Albert Cossery (cortesía de "la red") |
"La civilización se hacía especialmente terrible a lo largo de la calle Fuad I y de la calle Emad-El Dine. De hecho, estas dos calles principales gozan de todo lo que una ciudad civilizada mantiene y prodiga para el embrutecimiento de los hombres. Allí había espectáculos insípidos, bares donde el alcohol costaba muy caro, cabarets con bailarinas fáciles, tiendas de moda, joyeros e incluso anuncios luminosos. No faltaba nada en la fiesta. Uno se embrutecía a más no poder.
Sin embargo, la ciudad rebosaba de una multitud de seres que no tenían nada en común con ese desorden y esas luces. Pasaban junto a todas esas luces como sombras amedrentadas. Miraban todas esas cosas hermosas de la ciudad con ojos de animales que no entienden. Transportaban con ellos su barrio lodoso y la sucia miseria. Eran visibles como llagas. Trataban de echarlos fuera, pero se obstinaban en quedarse. Una razón suficiente e implacable los atraía a este recinto mágico: el hambre. Era algo que comprendían muy bien. Eran innumerables, alrededor de los restaurantes, de todos los lugares donde se come. Para ellos, comer era todo. No deseaban nada más. Desde hacía varias generaciones no habían tenido otro deseo. Eran cuerpos innobles y sin alma. La ciudad sufría por contenerlos; la civilización sufriría al verlos. Parecían remordimientos; remordimientos muy antiguos arraigados en el suelo. Pero, a pesar de todo, no querían morir. Mendigar un pedazo de pan a aquellos que les habían quitado todo era aún para ellos una oportunidad de vida. Y se les llamaba mendigos o bien ladrones, según su insistencia en vivir."
Sin embargo, la ciudad rebosaba de una multitud de seres que no tenían nada en común con ese desorden y esas luces. Pasaban junto a todas esas luces como sombras amedrentadas. Miraban todas esas cosas hermosas de la ciudad con ojos de animales que no entienden. Transportaban con ellos su barrio lodoso y la sucia miseria. Eran visibles como llagas. Trataban de echarlos fuera, pero se obstinaban en quedarse. Una razón suficiente e implacable los atraía a este recinto mágico: el hambre. Era algo que comprendían muy bien. Eran innumerables, alrededor de los restaurantes, de todos los lugares donde se come. Para ellos, comer era todo. No deseaban nada más. Desde hacía varias generaciones no habían tenido otro deseo. Eran cuerpos innobles y sin alma. La ciudad sufría por contenerlos; la civilización sufriría al verlos. Parecían remordimientos; remordimientos muy antiguos arraigados en el suelo. Pero, a pesar de todo, no querían morir. Mendigar un pedazo de pan a aquellos que les habían quitado todo era aún para ellos una oportunidad de vida. Y se les llamaba mendigos o bien ladrones, según su insistencia en vivir."
Albert Cossery
En breve plazo alcanzaremos los 4 años desde que el gran Albert Cossery se cansó de no hacer nada y decidió abandonarnos. Quedan sus obras y, especialmente, su vida, marcada por una insobornable puesta en práctica de la pereza. Nada hizo, salvo observar y escribir, y sólo desenvainó la pluma, de tanto en tanto, para proclamar su insumisión a cualquier tipo de actividad física orientada a la obtención de un salario.
Entre sus últimas declaraciones hallamos esta gema:
"Sólo me gustaría que, después de haberme leído, la gente no tenga ganas de ir a trabajar al día siguiente"
"Sólo me gustaría que, después de haberme leído, la gente no tenga ganas de ir a trabajar al día siguiente"
Hoy muchos se sienten como el genial autor, aunque ellos preferirían trabajar y no observar de tan cerca las inmisericordes dentelladas del hambre y el miedo.
¡Feliz 1º de Mayo!
Pereza en el sentido más noble de la palabra, cigarras frente a hormigas. Hoy el trabajo como castigo y como enfermedad inoculada en el deseo, hormigas dirigentes frente a hormigas obreras y cigarras silenciadas como esclavas. Menos por más, es la nueva filosofía barataria.
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