andrés Calamaro, de nombre Bohemio. Destripada la guardarropía solemne del mejor compendio de acordes eléctricos que diesen a luz los músicos estadounidenses, el bardo argentino se engalana con los retazos de telas sónicas que sobreviven a la barbarie para regalarnos una breve pero intensa colección de canciones.

Andrés Calamaro, cortesía de "la red"
Amor, dolor, sufrir, pesar, excesos, besos y huesos pintados de carmín, es lo que asoma de continuo a cada una de las 10 deliciosas composiciones que componen Bohemio. Andrés, antaño amigo del exceso y la desmedida abolición de las medidas, se destapa de repente con un recoleto conjunto de piezas mínimas en su minutaje, pero inagotables e inasibles en el vendaval de sensaciones que muestran u ocultan con mayor o menor poesía de esa que gustamos de paladear no pocos: poesía cotidiana de la ausencia fotografiada y el daño cincelado, la melancolía autoimpuesta y la ebriedad pausadamente calculada. No han sido pocos, nuevamente, quienes han criticado al músico argentino por no ofrecer el reverso drogadicto y excesivo de esa moneda que le habita el rostro. Tal vez los mismos que antaño le criticaban la desmesura musical y filosófica de aquel paquete de 5 CDs nombrado El Salmón, en homenaje al único pez que no gusta de seguir la corriente. Claro, las críticas (las de ahora y las de antaño) ven la luz en España, país bien conocido por el carácter envidioso de no pocos de sus ciudadanos. Ahora, dicen, hay que criticarle porque no ha hecho nada nuevo. Extraño, pero es por eso que a mí me embriaga el nuevo trabajo de Andrés: porque es más de lo mismo, y uno siempre encuentra cierto placer en la costumbre. Salvo, tal vez, los envidiosos.

Sí, no se ofendan. Han de reconocer que decoran la piel de toro alambicados tatuajes que pregonan la pertenencia a una tribu más biblíca que la de los rabinos felatrices (disculpen el equívoco de géneros): la de los envidiosos. Tanto es así que incluso he leído críticas, días atrás, al Gobierno de Castilla La Mancha (o a su reptilina presidenta de sonrisa agria y peineta enhiesta), por regalar a aquellos funcionarios que acudiesen a un determinado Oficio Sagrado (de corte católico, of course) una dispensa laboral de hora y media. Que si volvemos a los tiempos de la Inquisición, que si se acabó aquello de la separación Iglesia Estado, que si recuperamos rancias costumbres. Envidia, ya digo, y más de un funcionario que derrama sus horas y esfuerzos en ventanillas públicas de otras comunidades autónomas ha deseado, por un instante, trabajar en Toledo y acudir a misa de 12.

Porque muchos somos los que abominamos de la religión pero va siendo hora, creo, de que comencemos a respetar a quienes la practican. ¿Por qué indignarse ante un funcionario que tiene horas libres para acudir a misa, un fanático seguidor de Andrés Calamaro, o un rabino que lame miembros viriles antes de que estos alcancen la edad en que se les considere tales? Al fin y al cabo, cada uno de los citados acuden a su religión en busca de satisfacción.

Quería, hoy, hablar del último trabajo de Andrés Calamaro, pero me voy por los Cerros de Úbeda, ya ven. Así que, por concluir: a todos aquellos que deseen seguir insistiendo en que su nuevo álbum no aporta nada nuevo, sólo puedo decirles que lo mismo ocurre con las religiones (todas) a las que tantos se acogen por el simple hecho de haber nacido en uno u otro país. Pero a nadie amarga un dulce, y más de uno cambiaría de opinión si descubriese el placer de ser acogido en el seno de una comunidad pública con una pausada felación y unas horas libres que poder dilapidar escuchando un breve puñado de canciones reciamente pegadizas.

viernes, 27 de septiembre de 2013

las afinidades selectivas

Leo por ahí, en algún sitio (ya ni me aclaro de qué es lo que leo), que el Rey de Suazilandia ha causado mediático revuelo al hacer público su futuro matrimonio con una jovencísima y arrebatadora finalista del certamen nacional de belleza Miss Patrimonio Nacional (doy fe, de su belleza. Si, ciertamente, es la que aparece en las fotos, a un servidor no le importaría ser Rey de Suazilandia). Se han arrebatado los policías de lo correcto y los ultradefensores de la Igualdad, al saber que ésta, de consumarse el cacareado matrimonio, será la esposa número quince del orondo y excesivo monarca (sí, sigo hablando guiado por lo que he visto: el soberano es soberanamente feo, al menos para mi gusto).

Me pregunto si el previsto contubernio de que vengo hablando no sería cosa de agradecer para los occidentales. Y me explico. Gracias a tan sexista y dictatorial maniobra aprendemos que Suazilandia existe, que aún guía sus frágiles destinos un monarca absolutista de nombre Mswati III (curioso, tiene número en letras romanas tras el nombre, como los Papas), que se trata de una de las naciones más maltratadas por el tsunami de la pobreza y el expolio, que el SIDA (VIH para los políglotas) es aún enfermedad muy de moda entre sus habitantes, y quizás lo más importante: Suazilandia es un pedazo de tierra que los antiguos corsarios de la realeza británica decidieron (nobleza obliga) dejar en manos del padre del actual monarca, y está situado entre Sudáfrica y Mozambique, en África, sí, ese continente que a nadie que no disponga de buen capital interesa.

Aunque me parezca casi ayer, fue ya hace tiempo que mis pies ensuciaron por vez primera la gloria enredada en arena y sonrisa de África, más concretamente Marruecos. Asistía a las celebraciones por el matrimonio de un buen amigo, en Tánger, ciudad inmortal. Tuve allí la fortuna de, una vez desenredado de la maroma suave y benévola del hachís, enredarme al cuello la afelpada soga del amor. Ella se abría paso entre chilabas y caftanes de colorido neón y remoloneo de gaviota ebria, y yo no podía ya buscar con la mirada nada más que el susurro fugaz de sus labios en acrobacia de conversación que yo no podía entender. Ella hablaba, con invitados y camareros, delineando en el ambiente cargado de jolgorio las dunas gramáticas del dariya que nunca pude llegar a aprender.

El tiempo pasó deprisa, y ante la inminencia de un nuevo matrimonio en que el verdugo sería ella y yo el dócil reo, llegaron a mi entendimiento opiniones, razonamientos, cosas, palabras que me aseguraban que, en Marruecos, podía tomar a más de una mujer como esposa. Claro, ellos veían en mí al extranjero y pensaban que lo abultado de mi pantalón sólo era fajo de billetes de euro. Nada más lejos de la realidad. Les hubiese sido más fácil comprender que el hecho de que nunca portase maleta y, en su lugar, adocenara mi espalda la chepa textil de una mochila de diseño barato, revelaba mi despreciable condición económica. Pero la pobreza no entiende de modas, y comprende sólo que la fronteras separan a los depauperados de los acaudalados.

Finalmente, pobreza obliga, tuve que desatender el ruego de numerosas, jóvenes y solícitas hembras de muy buen ver (como ya he sido lo suficientemente incorrecto en esta entrada, diré que sigo pensando que sólo les interesaba, de mí, ese pedazo de cartón informatizado que desdibuja mi frente con la maldita marca España). Pero al final, después de todo, lo que quiero decir es que, siguiendo los rumorosos ruegos de mi virilidad occidental, decidí unirme por siempre a la más bella de las africanas, en parte por africana, en parte por bella.

Pienso que el endiosado Mswati III, al fin y al cabo, ha visto muchas películas en grandes televisiones de esas que, de seguro, le regalan los distintos gobiernos occidentales que juegan al Monopoly con las avenidas vacías de la geografía africana. El orondo monarca tal vez sea sólo producto de esa mentalidad occidental que nos incita a hacernos con aquello que pensamos más nos ha de placer en el fulgor instantáneo del momento en que el deseo se hace ineludible compañero. No meditamos acerca de lo que supone desgajar, de la tierra que las alimenta, las raíces de gloria de una mujer, la historia de piedra y vidas sepultadas de un fósil, los retales de raigambre y sudor hembra de una alfombra hecha a mano, o incluso el exotismo de unos rasgos indígenas impresos en la superficie couché barato de una postal turística cualquiera (me pregunto si tuvieron algún beneficio económico tantos y tantos retratados en pedazos de cartón a los que decidimos imprimir el tartamudeo de tinta de nuestras emociones con la sola intención de que lleguen "a casa" y los que allí habitan se maravillen ante nuestro espíritu aventurero).

Y, para aventureros, las estrellas de Hollywood. Allá se fabrican, a diario, matrimonios más dictatoriales y rocambolescos que el de Mswati II (y él lo ve por televisión), al hilo de cuentas bancarias y prótesis milagrosas que hacen rejuvenecer a mujeres añosas y decrépitos actores. Cierto: no acumulan más de una pareja oficial a la par. Pero las cambian como quien cambia de muda interior ante la mudez que provoca en su compañera de cuarto la fotografía temblorosa de músculo caído y sonrisa quirúrgica que muestra el Don Juan hollywoodiense de turno. Pero está bien: son guapos, ricos, famosos, blancos y occidentales, aunque sean originarios de Massachusets y no tengamos la más mínima idea de dónde se ubica tal ente geográfico.

Fue Hollywood, o Broadway, o ambos (ya no recuerdo) quienes hicieron famosa aquella historia entre un adinerado horroroso y una delicada joven de belleza extrema. La Bella y la Bestia lo dieron en llamar, y se convirtió en quintaesencia del amor romántico. No seré yo quien arrebate a la real pareja suazilandesa el derecho a descubrir el verdadero amor, con el paso del tiempo.

viernes, 13 de septiembre de 2013

conciencia revolucionaria

Soñaba Oriente con un futuro libre de yugos y florido de libertades, hace no mucho, cuando aquel revuelo de indignaciones y esperanzas que dimos en llamar Primavera Árabe. Ciudadanos que acariciaban ya la quimera de poder actuar como tales, paseaban banderas como trapos y abrazos como hiedra que soñaba invadir de verde y luz las ancianas reliquias de un poder totalitario. Y aquí, en Occidente, animábamos, desde rotativos y charlas de café televisivo, a esa marea humana que podía llegar a ser, algún día, como nosotros. Y así fue: ellos impresionaron el reflejo desportillado en sangre y dolor de lo que nunca nosotros llegamos a ser, con nuestras manifestaciones de juguete y nuestras airadas proclamas cibernéticas.

Ahora, tiempo después, la realidad hace acto de presencia para recordarnos que cualquier tiempo pasado siempre fue mejor, que era más jugosa la esperanza de un arabismo laico y libre de tropelías dictatoriales que la realidad de un estado de alarma permanente en que distintas facciones de la misma realidad juegan a desbaratar el sueño y retomar el libre albedrío de las cadenas y los decretos.

Pero es aquí que aparece la desnortada línea editorial de un medio impreso hispano a recordarnos que no todos soñaban con la libertad de esos pueblos barbados, con el derecho a manifestar la asfixia que, en algunas, provoca el velo. Resulta que un diario mallorquín intitulado (novedoso e impactante, puro periodismo de investigación) Última Hora, agradece, a las recientes masacres ejecutadas en Egipto por las fuerzas del orden, el que las Islas Baleares verán brotar, cual medusas ebrias, en la arena rancia de sus playas, calcinadas espaldas de orondos turistas europeos que han decidido descubrir qué es eso del dolce far niente insular. O sea que, como en Egipto, la cosa está cruda, ya que viajeros alemanes, británicos y en ese plan, decidirán este año exponer la crudeza de su carne rosada al sol balear. Benditas masacres egipcias, Allah es grande, ya lo dijo el Profeta.

Mohammed Chukri, cortesía de la red
Aún recuerdo el estado de shock que me acometió tras culminar la agreste lectura del aguerrido El Pan Desnudo, del marroquí Mohammed Chukri. Me sorprendió, a demasiado temprana edad, descubrir que en los países árabes, además de mujeres veladas y hombres de mirada adusta y penetrante, serpenteaban alcantarillas y senderos de medina anochecida vicios esperpénticos, malsanas aficciones, invertebrados deseos. Quiero decir que Chukri hablaba (literalmente: Chukri escribía como hablaba) de pedofilia, abusos, drogas, degenerada violencia de género, náusea sartriana...todo un catálogo de perversiones que creíamos, (ególatras) los occidentales, propias de nuestras sociedades. Pero no. Resulta que al otro lado de esa húmeda lengua de 14 kilómetros que separa Europa de África, los humanos ensucian sus realidades más beatas con arrebatos de bofetón intempestivo y fornicación equívoca. Que el sexo no es sucio lo sabemos algunos, que la suciedad se la imprimimos los humanos lo intuyen un puñado más. Chukri expuso su sexo rugoso como corteza de árbol caído en las páginas que nos regaló a quienes, a este otro lado del mundo, el civilizado, creíamos aún en el compromiso social del artista. Que la literatura no ha de ser tropel de panfletos revolucionarios lo saben todos aquellos que no consideran obra de arte El Manifiesto Comunista ni el Mein Kampf. Porque no hablo de revindicar luchas menguadas ni batallitas de papel, me refiero a cumplimentar páginas como si tatuásemos la piel de una virgen con los versículos satánicos de la realidad. Nada más es necesario. Tan sólo ese mínimo esfuerzo supone el compromiso social de aquel que decide perder lo mejor de sus días encorvado frente a una pantalla que escupe dioptrías o un papel cuya blancura es la máxima expresión de la nada.

Igual que Chukri, Naguib Mahfuz que, aun Nobel y fallecido, no ha visto las páginas de su monumental Hijos de nuestro barrio, libremente circulando por las librerías de su país de origen. También exponía, en sus certeros párrafos, las llagas aún palpitantes de la sociedad egipcia y eso, las autoridades, no están dispuestas a permitirlo.

Cierto: en Occidente se puede escribir de lo que a uno le venga en gana. Ya se encarga el mercado editorial de que nunca pueda leerlo lector alguno.

Escribían estos autores sobre la vida vivida y sufrida de humanos que, como nosotros, despiertan cada día cansados, ojerosos y rezongones, sólo para poder anularse frente al computarizado vacío de la oficina con la esperanza de poder llegar a fin de mes. Bueno, es cierto, la mayoría de personajes de los autores citados no conocía más oficina que el tenderete de la Medina bajo cuya sombra se despachan los productos de básico consumo que consumen sus conciudadanos. Economía de subsistencia lo llaman, algunos. No sé qué pensarán que es la nuestra.

No lo sé, ya digo. Pero puedo imaginarlo. Nuestra economía juega a las matemáticas con la sangre de los desfavorecidos, aprende a sumar y restar al albur de las vidas humanas de aquellos que no consideramos humanos porque visten túnica, calzan taparrabos, rezan con el culo en pompa, o consumen drogas ilegales que los Gobiernos aún no han podido catalogar. Salvajes, les llamamos. Con razón, según algunos: tanta Primavera Árabe y lo único que querían era más sometimiento religioso, nada de libertad, la mujer sometida y violada...¡salvajes!...y además son casi negros...

Quizás no comprendimos a tiempo que aquellos revolucionarios árabes ya eran como nosotros, y lo único que deseaban era exportar la violencia a las calles de Occidente, para lograr que más turistas visitaran las Pirámides y solventasen los problemas económicos de numerosas familias. Les salió el tiro por la culata. En eso distan de nosotros que, sabedores de que la revolución sólo conduce a callejones sin salida, decidimos hacerla en facebook, twitter, o entradas de blog como esta.

Porque los occidentales, como sabemos que la literatura no ha de tener mayor contexto social del que tuviesen el Mein Kampf o El Manifiesto Comunista, decidimos utilizar ésta en los periódicos y abrir portada con: "La masacre en Egipto desviará a miles de turistas hacia Balears". Piénsenlo bien: ese titular sea tal vez más comprometido que cualquiera de las novelas de gran consumo que consumimos hoy día. Es, al fin, todo un pormenorizado estudio sociológico de estos tiempos que nos ha tocado vivir.

jueves, 29 de agosto de 2013

al rescate

No ha mucho que asistían, los españoles, entre aterrados e ilusionados, a las previsiones de que los cancilleres europeos decidiesen rescatar su país de nacimiento para lograr que la economía regresase a la senda del despilfarro y el latrocinio de guante blanco. ¡El rescate! Aquello sonaba a telefilme de bajo presupuesto, pero creánme, era alto el monto que precisaban los mercaderes europeos para sacar a flote el desastrado buque del ahorro español.

No llegó el famoso rescate. No, al menos, en la forma que muchos deseaban: una entelequia difuminada que nos transportaría de nuevo a la senda equívoca del buen vivir, del vivir bien, del estado del bienestar que tantos creyeron no sólo apreciable, sino también deseable.

Otros sí fueron rescatados. Aquellos cuyos dedos huéspedes de moneda y timbre (el que avisa al lacayo la hora a que debe estar servida la cena) habían visto mermadas esas ganancias tan bien merecidas por lograr poner en pie un entramado empresarial en que muchos otros lacayos podían ser explotados hasta la saciedad en nombre de la sacrosanta sociedad del bienestar (bienestar, ya saben: tener una televisión que desborde los límites del escueto salón, con muchos canales que hablen a la par de lo mismo; domar los tropecientos caballos que animan ese utilitario lujoso con que pasear el tedio por las avenidas más concurridas y ausentes de la ciudad; poder veranear en Torrevieja, Alicante, de la misma manera que hacían todos los ganadores del Un, dos, tres, responda otra vez que nos alegraba las noches vacías de lenteja y calma de los viernes, pero con güisqui cuatro estrellas; etecé, etecé ad nauseam).

Conocí a un trotamundos belga algo añoso, durante mi estancia en Perú. Trasegábamos cervezas y melancolías en un pequeño hostal de Pisac, en el valle Sagrado que tantas botas de montaña compradas en Decathlon hollan año tras año en busca del merecido descanso y de la desconcertante instántanea manipulada con Instagram que epatará a amigos, familiares y desconocidos una vez quede colgada en el muro de facebook (sí, los muros aún existen, no sólo en Palestina).
El caso es que el citado viajero había decidido emprender un largo periplo terráqueo en que pretendía recopilar hábitos, usanzas y folclores del ancho mundo, con el objetivo de salvaguardarlas del olvido y la ignominia. Recorría senderos en que las viejas costumbres se entremezclan con la agreste lucha por ganar el sustento, tomando fotografías y notas que esparcía entre las páginas sepia de un tullido cuaderno de notas. Según me dijo, fue en Senegal, país por el que disputaron las tropas de ese otro en que él había nacido, donde asumió lo que, como si de una revelación se tratase, él gustaba de llamar "mi misión en la Tierra". Allí, un anciano campesino, logró que la enfermedad provocada por el suave mordisco de muerte y letargo de un malévolo mosquito quedase tan sólo en mera anécdota. Pasó días, el belga, cortejando (muy a su pesar) la muertey el desvarío, y de nada le sirvió su reventón y profesional botiquín médico. Le valieron más los cuidados del anciano senegalés y sus familiares que, durante días, desatendieron incluso las necesarias labores de recolección agrícola que les proporcionaban réditos suficientes para seguir alimentando las numerosas bocas del clan.

Desde aquel entonces, ya digo, el curtido ciudadano belga se empeña en imitar al holandés vecino errante de las leyendas. Y lo hace bien, por lo que puede desprenderse del blog en que recopila distintos modos de vida que habitan en este mundo tan igual para todos los que no se atreven a pasear sus límites aunque, al fin, sean éstos sólo mentales.

Resulta, ahora, que al borde de este precipicio al que se asoman numerosos ciudadanos españoles, emerge el agreste abrazo salvífico del negro que antaño consideráramos sigiloso raptor de nuestros beneficios económicos. Quiero decir que, según anuncia la prensa, el gobierno de Senegal ha logrado, con un cuantioso aporte económico, que las labores de prevención del Instituto de Enfermedades Tropicales de las Islas Canarias sigan avanzando en su lucha contra las afecciones epidémicas que transmiten muchos dípteros.

Podríamos pensar que los senegaleses, al fin y al cabo, son maestros en el arte de la curación. Lo demuestran ahora con los ciudadanos españoles como lo demostraron con el anciano aventurero belga, ya ven. La diferencia es que en nuestro caso, el actual, los senegaleses, más que su sabiduría ancestral, aportan sus medios económicos. Claro, España, al fin y al cabo un país en quiebra, un hervidero de humanos apelmazados entre los semáforos y el suburbano, no puede atender las necesidades médicas de sus gobernados. Menos si estas se generan más allá de las fronteras del Planeta Sur. Los habitantes de las Islas Canarias, esa anomalía, aún viven más cerca de la promiscua jungla africana que del jardín de vidrio hortera y hormigón vicioso de las grandes metrópolis.

Lo importante, al fin, es que una buena porción de españoles ha sido socorrida en el tan cacareado rescate. Y no es un rescate financiero. No se trata de una salvaguarda de ahorros e hipotecas, sino de un madero flotante al que se ansían abrazarse muchos compatriotas a quienes el mordisco de la enfermedad comienza a herirles los bolsillos hasta el punto de no poder seguir con vida por falta de medios. El mismo madero a que se abrazaban los negros de la migración y el miedo, hasta hace poco, para arribar a nuestras costas de resort y pleno empleo.

Todavía hay muchos que hacen pública manifestación de una enfervorecida sensación de vergüenza: ¡negros africanos de países ignotos y salvajes vienen a rescatarnos! A estos sólo puedo decirles: esperen sentados ese otro rescate monetario y...¡que les aproveche! Yo, creo, con el poeta, que esto sólo es un acto de justicia poética y que, tras el rescate, vendrá La Danza de la Muerte y gritaremos

El mascarón. ¡Mirad el mascarón!
¡Arena, caimán y miedo sobre Nueva York!

miércoles, 14 de agosto de 2013

monopolizar las esquinas

Invaden las redes sociales y demás mentideros de La Red, estos días, fanáticas algarabías religiosas ante la gira del nuevo Papa de la Iglesia Católica por países sudamericanos, imagino que a efectos de recolectar votos entre los menos avisados de las tropelías que comete tal institución. Ante la masiva avalancha de noticias al respecto, cualquiera diría que ese anciano de aspecto afable es el propio Mick Jagger sometido a un radical cambio de look...pero no de preferencias.

De todas estas noticias en que, lo lamento, no suelo profundizar, me llama la atención una a la que presto la atención debida. Resulta que la comitiva papal, a su paso por la ciudad de Río de Janeiro, ha debido enfrentar moral y aspecto con la denominada "marcha de las putas". No se alarmen, no quiere decir esto que las asalariadas de la carne hayan decidido hacer bandera de su condición de explotadas para lograr el perdón celestial, no. Lo que ocurre es que esta marcha, iniciada en la norteña ciudad de Toronto para enfrentar los comentarios en que un alta mandatario de la policía decidió recomendar a las mujeres no vestirse "como putas" para evitar acosos, violaciones, vejaciones varias, ha decidido acompañar al nuevo Pontífice en su tour brasilero. Más color, y coherencia, sí han añadido a la festiva festividad religiosa, para qué negarlo.

Me pregunto cómo habría sido si las verdaderas putas hubiesen decidido hacer la calle, con su muestrario de ínfimas minifaldas eléctricas junto al mandatario de costosa y discreta falda nívea. Pero sólo se trataba de hombres y mujeres que salían a la calle para reivindicar su libertad sexual, religiosa, moral...esas cosas, y que nunca más nadie les acuse de ejercer la prostitución por emplear las vestimentas que más acordes con su estado de ánimo consideren.

Recuerdo la revancha de baldosas y acústicas al paso de las prostitutas de Montera, la grieta breve de unos labios ajados cuajando letanías de precio y desinhibición a mi paso, la negra oscuridad de la mal llamada trata de blancas, la minifalda colegial de aquella colegial del este, el paseo indómito de los domingos aderezado por la impertinencia de semáforo de las muchas jóvenes que ofrecen su cuerpo a los viandantes que sólo andan en busca de nuevos utensilios con que rellenar el vacío de sus vidas, allí, en Montera o Tres Cruces, tan cerca de la gran Vía, tan a la vista de la multitud de las compras y el fin de semana marchito.

Madrid, en invierno, es un hervidero de paraguas mal diseñados. En verano, un abrevadero de sudores extraviados. Siempre, un desbarajuste de calles y personas, un semillero de procacidades y esquinas, un manantial de compraventas en que todo lo que deseemos porta una etiqueta con su precio. En el caso de las putas, al contrario de lo que ocurre en los grandes almacenes, este precio es negociable. Como lo es su carne de hastío y su beso de pintalabios desaseado. No marchan, las putas de Madrid, para defender sus derechos. Hace tiempo que tomaron consciencia de no tener derecho alguno. Yo paseaba y sonreía tratando de no incomodarlas con mi negativa. Como el Papa, supongo, sonríe a los infieles que claman su desapego doctrinal y su ansia de libertad. No así sus seguidores, como tampoco el mayor porcentaje de viandantes madrileños.

Madrid también fue visitado por el Papa (el anterior), hace un tiempo, y las putas madrileñas (que no son de Madrid, como no lo son los miles de madrileños que de tal se precian) hubieron de ver socavada en sombras la goriosa luminosidad de sus pieles maltratadas. Militantes del exceso, beatas del pecado, feligresas de la culpa, animan el jolgorio multicolor de la compra y el multicine con su sombra de culpa y deseo inconcluso, pero sufren el martirio de pretender ser ocultadas por aquellos que desean abolir el milagro que su piel de caricia y espanto proclama.

Cuentan que fue hace siglos, quizás demasiados, cuando un barbado aprendiz de profeta defendió de la pedrada del odio y el esputo de la hipocresía a una tal María, vecina del pueblo de Magdala. Hoy, las jóvenes huestes beatas del Papa de Roma, increpan y pretenden agredir a aquellas/os que deciden unirse a la Marcha de las Putas. Hoy, en Madrid, como en tantas ciudades, los feligreses de la decencia y lo políticamente correcto pretenden hurtar a sus hijos la poco militar visión de un ejército de sombras militantes del desahogo sexual. Son las putas, las de verdad, esas que incineran sus vidas al ritmo  de la insatisfacción de quien aún posee en el bolsillo un puñado de monedas. Monedas como piedras que, aún, a pesar de las evangélicas enseñanzas, muchos gustan de enarbolar antes de lanzarlas contra el objeto de su ira.

Afortunadamente quedan poetas prestos a cubrir con palabras como cálidos ropajes, la herida fresca que toda puta porta en su bolso de mano, junto a preservativos, lubricantes, tabaco y toallitas higiénicas. ¿No me creen? Acudan a la librería en busca de las Esquinas del gran Pepe Pereza.

miércoles, 31 de julio de 2013

ojalá...

Nos agasajan las cabezas pensantes de la televisión pública española, estos días, con tremebundas recomendaciones que más de uno, en vez de criticar, debería quizás tener en cuenta. 
Como muestra un botón: ante el acuciante problema del paro, la ausencia de horizonte laboral (según algunos lo laboral es vital, lo digo por si alguien no ha reparado en la gravedad de no poder ser empleado en ninguna cadena de producción de las muchas en que han convertido esta feria de vanidades que es la vida occidental), la carencia de ingresos, recomiendan los noticiarios públicos dedicarse al rezo y la oración (católicas, of course). Según la información a que hacemos referencia, el rezo como alivio de la ansiedad que pueda provocar el desempleo sostenido en el tiempo es recomendado por los más afamados psicólogos (¡ay!, si Otto Rank levantase la cabeza). No sé, afortunadamente no sufro tales ansiedades, pero tal vez no sea mala terapia la que dictan los informativos, ya digo.

Hace poco decidí emplear el breve tiempo que paso ante la pantalla en visionar un film canadiense de reciente estreno y afamada polémica, Inch'allah. Quizás atraido por ese ojalá mahometano, tan grato a mi oído, tal vez por las críticas con marcado cariz político que había despertado en ciertos sectores de la sociedad.

Aparte de controversias, pude disfrutar/sufrir una narración cinematográfica de rotunda y desgarradora honestidad, filmada con pulso firme a pesar de los terremotos emocionales que sus imágenes y silencios puedan llegar a causar. Una nueva historia situada en el eterno conflicto entre Palestina e Israel, un nuevo catálogo de las inmundicias a que pueden conducir los vericuetos del poder y el afán de superioridad que se aposenta en las rancias enseñanzas de antiguos dioses que nunca debieron haber visto la luz. Pero en esta ocasión pude acercarme a los rostros, sentir su respiración, observar el desarreglo de las líneas que mal escriben las vidas de demasiados inocentes y de no pocos culpables, sin perder por un momento la noción de que uno y otro concepto pueden ser perfectamente intercambiables. 

En la película, una de las protagonistas, palestina, asiste impotente al fallecimiento de su primer hijo por obra y gracia de las leyes de esa nueva selva en que florecen muros en vez de árboles, documentos en lugar de hojas silvestres. Lamento el spoiler (¿lo he escrito bien?) que sigue, pero sin él no tendría sentido esta entrada: la citada mujer decide acallar las voces de angustia que desgarran su latido haciéndose inmolar con el ánimo alevoso de llevarse por delante a todo aquel que pasea una de las más transitadas calles del Jerusalén en llamas alrededor del que giran las nefastas consecuencias de tanto odio soterrado. Hasta alcanzar ese anticlímax violento y desgarrado, la película nos ha regalado una galería de personajes cuyas más íntimas dudas podemos advertir y compartir, nos ha situado en el ojo del huracán de la ignominia y el desprecio, nos ha paseado por calles como campos enlatados y por interiores como madrigueras infames, y ha vapuleado nuestros sentimientos para lograr que seamos un poco más humanos.

Pienso que la joven suicida de la película no tuvo la fortuna de contemplar en televisión las recomendaciones de entregarse al rezo para calmar la angustia de un futuro sin horizonte, ni laboral ni vital. Aunque, tal vez, sí que asistió a otra de las noticias de alto valor informativo que nos regaló, hace unos días, la televisión pública española. Nos advertían, en esta ocasión, de los riesgos que encarnan las procaces actitudes de no pocas adolescentes que se entregan sin reparo alguno a la cuestionable moda de vestir ropas provocativas de esas que muestran mucho más de lo que ocultan. Afortunadamente, acompañaba la preventiva información la opinión de más de una sufriente madre que tiene que asistir a diario al vergonzoso espectáculo de contemplar a la sangre de su sangre convertida en poco más que una prostituta de extrarradio. El punto de vista humano, siempre ayuda a comprender las desgracias que asolan la Madre Tierra.

Decía en un inicio que no deberíamos menospreciar las recomendaciones del Ente Público. Tal vez la joven musulmana de Inch'allah sólo pretendía calmar la ansiedad que le provocaba apurar a sorbos amargos una vida sin horizonte, sin puesto de trabajo remunerado, entregándose al más puro de los rezos que puede conocer el humano: ése en que el feligrés entrega cuerpo y alma a su Dios. De paso, por el camino, se lleva a unas cuantas jóvenes de ésas que visten minifalda para lucir más vistosas. Basta una explosión para calmar la ansiedad y dejar vacantes un puñado de puestos de trabajo...los de aquellos que, a causa de la deflagración, ya no llegarán a la oficina al día siguiente.

Si se encuentran en paro y les hieren las noticias televisivas, les recomiendo pasar por el cine a ver Inch'allah. No calmará su angustia, pero tal vez, después, decidan dedicar un par de horas al rezo, y reencuentren la calma en la seguridad de que un Dios, allá arriba, cuida de ustedes. ¡Ojalá!

domingo, 14 de julio de 2013

bienaventurados los viciosos

Vengo del abandono vegetal del Trópico, de la desbandada de guacamayos ensuciando de color la noche de la jungla, de charlas como paseos en compañía de tu propia sombra, cuando ésta, más que oscuridad, es alergia de luz. Vengo, por resumir, del Paraíso. Y no hay serpientes parlantes ni manzanas de doble filo a la luz de los farolillos que agasajan la palabra y la camaradería inauguradas por la espuma de unas cervezas que no pagan más impuesto que el de la ebriedad bien entendida y mejor compartida. En el Trópico, ya digo, compartir un trago es alargar el momento del diálogo y la cercanía.Y regresar al catre es intentar anular el recuerdo de aquellas noches incendiadas en nicotina y alta gradación alcohólica de una juventud que ya apenas creo haber vivido.

Pero la memoria juega al escondite y se aparece, de tanto en tanto, como queriéndonos advertir que nunca fuimos tan presentables y dignos de confianza como aparentamos a día de hoy. Es entonces que me atropellan recuerdos de noches gastadas al ritmo de rock de garrafón y tabaco intoxicado en THC, alboradas como revoluciones de la nada en que escondíamos nuestros más vivos deseos, cuando la ebriedad y la ausencia de horizonte tiznaban de melancolía los placeres y los días.

"¡Vicioso!", te decían tus padres, cuando el vínculo fraterno se deshilvanaba en las frases inconexas con que intentabas animar la humilde cena familiar, regresado del tráfago de alcohol adulterado, revestido por un aura de nicotina festiva y torpeza de fin de semana.

Y "una cosa es libertad, pero otra bien distinta es libertinaje, así va el país", escuchabas mascullar a tu progenitor, indignado ante tu aspecto de mendigo de centro comercial dos en uno. Él trabajaba duro para poder proveerte educación y alimento, y tú malgastabas el frágil vidrio de su sudor entre nubes de alquitrán y monóxido de carbono, sumergías sus esfuerzos en mareas de Johnnie Walker más fraudulento que tus sueños de un futuro prolijo en felicidades y experiencias.

Regreso del paraíso y leo (prensa cibernética) que en mi tierra de origen han vuelto, los lúgubres teleñecos del mercado, a subir los impuestos al alcohol y el tabaco, una vez más, amparados en su contradictorio socialismo de todo a 1€, ése que les obliga a cuidar de la salud y el porvenir de sus votantes con más encono quizás que el bolsillo de sus propietarios. Y es que el vicio siempre hiere, tanto al organismo humano como al sistema, parece. Los mismos gobernantes del miedo y el tedio oficinista juegan a mermar, por otra parte, la delicada salud de aquellos que les auparon a la grupa insaciable y bailarina del más vicioso de los poderes, y privatizan hospitales, deniegan auxilio médico, tarifican a precio de Givenchy las medicinas y las intervenciones quirúrgicas, ponen cerco a la puerta que intitula como URGENCIAS los desastres a que da la bienvenida.

Mi padre, así me lo dice (conexión cibernética), añora mi vicioso retorno. Tal vez, y eso no me lo dice, para que adquiera vino del caro y, de esta forma, además de celebrar el reencuentro, pueda yo aportar mayor porción de impuestos con que poder cubrir el agujero del gasto médico. Tal vez los tributos que el Estado me intervenga por obra y gracia de mi desmedida ingesta de alcohol y tabaco puedan facilitar que el sistema abone las medicinas que mi padre ya no puede pagar. Tal vez, con mis vicios, pueda él seguir malviviendo un par de años más.

Y yo viniendo del paraíso, donde los vicios son de contrabando. Allá (no todo es perfecto) creen en Dios y en Jesucristo. Yo creo en el Estado, que vela por nosotros con igual celo que el mesías cristiano.

¡Amén!

viernes, 21 de junio de 2013

un domingo después de la guerra

De tapadillo y como con miedo a saben Dios o el Diablo (hay quien asegura que ambos son el mismo ente) qué gobernantes sin rostro, dejan entrever algunos diarios (los menos) entre sus cibernéticas páginas, el prepotente acomodo de gobiernos y comercios en la cálida butaca de la guerra, ese fraternal intercambio de ruindades que el hombre tiene como único modo de hacer patente su hombría. Nada nuevo. Racimos de explosiones que revierten el curso natural de la sangre para enajenar de suciedad y pánico los campos minados del olvido. Flamígeros vuelos de buitres de acero inoxidable y deyección mortuoria. Resentidas ráfagas de escarnio rebanando miembros a los miembros del bando contrario. La guerra, o sea, con buenos y malos, como en las películas. Aunque en la realidad deberíamos comenzar a plantearnos quién es realmente el malo de esta película de alto presupuesto.

Como digo, son escasos los noticiarios que nos informan de este nuevo paso hacia el abismo por el que los países miembros de la hace poco laureada Unión Europea (¿no lo recuerdan? El pasado año, o este, ya no recuerdo, tan gloriosa entidad recibía el Premio Nobel de la Paz) rechazan una petición, encabezada por el gobierno cubano y secundada por todos los países del orbe "latino", de que se promueva el Derecho inalienable de todos los pueblos (sí, también los europeos) a la Paz. Lamentablemente, la prensa que se atreve parece hacerlo con la única intención de seguir desvelando los desvelos del gobierno español por alcanzar la meta en esta loca carrera de idiocia e insensatez en que están convirtiendo la vida de no pocos ciudadanos. Más política, o sea. No hablan de la negativa de EE.UU. porque ahora gobierna allá un negro que sonríe a todos y además es muy de izquierdas (eso dicen).

Allá cuando el mordisco enajenante de la adolescencia comenzaba a mermar la osamenta esquiva de mis neuronas, tuve la fortuna de leer Un domingo después de la guerra, ese nuevo puñetazo en la boca del estómago que el genial Henry Miller quiso propinar a Occidente. Inauguraba aquel catálogo de visiones y vivencias un texto que clamaba Buenas noticias: ¡Dios es amor!, en que el bueno de Miller recorría con su prosa despiadada kilómetros de tierra estadounidense sólo para hacernos ver la génesis de todo lo que estamos viviendo hoy día. Miller como profeta, aún a su pesar, recapitulaba las sangrías a que los actualmente orgullosos norteamericanos habían sometido a los originales pobladores de esa tierra que hoy abonan de petróleo podrido y dólar de ida y vuelta, para pasar de inmediato al tiempo actual y vislumbrar un futuro que ya está aquí, parece, para quedarse. Un futuro en que la maquinaria perfecta de la guerra ha insuflado el miedo suficiente en el ciudadano de a pie para que tome las armas y defienda "lo suyo", sea este concepto lo quiera significar.

Europa navega hoy el lodazal de sangre y vómito de la civilización que no llega, con los mercados como timoratos timoneles temerosos de decir su última palabra, ésa que ponen en boca de gobernantes y demás infelices para que el pueblo no dude de la bondad de su causa, que sólo pretende dotar sus miserables vidas de aparatitos y menudencias de las que ayudan a que el prójimo te mire por encima del hombro con envidia y deseé seccionarte la yugular para hacerse con el automóvil que pilotas y que él nunca podrá porque eso precisa trabajar duro, medrar en la empresa, lamer varios de los despachos en que aposentan sus aparatosas posaderas los reyes del infortunio y vuelta a empezar. Qué importa, pues, una guerra más, si ocurre lejos de nuestras fronteras y no acaba con la Tour Eiffel o el Taj Mahal que tanto soñamos con visitar durante nuestro próximo período de libertad condicional (vacaciones, lo llaman) si trabajamos duro y logramos que la suegra se quede al cargo de los retoños. Ya digo, qué importa si permanecen en pie las 7 nuevas maravillas del mundo porque las del mundo antiguo quedaron depredadas y extintas al paso brutal de lobotomizadas tropas de guerreros a quienes se aseguraba un mendrugo de pan a cambio de desvencijar el físico demediado del oponente.

¡Guerra!

Brenda Venus, última amante de Henry Miller (cortesía de "la red")

¡Guerra!

Sí, guerra: estado natural del ser humano. La paz...¿quién desea la paz? Es evidente. Todos desean la paz: una paz hecha de jirones de sangre ajena y telas mal cosidas por los niños de la explotación mercantil. Una paz en que aposentarse a la llegada del trabajo, de ser posible sin tener que soportar la reprimenda de la mujer por haber ido a tomar, con los compañeros de oficina, esa copa a cuya líquida sombra poder comentar, con simulada calma y baba mal digerida, las físicas bondades de la voluptuosa secretaria que ha logrado que en estos días el fútbol pase a segundo término en las conversaciones de pasillo rancio y cigarro mal apurado.

Así pues: loable la honestidad brutal de la Unión Europea y sus secuaces, con España a la cabeza, al no permitir que se pierda más tiempo en redactar otra, la enésima, declaración de buenas intenciones. Guerra, es lo que necesitamos. Vender nuestras armas para que los operarios que trabajan en la factoría que las provee a gobiernos corruptos del tercer mundo sigan manteniendo un salario que les permita darse una alegría, de vez en cuando, invitando a la parienta a un spa todo incluido. 

Claro que, deberían, los gobernantes, tener en cuenta que, en ocasiones, la guerra da inicio entre la ciudadanía que abandona la ensoñación para enfrentear la realidad más cruda. Como en Turquía, por ejemplo. ¿Que no estáis al tanto? Perdonad, olvidaba que la prensa internacional es prensa e internacional porque sutilmente extirpa la realidad a sus lectores mientras les incita a consumir el periódico del domingo al que acompaña un DVD con el mejor cine de autor y un tropel de páginas con el peor chismorreo de patio de vecinas. Pero...¿acaso no tenéis internet?,  ¿a qué esperáis pues para informaros? "En realidad, ¿qué vemos y escuchamos en la actualidad? Lo que los censores permiten que veamos y escuchemos, y nada más (Miller dixit, lo de Nostradamus era un fake).

Parece que en Turquía suenan tambores de la guerra. 

"Hace unos instantes salí a tomar un poco de aire. Había vuelto a la Rusia zarista. Vi a Iván el Terrible seguido por una cabalgata de esbirros con hocico de perro. Eran ellos, los cosacos, armados con cachiporras y revólveres. Parecían hombres que obedecen con celo, hombres que tiran a matar por la menor provocación. Sólo verlos inspira odio y rebelión. Uno quisiera bajarlos de sus arrogantes monturas para aplastarles ese grueso cráneo que tienen. Uno querría acabar con esta clase de ley y orden." (Miller dixit, repito).

Turquía, Grecia, Chipre, Brasil...el tercer mundo lo dejo para otro momento, ni siquiera reconoceríais los nombres.

Sinceramente, esta entrada pretendía portar un glorioso y trabajado hilo narrativo, pero me puede el básico instinto humano de reivindicar la guerra. A ver si comienzo a pensar en poner en pie un imperio textil, por ejemplo, y adoctrinar a los gobiernos de turno para que sigan vendiendo armas a esos otros gobiernos que puedan mantener el régimen de esclavitud que preciso para que mi ropa se venda rápido y barato.

Luego llega el domingo, paseo mi aureola de perfume caro por las calles de la ciudad, me acerco hasta el quiosco, departo amigablemente con el somnoliento quiosquero, doblo la prensa y la coloco bajo mi brazo como hacía mi madre con el pan cuando aún era fragante sudor de panadero y lágrima de harina, vuelvo al hogar y espero la comida informándome de la situación mundial. Pero aún no es el momento, eso ocurrirá sólo un domingo después de la guerra...y la guerra sólo dura el intervalo de tiempo que quienes pagan a los mass media consideran necesario. Es entonces que desplegaremos la insulsa geografía de tinta y árbol marchito para leer:

Buenas noticias: ¡Dios es amor!

P.S.: la foto que ilustra este texto, como su trazado, es equívoca...pero, al contrario que éste, es deliciosa...acudan a la wikipedia, y piensen en los denostados hippies...

martes, 11 de junio de 2013

a tientas

Recuerdo aquellas noches en que la luz moribunda de alguna farola procaz coloreaba gajos de sombra en nuestra piel erizada por los embates del sexo urgente y el beso furtivo. Las calles de Madrid siempre reservaban una parcela de adoquín y sombra ajena a las indagatorias pesquisas del alumbrado público.

Regresábamos exhaustos de la batalla absurda (¿alguna no lo es?) del alcohol y las drogas blandas, por calles que nunca encontraban el camino de regreso al hogar, rutas que moldeaban laberintos de los que no deseábamos conocer la salida, porque nuestros besos etílicos deshacían la noche en un cataclismo de urgencia y deseo. Era tarde, y a la desorientación propia de una noche de barra en barra se añadía aquella con que, intolerante y siniestro, pretendía equivocar nuestros pasos el callejero madrileño. Habíamos sido afortunados aquella noche, la niebla de humo y guitarras afiladas del bar de copas se había disipado por un instante para que bebiésemos del manantial ebrio y lascivo que desbordaba las pupilas inmensas de una ninfa de cabello excesivo y supuesto tacto de tabaco y miel. Al acostumbrado intercambio de frases que no hallaban el predicado, seguía la despedida al grupo de amigos que tocaba guitarras inexistentes esperando su turno para el billar, y el hallazgo tembloroso de unas calles iluminadas por farolas que parecían querer corregir nuestros pasos. Buscábamos la oscuridad frondosa de los parques, o la opacidad sucia de callejones sin salida, tal vez la tiniebla culpable de las piscinas vacías de agua y repletas de carteles de PROPIEDAD PRIVADA PROHIBIDO EL PASO. Ansiábamos la habitación vacía de luz en que nuestros cuerpos pudiesen iniciar la danza errónea del amor.

Era fácil, antaño, encontrar en Madrid breves receptáculos de negrura en que saciar feroces apetitos y equívocas frustraciones a escondidas de miradas y reprobaciones. El alumbrado público brillaba por su ausencia. Después llegaron los tiempos de la fulgurante compraventa, los escaparates como galaxias y las futuristas avenidas de papel couché, y Madrid era una fiesta...de luz eléctrica y noche apócrifa. Tuvimos que buscar pensiones de sopa fría y madera crujiente, hostales de trasiego carnal y conserje moribundo de tedio en que paliar los narcotizantes efectos de la pasión a medio desvestir. Desnudamos nuestros cuerpos en alcobas de orín y horas muertas, nos tumbamos sobre colchones acuchillados de billete gastado y esperma caduco, y encendimos la lamparilla de noche para mejor escapar de la triste y breve parcela que acotaba su halo de luz menesterosa.

Años después, cuando ya el deseo se acomoda entre franelas y cotidianidad, me alegra saber que los tripulantes de esa nave perdida en el espacio que es la política han decidido, como medida de ahorro, talar el bosque de acero y esplendor de las farolas madrileñas. Como unas 17.500 o así aseguran ir a desmantelar. Me pregunto a qué municipal cementerio de residuos irán a parar las farolas, con todo su séquito de besos huidizos y felaciones discretas. Pero pienso que Madrid, ahora, huérfana de luz, recuperará su memoria de extrarradio y parquedad, y las parejas de fin de semana tendrán mayor posibilidad de dar rienda suelta a sus instintos lejos de miradas indiscretas.

Claro que, creo, tales parejas habrán de buscar la oscuridad del barrio obrero, la soledad de las calles proletarias de la ciudad. Parece ser que el mayor número de farolas será extirpado de los barrios asfaltados con el sudor de jornada intensiva y salario escueto de quienes se ven obligados a hacer de su vida un eterno retorno de trabajo anodino y mal pagado, y esos, ¡ay!, creo que no utilizan las calles para perpetrar el crimen del amor escabullendo su coreografía húmeda a la luz de las farolas. Esos caminarán ahora, de regreso nocturno al hogar, más intimidados por la posibilidad de sufrir un atraco, un asalto, tal vez una violación atenuada por la ceguera de luz de esas farolas que ya habrán dejado de existir para mejorar la economía de quienes continuarán paseando su lujo de trajes cruzados y calzado de firma por las avenidas absortas en falacia y fulgor de la gran ciudad.

Bien mirado, tampoco es tan dramático: Madrid recuperará al fin su esencia de capital medieval en que el hambre, el miedo, la violencia y el hastío repliegan tropas a los palacios de invierno del extrarradio, para mejor dejar brillar el fastuoso fasto de las adineradas avenidas de postal turística y vida en otra parte. O sea, que Madrid volverá a desperdigar su confetti de fiesta caducada a la sombra de noches que llegan antes de tiempo, y nosotros volveremos a caminar por sus calles como lo hacíamos por los cuerpos hembra que suponíamos venían a salvarnos del naufragio de la juventud...a tientas.