Asisto conmocionado a la inacabable lista de epítetos bélicos con que una comentarista deportiva hace referencia al último encuentro en la cumbre (futbolístico, ¿cómo no?). Resulta que los jugadores son "gladiadores", el campo de juego es "la arena", y "la encarnizada batalla, a cara de perro, en la que sólo uno de los dos equipos se alzará con la victoria" pone en evidencia la "artillería pesada" de los contrincantes. Uf, a mí me daría miedo asistir a un partido de fútbol.
Afortunadamente hay "representantes de nuestra bandera" (¿renacen los nacionalismos?) en otras modalidades deportivas de las que, al no ser tan productivas (económicamente hablando), tenemos la suerte de ahorrarnos la visión de la batalla, y podemos gozar únicamente del cálido, desaforado recibimiento que los seguidores ofrecen a los victoriosos hidalgos, en el Aeropuerto de Madrid-Barajas. Se les recibe como a héroes, aunque hasta ayer no supiésemos de su existencia.
Bowie&Pop (cortesía de "la red") |
Fue allá por los años 70 del pasado siglo que el cantante Iggy Pop acompañó al maestro David Bowie, durante una corta temporada, en la ya dilatada estancia de éste en la ciudad de Berlín. Tiempos convulsos en que la capital germana lucía esa furiosa cicatriz que separaba su rostro convulso en dos secciones bien diferenciadas. Bowie se encontraba en Berlín, junto con Brian Eno, dando forma a una de las más prestigiosas trilogías musicales de la historia del rock, la que conformarían los álbumes Low, Heroes y Lodger. Luchó durante ese tiempo, el músico, contra el fantasma recio de su adicción a las drogas, amén de contra la voluble musa de la creatividad. Pero el bueno de Pop no estaba aún tan preocupado por abandonar los excesos y, mientras Bowie permanecía en casa dedicado a sus nuevos experimentos sónicos, se dedicaba a deambular por Berlín en busca de fiesta insomne y cocaína asequible.
En la nochevieja de uno de aquellos años, Pop asistió, emocionado, a una celebración en un tugurio infectado de aguerridos y violentos punkis. Al sonar las doce campanadas que dejaban paso al nuevo año, los jóvenes congregados en el local comenzaron a golpear un tabique de cartón piedra que habían puesto en pie, en medio del local, simbolizando ese otro muro que los separaba de sus amigos, familiares, amores, conocidos del Este. Habiendo derribado aquella burda copia del muro, comenzaron a derrumbarse ellos mismos, los jóvenes punkis, y a sollozar (o llorar sin disimulo) abrazados unos a otros. No era más sólido el punk que la cruel argamasa en que se asentaba el Muro de Berlín. Ni que decir tiene que, esa noche, Pop abandonó el último gramo de coca y regresó cabizbajo a casa.
Días después, Bowie daba fin a la composición de Heroes, una canción en que el fantasmal abrazo de unos amantes separados sobrevuela la violencia circundante, sólo por sumergirse en ese beso de amor que no debería nunca finalizar, afirmando una y otra vez que "podemos ser héroes, al menos por un día, mientras las balas silban sobre nuestras cabezas".
Compruebo que el concepto de héroe ha sufrido numerosas mutaciones desde los tiempos del Olimpo griego, y a gran número de personas podemos aplicarlo. Tanto son los héroes deportivos que celebran la gesta en el Aeropuerto, como la pareja de amantes que lucha contra las adversidades sólo con la esperanza de ahogarse en un abrazo que les transporte bien lejos de este mundo. Yo, puestos a elegir, me quedo con los héores de Bowie. Eso sí, no me pidáis que vaya a recibirlos a ningún aeropuerto.
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