Mentiría si dijese que lamento repetirme y traer de nuevo, en tan poco tiempo, a este desquiciado rincón, al sublime artesano de palabras, el amado artífice de sensaciones, el autor, poeta, genio Francisco Umbral.
Llegará la canícula feroz de un agosto de fierros y soles incandescentes para remozar las ilusiones de la vacación y el sosiego. Y será entonces que habrá transcurrido un lustro desde que la magia de la palabra dejó de trazar filigranas en las páginas de la literatura española. Cinco años desde que la prosa castellana quedase huérfana, ¡ay!, quizá por siempre.
Me encontraba yo, por aquellos días, disfrutando de la enmarañada recolecta de callejas que la eterna ciudad de Oporto quiere desembocar en las mordisqueadas lindes del Duero. Saboreaba con deleite los tallos tiernos del amanecer, asomado a la baranda de los barcos pesqueros y la ropa tendida. Y, de repente, sin previo aviso, con la súbita violencia de la sorpresa, supe del fallecimiento de mi amado autor.
Juro que juré no dejar en el olvido la exhuberante cosecha lírica con que el verano del poeta quiso inundar la soledad de mis estancias más íntimas. Cinco años después pude cumplir la promesa y, ayer, el recuerdo de Francisco Umbral embraveció mis palabras y golpeó las cuerdas del arpa desvencijada de mis sentimientos.
No he gustado de mencionar nunca nombres en este desquiciado rincón en que me refugio, más allá de los que forman parte de mi enmarañada galería de hermosos y malditos: músicos, poetas, artistas... Pero vengo hoy aquí sólo para iluminar un fresco regato de nombres que sirven para identificar a personas más hermosas y menos malditas que aquellas. Las personas cuya compañía tuve ayer el honor de compartir, durante la presentación de mi novela, Los Cuadernos del Hafa.
Sabéis todos quienes sois, y de sobra conocéis, la mayoría, lo que para quien escribe significáis. Pero al torpe murmullo de las páginas de mi novela o de las letras con las que, aquí, pretendo sembrar efímeras bellezas, habéis acudido otros. Nuevos compañeros de travesía, novicias promesas de amistoso futuro, camaradería tierna y trago largo. Son vuestros nombres los que quiero que inauguren hoy una nueva galería. No de hermosos y malditos, no, sino de hermosos malditos.
Pero resulta que, puesto a la labor, encuentro vacío el sucio bolsillo en que gusto de guardar las palabras, y me falla la sintaxis. Sé, y de antemano lo reconozco, que me quedaré corto y no seré capaz de expresar mis sentimientos, pero no quiero dejar pasar el tiempo. Perdonadme el torpe intento, que al menos lo es. Perdonadme todos:
Marisa con tu pausada sonrisa de tímido fado tierno.
Sole con tu caricia de cálido musgo y corazón cantarín.
Esther con la daga tierna de la sinceridad a flor de labio.
Maica con el susurro de la poesía iluminándote el gesto.
Chema con el temblor de la sorpresa en el bolsillo del corazón.
Inma con la franqueza mordiendo el vino de tu sonrisa.
Llegará la canícula feroz de un agosto de fierros y soles incandescentes para remozar las ilusiones de la vacación y el sosiego. Y será entonces que habrá transcurrido un lustro desde que la magia de la palabra dejó de trazar filigranas en las páginas de la literatura española. Cinco años desde que la prosa castellana quedase huérfana, ¡ay!, quizá por siempre.
Me encontraba yo, por aquellos días, disfrutando de la enmarañada recolecta de callejas que la eterna ciudad de Oporto quiere desembocar en las mordisqueadas lindes del Duero. Saboreaba con deleite los tallos tiernos del amanecer, asomado a la baranda de los barcos pesqueros y la ropa tendida. Y, de repente, sin previo aviso, con la súbita violencia de la sorpresa, supe del fallecimiento de mi amado autor.
Juro que juré no dejar en el olvido la exhuberante cosecha lírica con que el verano del poeta quiso inundar la soledad de mis estancias más íntimas. Cinco años después pude cumplir la promesa y, ayer, el recuerdo de Francisco Umbral embraveció mis palabras y golpeó las cuerdas del arpa desvencijada de mis sentimientos.
No he gustado de mencionar nunca nombres en este desquiciado rincón en que me refugio, más allá de los que forman parte de mi enmarañada galería de hermosos y malditos: músicos, poetas, artistas... Pero vengo hoy aquí sólo para iluminar un fresco regato de nombres que sirven para identificar a personas más hermosas y menos malditas que aquellas. Las personas cuya compañía tuve ayer el honor de compartir, durante la presentación de mi novela, Los Cuadernos del Hafa.
Sabéis todos quienes sois, y de sobra conocéis, la mayoría, lo que para quien escribe significáis. Pero al torpe murmullo de las páginas de mi novela o de las letras con las que, aquí, pretendo sembrar efímeras bellezas, habéis acudido otros. Nuevos compañeros de travesía, novicias promesas de amistoso futuro, camaradería tierna y trago largo. Son vuestros nombres los que quiero que inauguren hoy una nueva galería. No de hermosos y malditos, no, sino de hermosos malditos.
Pero resulta que, puesto a la labor, encuentro vacío el sucio bolsillo en que gusto de guardar las palabras, y me falla la sintaxis. Sé, y de antemano lo reconozco, que me quedaré corto y no seré capaz de expresar mis sentimientos, pero no quiero dejar pasar el tiempo. Perdonadme el torpe intento, que al menos lo es. Perdonadme todos:
Marisa con tu pausada sonrisa de tímido fado tierno.
Sole con tu caricia de cálido musgo y corazón cantarín.
Esther con la daga tierna de la sinceridad a flor de labio.
Maica con el susurro de la poesía iluminándote el gesto.
Chema con el temblor de la sorpresa en el bolsillo del corazón.
Inma con la franqueza mordiendo el vino de tu sonrisa.
Manuel con la festividad de la carcajada deshilvanándote el rostro.
El tipo del sombrero que vivió en Tánger...con el insólito arrebato de lo imprevisto...
Sois más, lo sé, muchos más. Pero ya no recuerdo si llegásteis, los que no he nombrado, al calor del humo del hachís que se disuelve en las terrazas del Hafa o estábais ya en el Cuarto de los Veteranos esperando mi presencia. Sí puedo aseguraros, a todos los que ayer arropásteis el obsceno desnudo de mis ilusiones, que sois la esperanza que el mundo reclama y no comprende que llegó ya, para quedarse. Sois y seréis todos poesía, y hoy, lejos de Oporto, cerca de ningún lugar, renuevo la promesa que me hice resbalando el empedrado sutil de sus calles, y certifico que no caerá en el olvido el aterciopelado aguacero de vuestros abrazos, como no lo ha hecho la prosa gloriosa de Francisco Umbral
Grande Pablo, un corazón como el tuyo se merece todos los demás.
ResponderEliminarZs
Como ya te comenté, me encantó la cálida atmósfera que se respiró ayer en una de las muchas cuevas cerca de la Porta del Sol. No suelo acudir a muchas presentaciones, pero esta no podría perdérmela. Y, ahora, encuentro aquí esas dulces y simpáticas palabras. ¡Qué pluma! :) Muchísimas gracias, Pablo.
ResponderEliminarLas gracias son para ti Pablo. Y si quería decirte que me encantó la presentación de ayer, la que más me gustó de las tres,fue la que más contó de ti, de ti a través de tu libro, y de ti en relación a tu libro. Me gustó mucho la forma del presentador de quedar en un segundo plano y darte a ti la voz, que de eso se trataba. O al menos es lo que a mi me interesa oir de vosotros los autores...que le lleva a uno a poner un punto en un determinado sitio...
ResponderEliminarComo siempre y como nunca, es cierto fue la presentación mas emotiva, mas cercana, mas pura y con un agrio sabor a despedida.
ResponderEliminarSiempre pienso que lo mejor esta por llegar, y ahí tenemos esa oportunidad inmensa, brindemos por esos lugares latinos por descubrir, por esas emociones no nacidas, aquí ya has sembrado la semilla de la inquietud.
Brindo por todos los que estuvimos allí.