lunes, 27 de enero de 2025

días estoicos

Derrick lee un artículo, puramente alimenticio, que recién escribí acerca de los libros de cabecera del estoicismo. Me habla, desde México, de esclavitud, servidumbre, plenitud, conocimiento, inteligencia emocional y abrazos pendientes. Cuestiones todas ellas que darían para una buena charla debidamente aderezada. Ay, amigo, si la buena mota estuviera en Europa, como cantaba aquel. Sé que mi respuesta te ha desconcertado. A ver si ahora me explico, querido, pero necesitaré tiempo y párrafos. Y va para largo, no puedo colgar el advertisement de tiempo de lectura. Sólo lee si tienes tiempo, espacio y calma.

Gazzano, también desde México, viene hablándome estos días de fe y misterio. Lo lleva haciendo desde que celebró conmigo on the road de las telecomunicaciones esa fecha que el calendario marca como fin o inicio de año, pateando Frisco, Twin Peaks arriba y abajo, fentanilo a espuertas en las calles, vivos muertos y bancarrota de la compasión ciudadana que ya invade los iueisé y el orbe todo. Que Trump no trajo el desgaste (qué miedo da, ahora, el monstruo al que cada día seguimos alimentando), sólo aprovechó los flecos del desastre. El caso es que, Papini mediante, Gazzano me recuerda cómo estamos olvidándonos de nosotros mismos cual Quijote cauto que denigra la sed de justicia de Sancho, mientras pululamos, cual disfuncionales arañas de Marte, la vida y las redes sociales. Hasta tal punto que, algunos, encuentran sinonimias entrambas.  

El estoicismo, querido Derrick, sí, parece a día de hoy algo así como la panacea contra la esclavitud. Pero nada de eso promulgaban sus antiguos fundadores. Ni siquiera Séneca, a pesar de su acolchada cuna. Mucho menos Epicteto, que fue esclavo antes que filósofo (más bien a la par), ni Marco Aurelio, que gobernó con sabiduría antípoda a la de Erasmo (este no gobernó, de ahí su bilis). Que la vida nos golpea, es obvio. Para qué, si no, llamarla vida. Pero parece existir una corriente mercantilista, hoy, que toma en vano las enseñanzas de los próceres del estoicismo. Una corriente que desea situar al humano en el que considera su justo lugar: a merced de los mercaderes y los mercados. Pero el estoicismo no es recibir los palos basándose en algún tipo de espiritualidad defectuosa. Es encajar los golpes consciente de que les duelen más a quienes los propinan.

Asumida la esclavitud, deglutida la alienación del sufrimiento, comprendemos que es el argumento de las nuevas masas, el eslogan de los gurús del agacha la cabeza y esto es lo que hay y no me da la vida pero paso por el aro, una y otra vez, para dilapidar en autoproducción y autoconsumo el propio salario. Y lo disfrazan de estoicismo. Y eso escuece, es lo que intentaba decirte en aquel mensaje. Hay ya, lo he descubierto, libros de autoayuda que dinamitan su corpus de infinitas páginas con mensajes destacados (Times New Roman 50) como quote cibernético que pretende engañar al lector explicándole qué cosa es el estoicismo. ¿Y qué terminarán sabiendo, quienes devoran tales libros, de la citada filosofía? Posiblemente tanto como los hippies que marcharon, años ha, a Nepal y otros orientes en busca de drogas y espiritualidad. Y todavía, que los próceres del mercado ya advirtieron en oriente lo mismo que parecen descubrir hoy los de occidente. Simplemente nos llevaban ventaja. La edad nos hace a todos más viejos. A algunos más sabios. 

Crear la necesidad de adquirir lo que crees que no tienes es el primer mandamiento del mercado. Pero resulta que lees a Epicteto y comprendes que ya tienes todo y lo que te resta es aquello que te arrebatan y nada puedes hacer por remediarlo. En ese punto, tú decides: lo comprendes de otro modo y adecúas tu mente a la realidad circundante o te entregas al desgaste y te llamas estoico porque tu cuerpo aguanta un día más con vida, un año más en pie y con todos los gastos pagados a costa de perder tu propia realidad. Estoico siglo XXI. Estoico apesadumbrado. Tanto el que se desloma sin horario como aquel al que no procuran un empleo, un trabajo.

Regreso a Gazzano. Hemos hablado, océanos de por medio, mucho y bien de misterio y fe, de corazón y realidad. Él enfrenta con puños, cañas y lente (mirada certera y silente), como boxeador, todos los golpes. Dribla y recibe. Alguno escabulle. Pero encaja, aunque no deje de dolerse. He ahí la fe, hermano. Y toda fe se sustenta en el misterio, querido Gazzano, bien lo sabemos. Como boxeadores, hacemos del verdadero estoicismo calzón de cuadrilátero que resguarde nuestras erecciones más acobardadas, las que se pierden en noches de sábanas huérfanas. Y encajamos los golpes. Pero nos guardamos, siempre, un derechazo. O la ilusión del mismo. Resistencia no es asunción cuando la fe sigue intacta y el misterio es quien despacha las mejores tajadas.

Claudio me habla desde Bolivia. Traza sus senderos de antemano. Reinventa los mapas entregado a su no cejar en el recorrerse a uno mismo que supone recorrer mundo para encontrar la propia realidad. Y es esa, únicamente, la que defendieron los estoicos de antaño teniendo claro que no se trataba de no dolerse de los golpes y su herida, de sus mordidas de picana contra las costillas ni de su aliento ausente de arena entre los párpados. 

Voces me hablan. Voces me llegan. Dicciones milagrosas como islas recién nacidas en el fondo de un estanque que se erige centro de jungla o de la tierra misma (a su médula viaja, en estos momentos, mi Munay, Julio Verne mediante). O de la vida. Centro de mi realidad tal cual es sin nunca llegar a imaginar que tal cual llegaría a ser. Hasta hoy, hermanos.

No podemos obligar a cambiar de parecer a la realidad. Es la que es, en eso tienen razón los gurús del estoicismo capitalista de manual de autoayuda. Pero no dejará de ser su realidad, y quienes entendemos distinto el verdadero estoicismo comprendemos que nace de saber contemplar el mundo circundante desde la nuestra propia. Nuestra realidad... cuánto me gusta redundar. 

Noches atrás, ya no sé cuántas (ya no sé siquiera si escribo, como acostumbraba a hacer, con retraso), retomaba entre mis manos ese volumen que me fotografiaste desde City Lights, Gazzano: Stunning like a hummingbird, del incólume Henry Miller y, mientras amoldaba mis vísceras como boxeador para mejor encajar los golpes, él me recordaba qué cosa es la realidad:

«Cada cual tiene su realidad propia, en la que se mueve, si no es demasiado cauteloso, tímido o temeroso. Esa es la única realidad que existe. Si puedes transmitirla al papel, en palabras, notas o color, mejor. Los grandes artistas ni siquiera se preocupan de transmitirla al papel: viven con ella en silencio, llegan a ser una y la misma cosa con ella».

El estoicismo, por tanto, creo, querido Derrick, hace nido en la realidad de uno mismo. Esa que abraza el misterio porque no pierde la fe en saberse equivocada al construirse interiormente al margen de cualquier dictado. Esa en que podemos aullar de dicha y no de espanto. «Me despierta un aullido, y es mi sangre. O es tu piel». Algo así dejé escrito, hace tiempo, y regresa la poesía en eterno circular nietzscheano. Pero es realidad, no falso estoicismo, el asimilarlo.

cortesía de Gazzano


1 comentario:

soy todo oídos...