La prensa de hoy me regala una sorprendente y mínima noticia acerca de una demanda interpuesta por una mujer que, en la última Cabalgata de Reyes Magos de su ciudad natal, fue “agredida” por el Rey Baltasar, al lanzar éste, con saña manifiesta, un caramelo de fresa que fue a impactar con la pupila derecha de la demandante. La susodicha tuvo que ser intervenida y sufrió daños irreversibles en el globo ocular impactado. Eso alega.
El juez encargado del caso ha dictado sentencia en que, con gratuito alarde de cinismo y pretendiendo hacer gala de cierta ironía literaria, exculpa al Rey Baltasar por desconocer su paradero y no poder dictaminar a la jurisdicción de qué estado corresponde la tramitación de la demanda. Asegura el juez que lo único cierto que se conoce del mágico monarca es que habita en “oriente”.
Aplicando el sentir generalizado, podríamos considerar la India parte de ese impreciso “oriente” al que hace mención el citado juez. Fue en dicho país que tuve que realizar un largo viaje (casi 18 horas) en tren, cómodamente apoltronado en un coche cama infectado de pequeñas cucarachas. Entre los que me acompañaban hubo quien tomó la decisión de hacérselo saber al Jefe de Cabina, bien para que éste buscase solución a tan incómodo y desagradable trance, bien para intentar que justificase el mismo reintegrándonos el importe satisfecho para viajar con todas las comodidades en un vagón de primera. Convertimos pues, al sorprendido funcionario, en juez y parte de nuestra desdicha. Éste no fue más allá de mirarnos asombrado, menear la cabeza a un lado y otro al estilo indio, en un gesto que nunca sabes si quiere decir "sí", "de acuerdo", "no" ó "vale, ¿y a mí qué?", y dar media vuelta. Fina educación la de aquel hombre que, sin darnos ni quitarnos razón, evitó con un simple movimiento de cabeza hacernos sentir el ridículo que, a todas luces, protagonizábamos.
Quizás sabernos en posesión de varios miles de rupias más que cualquiera de los ciudadanos que viajaban en el tren nos hizo olvidar que nos encontrábamos en un país que, muy a pesar de lo que digan los mercados, el mundo "civilizado" consideraría, como mucho, en vías de desarrollo.
Quizás la señora dañada por el caramelo asesino del Rey Baltasar prefirió ignorar, por un momento, que éste venía de un lejano país en vías de desarrollo en que los caramelos son lujosos comestibles, que no se malgastan en comerciales celebraciones utilizándose como armas arrojadizas.
Quizás el juez olvidó que el sarcasmo y el chascarrillo son más propios de letrados de película americana destinada a proporcionarar saludables sonrisas al pueblo llano, que de funcionarios de un estamento considerado pilar básico de la democracia y el progreso.
Me pregunto a qué vías muertas estamos dirigiendo, ya, los trenes del desarrollo.
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