miércoles, 7 de septiembre de 2022

bebiendo vinho branco de las manos de Nick Cave

¿Es Lisboa la ciudad donde mueren todos los ríos? ¿O la urbe en que desgarran ubres todos los racimos del vino más amargo? Eso me preguntaba, apurando un vinho branco: dulce en la primera estocada, furioso en el retrogusto que dispara los teclados del alma, que ya vibraban en augur del milagro. Escribir para ahuyentar los fantasmas. Hay otras vías. Hay músicas y letras y, aun así, me cuestionaba para qué sirven las cosas que no sirven para nada. La música, la poesía, cosas así. No hay respuesta o no la conozco, pero la seguiré buscando. Hay, también, un gruñido de la edad de piedra que afila dardos mientras escudriña dianas en eso que imaginabas alma. Hay un poeta que canta bizarro dispuesto a arrasar cosechas para revelar a los mortales el ritmo de la palabra exacta y la dicción impoluta del barro. 

Y se hizo carne el milagro. Y un mesías de cavernas como claustros maternos pisó el escenario trayendo a Lisboa la noche que nunca acaba. Esa que, más que resucitar, regurgita el alma.

Get Ready for Love!!! el aullido como tatuaje contra la piel de la fiebre desatada en las cuencas oculares de los asistentes al concierto de Nick Cave: 3 de septiembre, 2022, para más inri: licencia carente de poética para afirmar que mucho de crucifixión tuvo la epopeya que el nigromante australiano decidió ofrendarnos. Porque de ofrendas iba la cosa, y de no saber bien quién era el oferente y quién el dios iluminado. Ora el público, ora el bardo. Nick Cave desató en Lisboa una tormenta de proporciones bíblicas, por muy manida que sea esta expresión tan poco comprendida. Una tormenta de llantos lacerantes como las despedidas en aeropuertos perdidos en los mapas del extrarradio: cry, cry, cry: llora toda la noche porque es lo que te queda all night long, frases escupidas como mantras contra el muro de las lamentaciones de todo aquel que ha rozado, aunque sea por un instante, la mortal belleza de saberse animal y sentirse humano. Cry, cry, cry, aullaba, una y otra vez, Cave abismando con pupilas pánicas las pupilas de un público milagrosamente animalizado. Porque lo que Cave logró, sobre el escenario, fue sacar de lo más hondo de esta gruta en que hemos convertido nuestra vida la llama sagrada del daño: reconciliarnos con lo más oscuro de eso que anida bajo nuestra piel de bestia antropo.

Nick Cave, 3 de septiembre de 2022, Lisboa

La cadena evolutiva se quebró y Nick Cave acaeció, como eslabón perdido, para susurrarnos con aullidos y aullarnos con lamentos casi callados que no hay más cadena en que dejarse enredar que la del latido que enfurece atlánticos para recordarnos que estamos hechos de marea, ternura, violencia, caricia y daño. Somos barro y una costilla fisurada. Somos un empellón contra todas las empalizadas. Tenemos la voz y tenemos el corazón de Rimbaud entre nuestras manos ensangrentadas. 

There She goes My Beautiful World y el cielo tan lejos y retumbando neuronas un gospel cavernícola de pantano que lame las riberas donde murió el rock'n'roll, años ha, en Tupelo. Bright Horses mascando los pastos del reino de los cielos al ritmo sonajero de pianos mascados por infantes infartados. Percusión de amianto líquido en la faz oscura del milagro. Violines masticados con cuerdas de bondage bizarro inaugurando noche americana contra el perfil portentoso del milagro. The Mercy Seat sentando a la mesa de todas las nochebuenas la misericordia que ignoramos. Una mirada, una mano, un puño en el esternón y un presagio del espanto: la esperanza es la red agrietada con que jugamos a pescarnos el alma. Y Cave, todo esperanza, a pesar del dolor y el espanto: step into the vortex where you belong, ¿aún no lo entiendes? Hablo de AMOR, de saber que perteneces a un lugar que tiene nombre de persona, y que no es tan castrante ni tan malo como nos han hecho creer los agoreros de la felicidad vacua consumiendo todo menos años en la hoguera de un hogar hecho de vicio y paso de los años. Castra la insensibilidad y el pasar el rato asomado a una pantalla con maneras de rebaño.

De la rabia al desaliento, navegamos melodías ebrias como barcos al filo de una Ship Song que sangra charcos chapoteados de caricia en la mirada de Cave, abocados al naufragio apologético de sus milagros. De la esperanza y la fe al desconcierto cuando todo es noche sin ventanas Waiting For You. Y entre sus manos otra copa de vinho branco tiznada de víscera y religión profana, manchadas de esperma y barro, o al menos una sola mano: henchida de tu voz violeta, de tu Red Right Hand, cuando discurre placeres como mapas sobre tu regazo. 

Pareciese que Nick Cave permitió a sus fieles lamerle los dedos para electrizarse de una noche que no acaba por más que nos talle la espalda con uñas que devoraron la ansiedad y la rabia. Somos humanos porque somos animales, y nos perdimos en algún lugar del camino. No seguimos la correcta senda de la evolución, y entre nuestros dígitos florecieron digitales inventos que nos desorientaron. La correcta evolución del ser humano es un señor australiano vestido con elegancia inglesa de antepasado carcelario, un cavernícola que talla ternuras al calor de alguna lumbre recién descubierta tras frotar entre los dedos varios palos. La correcta evolución del ser humano es un poeta llamado Nick Cave, que se atreve a exhibir ante el público la autopsia de sus pérdidas sin perder por el camino el aullido del animal primigenio. Un poeta que se permite el lujo de exhibir sus miserias para acariciar las ajenas y comulgar con la raíz de eso que llamamos ser humano y viste dientes de sable cuando cae la noche en Jubilee Street.

Nick Cave fundó una religión en Lisboa, hace unos días, 3 de septiembre, ya lo he dicho, y allá quién pudiendo no quiso asistir al milagro. Trajo el fuego de la cueva para iluminarnos con promesas de reinos en los cielos Ghosteen Speaks. Para recordarnos que la música, como cualquier otra creación del alma, puede ser hoguera frente a la cual reconciliarnos con el animal que nos anima a no doblegarnos bajo los dictados de lo humano. Nick Cave extendió sus manos y nos dio a beber de ellas vinho branco. Luego, después, cada uno hicimos lo que buenamente pudimos con la resaca del llanto. ¿Moldeamos belleza o hicimos daño? Tal vez todo esté mezclado, susurraba el australiano con su mirada austrolopiteca y su voz de terciopelo bravo.

Así se funda una religión, me dijiste sin decirlo. Así se funda una religión, te dije tatuándote Tajos hechos de húmedo nido en la zona intercostal que reprime el llanto. Y cantamos al amor como lo cantan los animales heridos de zarpazo por la espalda y sin aviso: cry, cry, cry. Pero estuve en Lisboa y comulgué con Nick Cave y ya no puedo evadir la certeza de que tan solo es un mesías hecho de barro que muge just breathe ante la desbaratada evolución del ser humano. 

Pasa un avión como un trueno hecho de pasajeros ansiosos por tomar tierra para encender sus teléfonos móviles. Cave mira a Warren Ellis, sonríe, despierta el trueno de la rotura y ya solo me añoro, de nuevo, bebiendo vinho branco de sus manos. Porque ya comprendo que tenías razón y así se funda una religión. Será inevitable la resaca, como la de las mareas y el cáliz ensalivado y, tal vez, hoy aquí, dejaré que Nick tome mi mano y me acaricie para convencerme de que From Her to Eternity.

¿Es Lisboa la ciudad donde mueren todos los ríos? ¿O tan solo mi lengua bebiendo vinho branco de las manos de Nick Cave y lamiendo la sal del rasguño atlántico?

Encore


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