domingo, 1 de junio de 2025

una reseña emocional

«Nochemente en primera persona oigo yorar
y en el arrullo del silencio discrimino
los timbres inauditos de mi acústica estética»
Carlos Edmundo de Ory

He lavado la piel de un oso que te devoró mientras lo masticabas. Lavadora lo hizo, dejemos a un lado la poesía. Pero se ha centrifugado la piel de un oso en el vientre de un electrodoméstico. Después, en el salón, he dispuesto un buen puñado de shots. ¿Quién disparará primero? Tal vez quien pueda decir, bien sea en voz muda, que un animal es mío mío mío. Escuchar un disco y hacer las letras tuyas tuyas tuyas y tuyos los arpegios y tan tuya la percusión de contrabajo acompasado al timbre que una garganta murmura con sabiduría de antaño. Acordonada la voz por cuerdas fronterizas, de tan limpias y exactas. Y bailar desnudo en una estancia puro desperfecto de piel y ligamentos como los zíngaros del desierto en que se soñase Battiato

Instante esclarecedor. Lo sabemos quienes sólo nos hemos sentido absolutamente libres cuando bailando acompañados. Quienes deambulamos, de puntillas, centro y suramérica mientras regalábamos a una lengua hecha pupilas en vuelo nuestro futuro epitelio. Cancionero del corazón quebrado, del llanto macho debidamente bailado antes de marchar, tras la última, sea esta de  pisco, cachaza o mezcal. Porque danzar es nacer del revés, adelantar un pie siguiendo al que lo pone todo de través.

Recorrimos geografías. Saltamos continentes con el beneplácito de las aerolíneas. Orfeón de corazones despavoridos y metrónomos de arena en cualquier (que no cualquiera) pacífica playa Atlántica. El norte como fiel de balanza en que el relojero calibra el peso de tus días cuando el riesgo.

Me enredo, cuando sólo intento expresar los boquetes abiertos por ese perdigonazo múltiple con que Bunbury ha decidido regalarnos sus/nuestras Cuentas Pendientes a ritmo de acequia nacida al otro lado del charco. Una vez más, lo ha hecho: herir es desgranar el minutero y ya dejar para el personal esa hora última que mata. Entre la compasión y el rechazo y mordiendo las memorias de arrabal en que nos desgarramos telas, pieles y futuros trucados. Como macarras cuando ya demasiado mordida la navaja, escuchamos y bailamos superficies en que boquean branquias que un día se soñaron por siempre respirándonos. Evitando todos los naufragios mientras voces añejas como timbres de extratiempo y extrarradio nos acarician el sueño de adulteración y paso erróneo en la última taberna del último barrio, bien sea este en un polo austral en que científicos beodos te desean desnudar. Hizo falta perder todas las partidas para llegar hasta aquí. 

Folcror de mis arterias cuando se saben bien nacidas entre calles que me contemplaron aquel vagamundear de escueto mapamundi en Cochabamba, Arequipa, Bahía o La Paz. Murmullos queriendo pronunciar en el timbre de una radio que nunca funcionó la gravedad del asunto, ese que nos advierte que todo puede ser espejismo. 

¿Qué nos cuesta el techo y la vida? Aquello que damos por bueno y nada más. Mientras tanto nos preparamos otro trago y bailamos. Tu voz nos acuna con versos épicos de esos que tan bien sabes tallar. Edificas la memoria robándole el recuerdo, el latido, la fe inquebrantable y la falta de juicio que, al fin, es su reverso. Y la exactitud de melodías que amarran arterias como en aquel bolero falaz que tan bien cantase tu/nuestra amada Andrea

Hemos llorado daños que aún no en fondas y chicherías. En senderos polvorientos y entre trapicheos de mercado. Hemos esquivado varios puñales y nos hemos sentido autorizados para emitir dictámenes sobre el movimiento erróneo del labriego y la mordida del hambre en los pies niños. Hemos apostado a negro nuestro corazón sólo cuando como loco le permitimos aullar en la avenida sin transeúntes del apátrida que no deja de soñar con la tierra prometida. Al fin, Enrique, bien lo sabes, sólo eran unos labios. Cuando hablaban. Cuando besaban y dictaban taquicardias de temperatura exacta. Pero el tiempo es una guerra perdida y lo susurras como susurraba guitarras un Ry Cooder despavorido.

Pespunteamos dudas intentando evitarlas y dormir doloridos de golpes que no nos aniquilaron. Lo perdido no, ahí, lo siento, te llevo la contraria, no naufraga en el olvido por más que nos resten canciones urgentes que aullar a la cara oculta de la luna. Serenatas de pulso contenido pulsando cada surco de este vinilo. Me sirvo otro trago, pero ya terminados los chupitos toca, después de tanto tiempo y tanta moneda que no, una copa de vino barato. En copa que aún se siente lamida por el delirio siempre viste mejor, como yo mismo ayer en desnudo. Y es que te puedes a todo acostumbrar, sí, incluso a lo peor. 

Tricotar el dolor con una bossa nova que se clava como dardo y desguazar el alarde de infinito en un tango. Recordarnos de dónde venimos y hacia dónde vamos casi como si Gauguin nos recitase epitafios de paraíso perdido a lo Milton. Y un mapa de excusas que no podemos desplegar porque las ganas de más se pierden en baile de disfraces en que siempre damos mal. Nos arrebataron la máscara. Las ciudades perdieron el norte y nuestros pasos trastabillaron un ritmo de corrido mexicano. Tañe el mezcal abandonos en la garganta. Cada día un poco más. Milonga... o vals criollo de quebrada cintura.

Boleros y cumbias sientan bien al dolor añejo. Cosen las costuras de todo aquello que dejamos perderse en un oleaje nocturno que no nos miraba de frente. Al fin, sin tropezar, caminé veredas, a ritmo y machetazo de bambuco colombiano, o casi, en Cochabamba, Arequipa, Bahía o La Paz para descubrirme cobarde, una vez más. Caminé veredas en soledad. Puedo vislumbrar las que me restan por transitar. Pero ya no quiero mirar hacia otro lado aguantando las chingadas ganas de llorar. Te agradezco este punto de valentía que me regalas cuando adviertes que soy incapaz de ver todavía el final, por más que ya pueda diferenciar entre los espejismos y la realidad. 

Silencio sólo roto por un mayido hembra. Angiebook, la gata, me disecciona con su pupila tatuada en aullido como invitándome a depositar de nuevo la aguja en el extremo de este vórtice de surcos indígenas que reiniciará la taxidermia. Mañana se va. Pero resulta que sí, que es hasta la misma muerte. Mi caja torácica ya está perfectamente adecentada y colocada en el blanco. 

Y aunque el salón me quede grande, te agradezco este lograr que siga bailando.

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