Ansia de soplar, mientras caminamos, no para henchir velas que lleven veleros a zarpar. Después, repites el soplido, una y otra vez, que no importa sofocar incendios de cumpleaños cuando queda todo que celebrar y sabemos renovar el fuego. Queda, sobre la mesa, una disección de cacao mientras tus labios nos nombran morenos de felicidad con esa pizca necesaria del chocolate amargo. Ametrallas nombres y las sílabas se hacen dupla para tatuarnos en el frágil caparazón de la memoria que ya son 11 años, y uno más uno no habrían de ser dos cuando pueden ser uno apasionado. Hoy tampoco leeré, después de narrarte las tribulaciones de James intentando salvar a un melocotón gigante, más que el verbo de tu respiración y la novela de otro mañana a tu lado.
martes, 10 de diciembre de 2024
viernes, 6 de diciembre de 2024
indultad a Belcebú
Otoño ya es más que un presagio. Infantería de árboles despliega su ofensiva suicida de colores de ayer como aviso para caminantes. Para qué caminar, ¿entonces? ¿Hacia dónde te diriges si ya nadie te reclama ni te impone larga travesía hasta el puesto de trabajo? Otoño ya en la singladura de los párpados que quieren caer como telón de fondo de una comedia mal escrita. Munay ya está con su madre, vertido en piel que yo busco entre las sábanas, acariciando, de nuevo, años que se me escapan, 11 ya, pronto. Escarbo migajas por ver si me acordona la garganta su latido animal, ese calor suyo que tiñe de luz unas sábanas que hoy quedan mejor así: negro profundo, desafortunado bruno, oscuridad de sueños que no eyaculan más que despertares a destiempo.
Nick cave aúlla, escondido en los altavoces del salón, cantos tribales y yo busco y sólo encuentro sinrazón. Emilio Losada me canta desde muy lejos y siento el arpegio de su voz chulesca y malencarada tan cerca y tan rostro. Noche de enviar mensajes en botellas y no recibir botellas que descorchar, después de un día en que, tras caminares y deambulares sin rumbo, parca te advierte del futuro. Ahora ni dermis hembra ni ron, Claudio con un cuchillo entre los dientes (aúlla Emilio), ni piel de mi piel ni jauría ni manada más allá de la de mis dedos en fiebre de teclado que se desea borracho. El mueble bar lo desvalijaron los últimos invitados. Mal augurio que me suceda esto a mí que, desde hace años, sólo permitiría entrar en esto que ya llamo hogar a una decena de dedos descalzos que sepan que sabrán escribir mejor que los míos. Latrocinio que no recuerdo, el del mueble bar que acometieron mis amigos. Dejo predicar al australiano, cuando Losada ha decidido detener su mexicanidad, y tallo preces como gaviotas denticiones a la mar que las pretende masticar.
Decidimos crearnos otra realidad cuando sabemos que la realidad habita distintas latitudes. Violentar el intestino grueso del suburbano en el que nos deslizamos intentando no humedecernos en la pupila inflamada de la postverdad. Pantallas de y sin plasma. Atrocidad sin domesticar. Ahítos de vértigo y perdidos en la lenta paradoja de esta realidad que ni entendemos ni queremos. Decidimos, por eso, inventarnos otra que nos habite como nosotros habitamos los pasillos del Metro.
Emilio ha regresado a su silencio y yo entro en la cama, Cave de fondo hasta que acabe el CD, buscando tu piel, hijo. Buscando piel. Buscándome la piel.