miércoles, 29 de octubre de 2025

vallejiana (otro cuento de Navidad)

«Simplificado el corazón, pienso en tu sexo».
César Vallejo

Ya venden roscón de reyes en los supermercados. Ni aún noviembre y ya Navidad en la tierra del dense prisa en consumir que mañana ya es antaño y la propia tierra no va a más. Ha pasado casi un año desde la última, ese pedazo de calendario que eligen los personajes de Houellebecq para suicidarse o preparar el escenario. Aún siquiera noviembre y ya huelen las calles a vacío existencial encubierto de festín desmesurado. 

Navidades pasadas en que el poco eco vital que me llegaba era el del hermano Gazzano, vagando cual ángel de desolación por las calles de Frisco. Desde aquellas latitudes, además de mucha voz y reflexión, me trajo un vídeo que me perturbó más que a Munay esos momentos en que le hablo de la carne impostando sonrisa de Saturno insaciable. Paseando la ciudad al paso de Kerouac's road, pero con mayor templanza, pájaro avizor casi zorzal observaba Gazzano todo y todo lo picoteaba con pupilas de altibajo. Como sólo él sabe hacerlo, rodeado por los ejércitos walking dead del fentanilo. Rodeado, también, como eses seres masacrados, por trabajadores liberales ecopedaleando y esquivándolos junto a vástagos debidamente ungidos con casco amortiguagolpes que ni capaz amortigua el golpe diseñado en café serve yourself y desayuno vegano en que papá y mamá dictan los ritmos del mercado. Él caminaba, y registraba todo mientras me relataba el hilo conductor de sus trasiegos neuronales y me regalaba el parte matemático de las cañas a consumir con un puñado de dólares recién mercadeados. San Francisco no era una fiesta. O lo era a lo Hemingway ligeramente desenfocado tras doblar las más etílicas esquinas de un París desorbitado, por nunca visto, o por sólo soñado para que alguien lo escribiese incitándonos a soñar a un puñado de incautos. «Me moriré en París con aguacero, un día del cual tengo ya el recuerdo».

Ya es navidad en calles y supermercados, así que puedo decir que ha pasado un año desde que me llegasen tus pasos, hermano, incitando a mis pies a extrarradiarse en los extrarradios del planeta luz, apartando de mí los fantasmas primermundistas del desasosiego houellebecquiano. Otra navidad furtiva, y otro cambio de año. Así fue, un 31 de diciembre o un 1 de enero, perdona, no lo recuerdo, que me trajiste ese vídeo tan perturbador como los roscones que ya edulcoran el consumo hipermercado.

Somos un escaparate y me lo demostraste al entrar en City Lights Bookstore desprovisto de velas e inciensos y sin ganas de erigir recuerdo a Ferlinguetti que sí, lo constataste, ya sólo es fantasma de las navidades pasadas por el atroz masticar del pop-up, la efeméride y la cita que siempre está de más porque se asoma a las arañas sociales sólo para epatar. Y descubriste aquel volumen avoluminado de grafos incautos que me trajiste videografiado, la complete poetry de César Vallejo mientras Perú era puro incendio y a mí de sus pastos se me venía el recuerdo mientras me venía sin poder evitarlo entre unas piernas alzadas de longitud más vivaz que la mañana vívida en el epicentro vivido de cualquier desgarro. Kerouac preparaba el hatillo, de nuevo, glotoneándolo de camisetas ajadas y folios garrapateados en el sudor de lo blanco. Una isla se desgañitaba incendiada de sí misma y una navidad mordida por Dickens me advertía de todo lo cuánto. 

Es muy bueno, te decía el dependiente, pero muy caro, sin dejar de contemplar tu imagen desenfocada. Afuera la dictadura de la droga dura ejercía su barbarie. En el vídeo, casi puedo advertir el miedo en las pupilas del servil asalariado. Sonrío, primero, y dejo macerar la sonrisa hasta que destile carcajada y pueda sentir tu abrazo.

Momento de iluminación. Como cuando iluminaba la carne desde adentro con mis antenas de insecto grave mordidas por las uñas en que siempre quedarían los restos de un miocardio hecho altar en cada pespunte de la sábana. Munay dormía y Gazzano me traía a Vallejo, complete poetry, traducido al inglés y yo recordaba Perú y travesías del Atlántico que cumplimentaron, diestra nota al margen, tantos traductores de espuma que surcaron lo desconocido ansiando conocerse o desaparecer del todo ente las fauces de dragones incestuados. Viva luz, viva la carne y demos otra vuelta de tuerca al alfabeto que para eso alguien nombró por vez primera el barro entre mis costillas o al albur alboroteado de un aliento cuando canto trasnochado. Cómo cantar la noche si no es a trasnoche. Cómo cantarle al barro si no es entre los lirios en que extiende valles tu vientre cuando elucubra milagros de panes y peces y paces mansa y salvaje entre las yemas del pasar días los noticiarios. Atardecer y Vallejo en inglés y otro año ante el que bajo la cerviz fiel al mugir palabras en este bendito idioma que se construyó para cantarte, para aullarnos, para labrar el milagro de saberse hispanohablante y no tener que enfrentar en otro idioma y otra lengua la testa férrea de Vallejo cuando testaferro del lenguaje y mi lengua se sueña tu andamiaje. Adalid de la llama que imaginase Cristo sobre las cabezas de sus apóstoles sólo por dar bien en los lienzos, en los cuadros y en los catedralicios vertederos de un testamento vilipendiado. 

¿Te imaginas, hermano, leer a Vallejo en inglés?,  te escuché y, a la par, invadió mi pabellón auditivo hecho dos la voz de caverna, que no conozco, de Hassan-i Sabbah susurrándome que nada es verdad y todo está permitido. 

Luego, ya sabes, asesinado por el hasch y ALV tus paseos me dejé acuchillar por un cielo en ciclópea cópula lorquiana enjalbegada de muslos como tinieblas de mármol, apretando una voz que sin hablar repite hasta la extenuación tres sílabas que dejan todo a un lado, restando la suma de lo inservible en el arcén de los días desperdiciados.

Sonreí y procedí a masturbarme para ver cómo se retorcía el lenguaje reptándote la piel y derramé un murmullo de palabras espesas como tu aroma y tu sangre. Renqueando días traviesos, Munay roncaba y yo ya vuelvo a abismarme en una celda del Perú «y pienso en tu sexo» y me enorgullezco de que los años me hallan labrado en la lengua el decir de palabras impares en que se aparean todas las voluntades con que otro César inauguró un mejor imperio. Se me va. La lengua norlenguada se me va en aras de imbrujuleado brujil canto de brújulas que le perdieron el norte de la cintura a lo amado.

Pero cómo leer a Vallejo en inglés, insistías. Cómo aprender a leer un idioma que no te fue dictado. Cómo aprender que ya ha regresado la navidad a los supermercados para que podamos ir masticando grosso modo la soledad y edificarle un canto angélico entre purpúreas migas de camino seccionado, me pregunto mientras recuerdo tus paseos por Frisco y sonrío y me siento afortunado.

Hace años dejé escrito mentalmente que jamás viajar con nadie que no desee viajar contigo. Que ya sólo viajar sólo o demasiado bien acompañado. Fantasma de las navidades pasadas, el vagamundeo, que hoy me retuerce hipófisis para recordarme que, hace ya casi un año, me recordaste que aún podría deambular planetas y redoblar constelaciones escarchadas de tambor blanco demasiado bien acompañado. Tres patas para un banco. Tres candidatos. Con alguno podré acertar, con uno de ellos ya, lo sé, acierto seguro porque ya he viajado.

Fue hace casi un año y todo sigue resultando extraño. Este nuevo cumpleaños de días 3 6 5 me lo vas a a traer obturado de jolgorio niño en interludio mexicano. Aunque no te conozcan los mapas, no olvides que Vallejo nos nació en Perú, ahí tan cerca de tu tapatío estado, como yo imposible olvidar que la belleza me nació mirándose al espejo en una habitación que podría decir aquí al lado mientras, desde mis vísceras, volteaba sobre la sartén melodías de felicidad al calor de los fogones y al hilo de un infarto. Aún me falta pericia melódica, me lo siguen confirmando las quejas del vecindario. Pero todavía canto. Munay duerme, se ha hecho tarde, y si continúo traficando con naderías verbales se me pasa otro año.

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