Tuve la fortuna de poder ver, en la2, hace un par de noches, el último documental que a la figura, aún viva, de el maestro Enrique Morente se dedicó.
Me subyuga su cante de caverna ciega, me apabulla su presencia de duende mitológico y subterráneo. Pero, especialmente, me doblega su poético pasear, ese caracolear las calles de Granada desgranando anécdotas, queriendo aferrar la sombra que el recuerdo juega a pintar en las blancas paredes del Albaicín.
Lamentablemente, el director del documento se pierde en su propia necesidad de engrandecer la figura ya grande del cantaor, equivoca la poesía de Morente buscándola en un acúmulo de imágenes que, sin orden reconocible, se suceden una tras otra como en uno de esos videoclips de los que nada entiende nadie. Pero en este caso no hay imágenes impactantes, ni proyecciones digitalizadas que sustraigan nuestra atención del discurso principal, esto es: la canción. Aquí la canción debería haber sido ese paseo de Morente por el Albaicín granadino, y el director la cercena cuando a punto está de separarse del suelo para emprender poético vuelo.
Supongo que es signo de los tiempos que pretendamos aprehender la magia mediante espectaculares y atronadores trucos de mal feriante. Buscamos el ruido, lo veloz, lo desmesurado, y olvidamos lo lírico del gesto mínimo y pausado.
Pasear Granada es, ya de por sí, un acto poético. Pasearla como lo hiciese Federico García Lorca, sosteniendo entre sus manos un ramo de sangre y latido, revuelto su cabello por un el viento moreno que juega escondite tras las esquinas, zapateando los adoquines dolientes de la existencia, escuchando la guitarra de tinta y duende que solloza tras los blancos muros de la ciudad sin sueño. O pasearla junto a Morente y escuchar de sus labios la anécdota de aquella chiquilla epilética de su infancia: pudo él presenciar un ataque que la niña sufrió, y ante la suposición en alta voz del director de que utilizarían una cuchara de madera para que la pequeña no se mordiese la lengua, Morente aclara: ¡qué madera, ni qué coño!, ¡de metal, de lo que hubiese! Pura poesía mínima, ya digo, truncada en esta, a pesar de todo, emotiva y valiente cinta.
Confío en que más adelante alguien quiera y pueda sacar a pasear por Granada la poesía de Morente, con modestia, sin alharacas.
Así lo hizo ya el anónimo artista que tan bien supo ensuciar el muro de la foto con la poesía de mi amada ciudad.
Qué bonito... Me encanta cómo escribes, mitad poesía en las palabras, mitad realidad acompañante.. Me gusta las palabras que utilizas y creo tienes un espíritu crítico digno de ser leído, escuchado.. No es peloteo, es regodeo... Jej
ResponderEliminarMarta
¿puedo saber dónde?, me refiero a la pintada.
ResponderEliminarAy Granada!! Como muchas veces Pablo hay rincones comunes, experiencias compartidas en paralelo, grandes amores que sacuden el alma, tu palabra me transporta de nuevo a mundos queridos.
ResponderEliminarHace muchos años escribí.
En esta noche callada, como las tuyas con mil estrellas de plata reflejándose en el cielo y en mi cabeza las notas de una guitarra, siento una pena tan honda que quisiera convertirme en hoja, en flor, en agua, que volara hechizada a rendirte tributo en silencio Granada