Parece ser que los mares acumularon,
durante milenios, una fortuna de espumas y mareas que ahora gustan de
dilapidar, de tanto en tanto, en fatídicas limosnas. Nos sorprenden
las mareas con caprichosas crecidas que vienen a golpear,
habitualmente, las costas de la miseria. Pareciera como si quisiesen,
los océanos, dejar al desnudo las contradicciones sociales que con
tanto mimo cosecha el ser humano. Así es que tsumanis, temblores,
crecidas, son precipitado aguinaldo de huérfanos y hambrientos, y se
ceban de continuo en los más desfavorecidos de todos los que
poblamos este achacoso planeta.
Hemos celebrado, hace no mucho,
aniversarios de catástrofes que vinieron del estómago malherido de
un océano empachado de poluciones y saqueos. El problema es que nos
advierten, los estudiosos del tema, de la inminente repetición de
tan lamentables sucesos. Igual en los mecanismos infames que se
vislumbran en la bajamar de nuestras sociedades.
Hace años que un ya veterano Neil
Young decidió unirse en profano matrimonio a los jóvenes
integrantes de Pearl Jam para dar a luz un vástago que aún nos
recuerda las mareas gloriosas de la música rock. De tan magnífico
trabajo, de nombre Mirrorball, nos desgarra una y otra vez la entraña
el ensordecedor grito desesperado de una canción que bien pudiera
ser clamor de esperanza.
Neil Young & Pearl Jam (cortesía de "la red") |
Imagino que el veterano artista no
sufrió, como tantos de nuestros abuelos, la melancolía de no poder
mojar jamás sus pies en las aguas oceánicas. Supongo que los
músicos de Seattle juguetearon, durante la ternura salvaje de su juventud,
a modelar amorosas posturas en la resaca sabia de las mareas.
Comprendo que no hablan más que de la pleamar inconclusa de la
comunicación que hoy nos negamos unos a otros, encerrados en nuestro
propio maremoto de egoísmo y lejanía. De ahí la canción, de ahí
la emoción.
Tal vez nos resulte aburrida, de tan
redundante, la danza calma de las olas, a nosotros que tan
acostumbrados estamos a asomarnos a la costa bravía desde el
desfiladero consuetudinario de las vacaciones, a embadurnar de algas
y sales nuestros cuerpos insensatos durante los días de estío, y
por ello dejamos de considerar su milagro de vida y silencio como
digno de atención.
Me gustaría creer que aún podemos ser el océano cálido en que soñaron poder humedecer su cansancio
esos abuelos nuestros que nunca pudieron ver el mar. Acoger a los
bañistas que se acerquen a navegar nuestras costas y proclamar
orgullosos: ¡yo soy el océano!
Tomando una cervecita, sigo emocionandome por la forma que tienes de expresar emociones,...normales, sencillas, complejas, sigo brindando cada dia por encontrarme conmentarios de esta calidad. Un abrazo y un trago a la salud de todos
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