De nuevo un alijo de hachís hallado en un almacén portuario de la ciudad que nos hace de frontera con nuestros vecinos del sur. De nuevo los escuadrones de la Guardia Civil ejercitando despliegue de cuadrillas y efectividad. Varios detenidos, alguna que otra foto, tomada de soslayo, y brevemente difuminada para evitar publicitar los rostros de los delincuentes. También, los de los agentes del orden encargados de la redada.
Llega el verano y los furgones que atraviesan el Estrecho de Gibraltar, a lomos de titánico y ferruginoso ferry, cargan en sus estómagos mecánicos toneladas de pescado, sí, pero también de hachís apaleado destinado a invadir los parques de la adolescencia patria. Y, por supuesto, de tanto en tanto, cargan en sus bajos (los camiones) un racimo de niños enganchados al pegamento que se encaraman a los fatídicos travesaños de la mecánica motorística huyendo del hambre y la miseria. Tanto da: drogas, críos, peces... Los camiones atraviesan el Estrecho y, alcanzada la otra orilla, desperdigan su mercancía de hambre y opulencia (a partes iguales) en las veredas autosuficientes de esta civilización que pretendemos hermética. Muchos de los que reciben tan dispar contrabando sonríen y aprecian el bulto como si fuese un regalo de cumpleaños.
Resulta que la vida, también, al igual que los camiones que cruzan la frontera, te hace regalos envueltos en la agradecida silueta de personas que sonríen, personas que se te acercan con una cosecha de sincera sonrisa en los labios, personas cuyo caminar despierta ventiscas de sueño y deseo, personas que electrocutan el generador eléctrico de tus noches e iluminan apagones en la coherencia inhóspita de tus costumbres.
Tomas consciencia de que deseas destrozar a dentelladas el envoltorio para gozar el regalo, pero temes demasiado dañar lo que el embalaje esconde. Tan grato es, tan imprescindible ya lo encuentras al transcurrir de tu vida.
Es lo que ocurre con los regalos, hay un momento inicial de desconcierto, al recibirlos. No sabes dónde colocar la droga, ignoras qué hacer con el niño, dudas acerca de cómo cocinar el pescado. Temes consumir en una sola noche el kilo de costo, dañar con tu caricia de fango la sonrisa tímida del infante, estropear en el horno viejo de tus salivaciones ese pez que tan libre dividía, ayer, los mares y las horas.
La vida, repito, de tanto en tanto, te regala la presencia de una persona. Dudas, te preguntas qué hacer, temes romper tan perfecto obsequio. Te atenaza el pánico al pensar que algún intrincado sendero te arrebate a quien el azar o la fortuna han colocado entre tus brazos. Sólo ante la posibilidad de perderlo de vista te sientes único superviviente de un naufragio de besos recién nacidos. Cuando la vida se te ensucia de amarguras y desengaños divisas en tu estrecho horizonte la brutal incandescencia de la belleza sincera y enamorada. Si eres lo suficientemente valeroso te asomaras al balcón inconcluso de un abrazo tierno, y reprimirás los impulsos de la lengua pero lograrás balbucear algo así como: me gustaría arrancarte y comerte el corazón. Y sabes que no te atragantarás, no, pero temes una nociva, definitiva y postrera digestión. Es por ello que prefieres no tocar el regalo, no desenvolver el paquete y seguir imaginando cuán delicioso podría llegar a ser, una vez desnudo de envoltorios, entre tus brazos.
Es lo que pensará, supongo, el Guardia Civil encargado de la confiscación de esos kilos de hachís. A través del pixelado de la pantalla del televisor adivinamos su mirada codiciosa y glotona, pero no toca la droga, sólo la muestra ante las cámaras. Imagino que se sentirá orgulloso por el deber cumplido, pero pánico me da pensar en las pesadillas que esa misma noche atragantarán su inconsciente. Deber cumplido o delito cometido sólo es cuestión de corazón.
Yo, cobarde y sospechoso, me refugio en las palabras, aunque no encuentre las oportunas. Fumo y tomo café certificando, como los budistas, que la flecha arrojada, la palabra no dicha, la oportunidad despreciada son las tres grandes pérdidas sin retorno. Hoy, tras despedir esta tierra con un cigarro y un café que lleva nombre propio, tomo entre mis manos un paquete de libros y emprendo el trayecto inverso al de los camiones que trajeron el hachís a nuestras costas.
Mi plan principal permanece intacto: arrancarte y comerte el corazón.
Buen viaje!!! Disfrútalo!!
ResponderEliminarOye, la foto es del mismo día que describes?? Si no tienes cámara digital... ¿cómo la has hecho? Móvil??
Besos!
Excelente crónica del viajero que parte, que va al revés. Gracias Pablo por este maravilloso hilo de palabras y frases! Suerte en el mundo al revés!
ResponderEliminarSole
Esta vez, como tantas otras, no es suficiente con un me gusta, aunque en muchas ocasiones es el guiño rápido de conexión y complicidad. En esta ocasión tu crónica-relato me ha llegado tan dentro, que leyendo el final, las lágrimas han subido hasta mis ojos, se ha encogido el corazón y una sonrisa tierna ha aflorado junto con el escalofrío por los sentimientos compartidos y cercanos, mundos externos e internos que vibran al son de tu palabra, vehículo mágico que transporta sin remedio, río que arrastra en su corriente de luces y sombras el alma estremecida. Te deseo toda la suerte del mundo
ResponderEliminarMaica
Ánda cállate sooooso
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