jueves, 6 de abril de 2017

por la calle del medio

Los españoles somos muy dados al uso de frases que remiten a pasados de pasmo e inactividad. Como la siesta, o sea, muy española y añeja también, a la par que deliciosa y salubre para el organismo, según los últimos estudios. Pasados de refranes que pretendían convertir en máxima aquello que no pasaba de tópico. Pero somos muy de que "me lo den todo hecho". De ahí que prefiramos los refranes populares a los aforismos de Montaigne, por ejemplo. Que, además, a los franceses, aún nos enorgullecemos de haberlos expulsado de la península, qué se le va a hacer... el nacionalismo, esa otra lección aprendida junto a la lista de los reyes godos, con idéntica carencia de raciocinio, con semejante exceso de querer memorizar para pasar de curso. Así somos, y a pesar de pretender estar a la última en teléfonos inteligentes y mercantiles carencias de inteligencia, seguimos aplaudiendo los refranes, los dichos, esos murmullos arcaicos. Por eso el refranero español, que no debiera pasar de mera anécdota o estudio sociológico, se convierte para demasiados en guía de vida, camino señalado, orden a seguir, impronta con que marcar el cuero de toro del que tanto alardeamos.

Y es que cuando dudamos, cuando no sabemos qué hacer, cuando pensamos que sólo hay dos opciones donde realmente habitan infinitas posibilidades, en vez de elegir entre una y otra decidimos tirar por la calle del medio. Lo menos arriesgado, lo que más creemos que asegura eso que llamamos vida y que, si de algo carece, es de seguridad alguna. Ignoro si eso de "tirar por la calle del medio" es refrán, pero sí es, al menos, dicho popular repetido hasta el hartazgo.

Hace ya días como presidios (sigo escribiendo con retraso, lo sé) que tuve la fortuna de acudir a una pequeña sala madrileña para ver a Diego Vasallo presentando su nueva genialidad musicada. El local ofrecía todo lo preciso para un recital del bardo donostiarra: luz tenue, acústica perfecta, mesas y sillas bajas, escenario recogido a la altura precisa, silencio... ¿silencio? De eso hablamos luego, mejor. 

Diego Vasallo, cortesía de "la red"
El caso es que Vasallo se presentó con su desnudez de crooner trajeado, acompañado por un grupo de magistrales músicos cuya presencia en escena delineaba milimétricamente el concepto de elegancia. Una a una, fue desgranando sus canciones de cuna para adultos con la dolorida serenidad de una voz que nació para romper los días y desterrar la costumbre... haciendo poesía de ella, pero sin convertirla en refrán. Y es que, no sé si se han percatado pero, últimamente, pulula demasiado sentencioso que se gusta en llamar poeta... y no pocos le aplauden. Todo lo contrario del poeta que nos ocupa, que destroza la noche con pinceladas de alcohol agrio y martirio seductor sin pretenderse Bukowski. Su música es pura geometría de la piel, su voz aritmética de la herida, su poesía álgebra de la memoria. Lo llevo diciendo desde hace años, mayormente por lo necesario que es, cuando explicas a alguien que algo te gusta, proporcionarle referencias: Vasallo se me antoja un Joe Henry que camina hacia Tom Waits y ha quedado, afortunadamente, perdido en el camino. Y es ahí, en un camino de otoños escupidos y verdades a medias, en un sendero de puñales tiernos y caricias feroces, donde ha decidido él hacer patria. No es que haya tirado por la calle del medio, como tantos otros harían y han hecho. Él ha decidido quedar a medio camino porque comprendió que el suyo era la encrucijada. Y no me cabe la menor duda de que, de haber nacido en las states, Diego Vasallo sería, hoy, ídolo de multitudes. Afortunadamente para mí y el resto de personas que escancian cada noche su música de terciopelo agrio en paseo por la cuerda floja de la vida, el poeta, el músico, en este país, pasa casi desapercibido. Desafortunadamente para él, podríamos añadir. Pero lo dudo. Porque, ya lo he dicho, creo que encontró su camino... y lo disfruta.

Pero hablaba, antes, del silencio en la sala. Aquellos que acostumbraban acudir a recitales para deleitar oídos y dermis, me temo, cada vez son menos, en este país. Últimamente, los conciertos se han convertido en una especie de reunión de amigos que acuden a contarse las trifulcas sexuales del fin de semana con música de fondo. En directo, sí, pero, insisto: música de fondo. Y el concierto de Vasallo no podía ser menos. Detrás de mí, obscenamente apoltronados en sus sillas, una pareja se retorcía de risa e impudicia mostrando su amor infinito al resto de la sala, mientras el bardo aseguraba que todas sus canciones están hechas de miedo a perderte. La parejita de marras, obvio, no sentía ningún miedo. Tal vez nunca hayan sentido el amor que públicamente se profesan, como hoy se profesa de manera pública cualquier cosa que nos muestre ante el resto como alguien diferente. Imagino que no sabían a quién iban a escuchar y ver. Tendrían dinero y tiempo, pasaron por la puerta del local y dijeron "¡un concierto!, ¡qué guapo!, ¿entramos?"... o algo así. Después, sin saber si quedarse o marcharse, decidieron tirar por la calle del medio, la más fácil: joder al respetable sin dejar de mostrar su presencia cool en el mismo.

Al concierto fui con un amigo al que, por cierto, de haber seguido la calle del medio, no hubiese tenido nunca la fortuna de recuperar. Finalizado el recital, paseando los charcos de una primavera dubitativa, abrigados ambos con nuestro propio silencio, él decidió romper el circundante con una palabra: exquisito. Pues eso, que me podría haber ahorrado la cansina retahíla de antes. Exquisito. Lamentó, eso sí -ahí coincidimos-, la lamentable presencia de la pareja de enamorados. Pero eso -coincidimos de nuevo- está a la orden del día. Y es que en este país, ante la falta de cultura musical (entre otras) seguimos tirando por la calle del medio. Y si nos dicen que la música está muerta, que ya nadie compra discos, que lo que se lleva son los conciertos, acudimos a ellos en masa. Por no pensar, por no intentar averiguar, de todos los caminos, cuál es el correcto, tiraremos por la calle del medio. Aunque ya no sean los refraneros, sino los mercados, quienes nos dicten dichos senderos. 

No nos gustan la música ni la poesía, pero aunque nuestros oídos y nuestra piel no están educados en la magia, acudimos a los conciertos porque nos lo podemos permitir y creemos distinguirnos, así, del resto, siguiendo el rebaño que pastorean los que dictan las "tendencias". Si no comprendemos que la vida no es sólo nuestra, ni la tierra nuestro patio de recreo, acudimos a manifestaciones de cañas y tapas y nos quejamos en las redes sociales después de votar a los de siempre o no votar. Si no asimilamos que en nuestras costas sigan vomitando algas los esclavos, proclamamos solidaridad mundial y acudimos en masa a comprar en la nueva sucursal de Amancio Ortega S.A. por eso de elegir entre la economía propia o la del niño explotado... tirar por la calle del medio, así lo llaman.
Afortunadamente quedan músicos como Diego Vasallo, que nos enseñan que, mejor que tirar por la calle del medio, es quedarse en medio para encontrarse a uno mismo. Aunque, de la otra forma, en Estados Unidos podría vender más discos.

1 comentario:

  1. Pues si el concierto fue exquisito, que siento haberme perdido. La cronica no lo es menos.

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soy todo oídos...