miércoles, 13 de abril de 2022

la soledad del poeta

Merodeo, cada vez con menor y más desinteresada frecuencia, eso que hemos dado en llamar redes sociales. Lo hago, mayormente, por compartir mis desvaríos, como el resto. Pero ese menguar de mi merodeo, comprendo, tiene sus motivos. El principal, tal vez, sea comprobar cómo florece la poesía, como invade, feroz cual jungla desorientada, las citadas redes sociales. Que todos somos poetas, parece, que ya lo hemos logrado, que atrás quedaron Whitman y Lorca, Lautreamont y Breton, Rimbaud, Grande, Nijinsky, Vallejo y Aragon, por citar tan solo a un puñado de desequilibrados que desequilibraron mis días cuando pensaba que la vida iba en serio y desorientaron, de paso, millones de pasos ciudadanos de esta aldea global en que ya únicamente globalizamos el ego y los monederos falsos.

Los poetas, decía, tantos y tan variados (y variadas, disculpen la incorrección) que se permiten la osadía de insultarse entre ellos como púgiles sonados, futbolistas tatuados o políticos que solo hacen piña en el bar del congreso de los diputados. Que uno es mejor poeta porque el de enfrente es muy malo y mejor le agasaja diosa Fortuna vestida de certámenes caducos, conferencias rancias y premios apalabrados. 

Y sí, que muchos con poca valía lírica se lucran, pero no seré yo quien les critique, más me gustaría que mi tarjeta bancaria me permitiese idénticas alegrías que a los citados bardos. Mejor: más me gustaría no tener que depender de una tarjeta, ni de un banco distinto de ese en que sueñan las posaderas de los desheredados cuando la noche se hace día porque los gatos ya no son pardos: la libertad, o sea.

El pasado 9 de abril (escribo, para variar, con retraso) tuve la fortuna de poder permitirme un dispendio que me acercase hasta la madrileña Sala Clamores a degustar el güisqui añejo que escancia en cada verso e inflexión vocal un poeta de los de verdad, uno que no precisa ningunear a otros para edificar su imperio de emociones gato negro, domingos erizados y rasguños afilados. El pasado 9 de abril tuve la fortuna de asistir a un recital de Diego Vasallo llevado de la mano de la poesía verdadera, esa que se excava en la piel rimándote estrofas en el costado. Y sobre el escenario un poeta desgranando sus versos a ritmo de vino viejo, amor masticado y músicos bien engrasados, poetas ellos también. Un poeta que se atreve a decir su nombre de reloj deteriorado porque no precisa criticar para arañar con sus cuerdas vocales versos como arpegios que hurtan vísceras a las rutinas del daño. Un poeta que se acompaña de otros para mejor recordar al respetable el origen de la grieta y los confines del barro.

de «El porvenir no llega, el pasado no importa» (Diego Vasallo)

Y es que la poesía se esculpe en la soledad de un puñal hecho de labios tatuados en la clavícula, en la sutura silente de unos dientes marcando el pecho con mordida de tequila, que no de soborno. Pero, parece ser, lo olvidamos. Olvidamos que la poesía no es tal si no nos la inflige otro, ella, él, un extraño. Y solo deseamos la cercanía de otro poeta cuando no nos hace daño: me gustas porque te gusto y te abrillanto el fondo de armario y aplaudo tus agasajos solo si me ayudas a enriquecerme a destajo. 

Vamos por libre y no nos enteramos de que la poesía solo lo es cuando permite la coyunda de versos y voces, cuando se rodea de iguales para ser más fuerte y seguir soñando que puede cambiar el ritmo de los tiempos. 

Luego, están los poetas que se engalanan de ritmos y escarchas para regalarnos melodías de un otoño que nos fue dado para jugar a soñar y no apostarlo todo a una partida de dados. Luego, están las poetas que te llevan de la mano al jardín de las delicias de un Bosco travestido en faquir despreocupado. 

Que sí, que la Poesía es un alfarero solitario, pero ¡ay cuando entre sus manos brotan otras igual de ansiosas por dar forma al barro de una existencia que nos mira con gafas de sol de extrarradio!

Poesía, sí, en la voz y los versos de Vasallo. Poesía, sí, entre tus dedos como dardos. Poesía compartida, y allá aquellos del mejor solo que mal acompañado.


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