miércoles, 11 de julio de 2012

voto de castidad

Resulta que andan revueltos los pasillos del Vaticano con la publicidad dada a un video que muestra el abrazo semidesnudo, en las aguas de la piscina de un completo hotelero 5 estrellas, entre un obispo católico y una de sus (intuimos) más devotas fieles. Amor de Dios o amor de Padre, igual nos da. Al fin y al cabo fue un visionario Jesucristo quien edificó los cimientos de la confesión que nos ocupa utilizando la dúctil argamasa del amor al prójimo.
Lo problemático del caso surge cuando recordamos que alguien aún más iluminado que el bondadoso fundador de la fe cristiana, entendió que el mensaje de Amor no debería hacerse extensible a la natural inclinación del ser humano por las bondades carnales que las personas del sexo contrario pudiesen ofertarles (de la también natural querencia por personas de idéntico sexo, mejor no hablamos).

Hay quien defiende que en toda relación sexual se establece un vínculo de poder y sometimiento. Bravo, pues, por los que supieron adivinar tal perversión del mensaje del Mesías y decidieron, en consecuencia, librarnos de tan maligna interpretación de las Sagradas Escrituras. Es, por tanto, natural que el obispo que retozaba en aquella lujosa piscina con una joven y bella señorita deba ver puesta en duda su rectitud moral.

En ocasiones me pregunto por qué el simple hecho de sentir cariñosa inclinación por una persona del sexo contrario despierta en las conciencias cierto sentimiento de culpa. Asimismo la natural tendencia a abrazar a alguien del mismo género provoca no pocos sonrojos, e incluso temor a que los circundantes puedan considerar tan lógica actitud como ejemplo de promiscuidad homosexual.

Cierto es que hay ocasiones en que la repentina aparición en nuestras vidas de alguien a quien quisiéramos dedicar más tiempo del disponible se transforma, sin apenas poder percibirlo, en apetencia que supera los lógicos límites de la camaradería y la charla en común. Y nos da miedo. Nos asusta el desnudo físico con que (sabemos) podemos llegar a fantasear, más incluso que el desnudo sentimental que de inmediato hemos comenzado a ejecutar ante los ojos de ese/a nuevo/a compañero/a (incorporo las barras en un extraño arranque de corrección política, entiéndaseme).

Tal vez genética obligue y queramos apurar al máximo la comunicación que descubrimos en quien acabamos de conocer, y cuya cercanía comenzamos a considerar imprescindible. Tal vez, conscientes de la finitud de nuestras vidas, deseemos sentirnos infinitos socavando el cuerpo del ser amado. Quizás, por más que pretendamos lo contrario, no seamos más que cuerpo, o éste sea la única ofrenda palpable que podamos ofrecer a quien con pasión desmedida hemos comenzado a amar.
¿Materialismo sentimental? Me asustaría pensar que así fuese.

Pero olvidaba (quizás conscientemente) que algún otro iluminado despreció las doctrinas de Darwin y nos aseguró una etérea vida eterna en que la felicidad sería plena. Nada dijo, o si lo hizo lo hemos olvidado, de que el Amor es sentimiento no sometido a los auspicios de la condición económica, por ejemplo. Nada de la belleza sincera de un desnudo abrazo entre desnudas personas, del firme desprecio de onerosos ropajes y vestiduras para poder sabernos Uno en la cálidez despojada de un abrazo en que la piel sea el único distintivo social o documento de identidad.

Creo que hemos decidido olvidar. Al menos parece evidente en el caso del obispo díscolo que nos sirve de argumento, que regresó a sus lujosas estancias, a vestir sus ricos atuendos, para salir a la palestra en búsqueda de público perdón por lo que parece una clara violación del voto de castidad que hiciese cuando comenzó carrera eclesiástica. Del voto de pobreza nada dijo, y seguro que aún rememora los elaborados cócteles que disfrutó, momentos antes del abrazo de marras, en las lujosas instalaciones de ese hotel de cinco estrellas al que invitó a su joven compañera.


Quizás me equivoque, pero me quedo con el desnudo. Aún mejor, con ese abrazo en que el corazón secuestra a la piel su frívola superficialidad para tornarla lo más profundo de nuestra existencia.


2 comentarios:

  1. Muy acertado Pablo. Si el tal obispo hubiera formado parte de los acólitos de la Teología de la Liberación y hubiera entregado las casullas sobrantes excepto una, para mejor abrigo de sus fieles, y ese abrazo lo hubiera efectuado en una humilde cabaña con una mujer enamorada física o espiritualmente de su cuerpo o de su mente, contaría también con el mío y seguramente con el de muchos de nosotros, receptores de la noticia; pero en una piscina de agua 5 estrellas con una devota también 5 estrellas entre cócteles de la sangre de Cristo o de los cristianos que lo inventaron, al menos mi abrazo no es posible, pero mi desprecio si.

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  2. ¿Y si el Obispo fue invitado por el dueño del hotel al que conoció en algún evento? Me parece simplificar un poco el tema...y el comentario de Pablo iba por otro lado. La ubicación del acto en un lugar más o menos lujoso no creo que sea lo más importante de la reflexión. Jesús no era un mendigo, aunque estuviera al lado de los pobres. Bien que celebró - según la escrituras - y por todo lo alto, aquellas bodas en Caná.Y su túnica era de lino de una pieza. Todo esto son leyendas, lo sé. Pero, en cualquier caso, el fondo de la cuestión es si un obispo puede amar a una mujer - o no amarla mucho pero pasar un buen rato con ella - o si los obispos no tienen sexo. La malignización de éste hecha por la Iglesia, curiosamente, anatemiza más el sexo con mujeres ( ni casarse pueden) pero parece que en algunas inclinaciones sexuales...la Iglesia es más permisiva. O, al menos, no tan drástica. Los casos de pederastia - múltiples y repetidos - no parece que hayan llevado a expulsiones y sanciones ejemplares. Es más se han disculpado ( a veces ) y ocultado. Claro que es comprensible: son tantos...que la jerarquía eclesiástica teme que la estructura se derrumbe.

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soy todo oídos...