Observamos, desde hace ya demasiado tiempo, el suburbano transformado en colorido desfile de eslóganes que juegan a esquivar las manos tendidas de los desheredados del bienestar occidental. O sea, que aparte numerosas personas, como usted y yo, pidiendo limosna y caridad para evitar la inanición y la expulsión de las "camas calientes", se observa a muchas otras que portan, serigrafiadas en su atuendo, consignas tendentes a concienciar al otro de las más diversas carestías sociales: la lucha por mantener la escuela pública, la pugna abierta contra el capitalismo salvaje, la urgente llamada a socorrer a los afectados por conflictos bélicos, y en este plan. Los hay que siguen portando, orgullosos, filigranas y firmas distintivas de la calidad de las prendas usadas: marcas registradas, logotipos, enseñas, etcéteras. Faltaría más.
A medio camino entre unos y otros, imagino, están aquellos cuyas prendas publicitan algún evento, identidad corporativa de segunda fila, o curso de mayor o menor relumbrón, pero que, en cualquier caso, en vez de precisar su onerosa compra, han sido distribuidas de manera gratuita para mejor divulgar su existencia. Me refiero a las camisetas publicitarias, símbolo evidente de que quien las porta aún tiene la fortuna de poder vestir de balde, y el orgullo de no gastar en prendas más caras, de mayor calidad.
Entre ellos me ha sorprendido hoy una mujer de mediana edad, no por su porte sino por el mensaje inscrito en su camiseta:
Formación para la prevención y terapias preventivas del estrés en el ámbito educativo
Fue en mi último viaje por La India que tuve la fortuna de conocer, de primera mano, los desvelos y sufrimientos de un esforzado profesor de primaria, en la localidad de Khajuraho, famosa por sus templos esculpidos con explícitas secuencias amatorias. Aparte el florido perímetro en que se ubican los citados templos, la ciudad se extiende, como la práctica totalidad de urbes del país, en una amalgama malsana de chabolas y viviendas puestas en pie con los materiales más dispares: desde restos arquitectónicos a bidones de gasolina, pasando por bostas vacunas.
Allí, el profesor local, como digo, me informó de que los más afortunados de entre sus alumnos podían acudir a clase en los pocos momentos libres que el trabajo en una cercana fábrica de ropa, regentada por una mundialmente reconocida firma, les permitían. Hacía poco que los patrones de la fábrica habían cedido a la escuela una remesa de camisetas de esas que aquí denominamos con "tara". Y ahí surgió la idea del pedagogo: decorar con tinturas altamente tóxicas pero totalmente indelebles las citadas camisetas, registrando en ellas el nombre de cada uno de los niños, para que mejor pudiesen seguir reconociendo su identidad maltrecha.
Es difícil pensar que en nuestra sociedad alguien pueda llegar a olvidar el nombre con que sus progenitores quisieron mentarle, al nacer. Pero en Khajuraho vive un niño de 12 años que no recuerda, o prefiere ignorar, el nombre con que le inscribieron al nacer, ya que sus compañeros de trifulca y juego siempre se han referido a él como Charlie, en dudoso homenaje a las desgarbadas figuras que sus piernas esculpen al caminar, producto de la poliomielitis, y semejantes a los andares de aquel famoso cómico de apellido Chaplin. Tras mantener atento coloquio con su profesor, cada día, Charlie tomada dificultoso y lento asiento en las esterillas que, sobre el terrado escueto de la escuela, hacen las veces de pupitre, y continuaba trazando, moroso y firme, las líneas que terminarían por dar forma completa a su verdadero nombre: Navil.
Comprendo ahora mejor el eslogan que portaba, en su camiseta, la mujer del metro:
Allí, el profesor local, como digo, me informó de que los más afortunados de entre sus alumnos podían acudir a clase en los pocos momentos libres que el trabajo en una cercana fábrica de ropa, regentada por una mundialmente reconocida firma, les permitían. Hacía poco que los patrones de la fábrica habían cedido a la escuela una remesa de camisetas de esas que aquí denominamos con "tara". Y ahí surgió la idea del pedagogo: decorar con tinturas altamente tóxicas pero totalmente indelebles las citadas camisetas, registrando en ellas el nombre de cada uno de los niños, para que mejor pudiesen seguir reconociendo su identidad maltrecha.
Es difícil pensar que en nuestra sociedad alguien pueda llegar a olvidar el nombre con que sus progenitores quisieron mentarle, al nacer. Pero en Khajuraho vive un niño de 12 años que no recuerda, o prefiere ignorar, el nombre con que le inscribieron al nacer, ya que sus compañeros de trifulca y juego siempre se han referido a él como Charlie, en dudoso homenaje a las desgarbadas figuras que sus piernas esculpen al caminar, producto de la poliomielitis, y semejantes a los andares de aquel famoso cómico de apellido Chaplin. Tras mantener atento coloquio con su profesor, cada día, Charlie tomada dificultoso y lento asiento en las esterillas que, sobre el terrado escueto de la escuela, hacen las veces de pupitre, y continuaba trazando, moroso y firme, las líneas que terminarían por dar forma completa a su verdadero nombre: Navil.
Comprendo ahora mejor el eslogan que portaba, en su camiseta, la mujer del metro:
Formación para la prevención y terapias preventivas del estrés en el ámbito educativo
Imagino que no es fácil para un niño evadir la ansiedad que provoca el verse sometido, a diario, a un bombardeo de nombres concebidos para mejor reconocer las prendas que firman y distribuyen tantos y tan afamados modistos, creadores, comerciantes, sin alcanzar jamás a conocer siquiera el rostro de los mismos. Aunque tal vez las citadas terapias estén orientadas a evitar el estrés en el profesorado, y no en los alumnos, quién sabe, es posible que sea tal dolencia la que les haya empujado a crear un seminario con tan redundante título.
Siempre abriendo horizontes de conocimiento de la realidad. Esa que nos gusta ignorar en Occidente...como si la cosa no fuera con nosotros. Eso sí, la paga que no nos la toquen. El hambre y la miseria de muchos niños en el mundo...eso, mejor seguir el famoso consejo: "ojos que no ven, corazón que no siente". Tus artículos, tus crónicas universales...Gracias, Pablo.
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