La calle se desdibuja al compás de las temperaturas extremas, y susurrantes ejércitos de polen inician la guerra de guerrillas que asediará las mucosas y pupilas de millones de ciudadanos.
Nos secuestra los días una primavera disfrazada de verano, y los voceros del apocalipsis disfrutan su indolente terrón de refrescante agua mineral y violenta soflama, en los amargos escenarios de las tertulias televisivas. Pronostican el hundimiento silente de toda una sociedad que, ayer, salía a la calle a refrescar el gaznate en los abrevaderos alcohólicos de las terrazas y la festividad aplazada, en bares y garitos de toda índole. Hoy, no los mismos, pero sí algunos de entre ellos y otros muchos que sólo pueden gozar del falso refrigerio de un vaso de agua inflado de precio, en los escuetos salones de la hipoteca feroz, salen a la calle para bramar las consignas de su mala fortuna, esa que engorda las cuentas corrientes de quienes pretenden dirigir sus hastiados pasos.
Pasear las calles. Sorteando la marea humilde de la indignación, o integrándome a ella. Olvidando mi salmónido espíritu para descubrirme igual a mis iguales, a pesar de tan distinto. Y el sol de esta falsa primavera incendiando la pacífica campiña de las cabelleras ciudadanas.
Regresado a la que siendo aún mi casa al punto está de dejar de serlo, recopilo las llamadas perdidas de amigos que me recuerdan que el asfalto de ciertas calles, las barras de algunos bares, los andenes de diversas estaciones de suburbano ya comienzan a añorarme.
Amigos que no desean mi marcha. Abrazos que me reclaman. Las calles de la ciudad arrasadas de pasos y aplausos indignados, de pieles y pupilas enrojecidas (el polen, me digo), de calores y cóleras sofocantes que invitan a desnudarse. Y mi rostro arrasado en lágrimas. Confío en que sirvan al menos para regar las adoquinadas grietas de la ciudad y que, quizás, tal vez, broten un día de ellas ramilletes de esperanza.
Y volver, volver ... decía la canción.
Es la melodía insomne a la que pretendo aferrarme cuando asumo que, a pesar de todo, gloriosas dosis de amor envenenan las callejas en que esta ciudad juega a enredarse, y surgen nudos como corazones en que anida el cachorro de un abrazo que, antes de mi partida, ya me reclama.Quizás, a mi regreso, quién sabe, no sólo encuentre en las calles de Madrid la caricia fraterna del amigo, sino también la primaveral tapicería de una multitud que obstruya las avenidas infartando la ciudad de futuro y esperanza.
A los amigos que son, y a los que lo serán algún día...gracias. Hoy asumo que no existe palabra más bella.
Y volver, volver ... decía la canción.
Es la melodía insomne a la que pretendo aferrarme cuando asumo que, a pesar de todo, gloriosas dosis de amor envenenan las callejas en que esta ciudad juega a enredarse, y surgen nudos como corazones en que anida el cachorro de un abrazo que, antes de mi partida, ya me reclama.Quizás, a mi regreso, quién sabe, no sólo encuentre en las calles de Madrid la caricia fraterna del amigo, sino también la primaveral tapicería de una multitud que obstruya las avenidas infartando la ciudad de futuro y esperanza.
A los amigos que son, y a los que lo serán algún día...gracias. Hoy asumo que no existe palabra más bella.
La amistad se hizo verano. Y el verano, se tiño de abrazos. Madrid, permanecerá a la espera, al igual que los abrazos, de aquel gran escritor que cambio el sol de la capital, por la noche en nuevos paisajes.
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