domingo, 1 de marzo de 2020

rock and roll convulso

La belleza será convulsa o no será.
André Breton

Chencho Fernández lleva demasiado tiempo viviendo en música y poesía. Sus composiciones andaban desperdigadas por los corredores del tiempo y las esquinas de los estilos. Hasta que publicó Dadá estuvo aquí (2015) certificando un compacto latido de acorde y lírica llamado a prolongarse en futuros trabajos. Baladas de plata es el primero y ya es presente, al menos en mi reproductor, que durante poco más de 50 minutos ha ostentado, orgulloso, su capacidad para detener el tiempo.

Y es que Baladas de plata está lejos de ser una mera colección de canciones. Si algo reclaman las que lo componen es, justamente, tratarlas como partes insustituibles de un todo: una obra musical sin fisuras que debe escucharse de principio a fin y en el orden dispuesto por el autor. Una obra musical que te invade de euforia al comprender que mientras existan creadores como Chencho Fernández no serán definitivas las tiranías mercantiles del streaming y los hits descabezados al azar. 

No parece casual que el álbum comience con ese apabullante trallazo rock que es «La fosa de las Marianas». Podría considerarse una canción denuncia, como se consideró en su tiempo, de manera errónea, «Like a Rolling Stone». En ambos casos sería mejor hablar de una advertencia. El bardo norteamericano avisaba de los riesgos de una atroz deriva social. El sevillano nos escupe la realidad inapelable en que aquella se ha consumado. Y la advertencia crece, como la de Dylan, en una instrumentación de musculatura épica, hasta deshilvanarse en un murmullo de teclados y tomar forma definitiva: os lo dije, ya no hay salvación... ¿o tal vez sí?

La probabilidad de salvación se vislumbra con esa deslumbrante joya de arpegio y poesía que es «La canción de Nadia». ¿Se refiere, Chencho, a la Nadja de André Bretón? ¿Está rubricando el álbum como rubricó la belleza el poeta?

Ignoro si sería su intención al registrar esta magistral lección musical que es Baladas de plata, pero ha dado vida a una obra tan convulsa como ese amor fou que descubre a los amantes en el fatal abrazo que los ha de separar. Por eso no resulta extraño que a la inicial advertencia de rock descarnado le siga una zambullida en la calma chicha de canciones con sonoridades más cercanas a la canción melódica, dicho esto con todo el respeto que merece recordar los arreglos orquestales con que copularon la chanson francesa, las armonías de San Remo y los standards interpretados por los crooners americanos. Que el término crooner hace ya tiempo que perdió sus connotaciones peyorativas, piensen si no en Nick Cave, por ejemplo, y Chencho Fernández se erige aquí como el crooner definitivo de la música patria.

Un crooner de dicción canalla y frágil (perdonen la redundancia) que empuja hasta insólitas cumbres de emoción a una banda de músicos superlativos que manejan percusiones, vientos, ritmos, teclados, cuerdas y coros con maestría de puñal en flor. En cada compás se arrumba un eco de electricidad ancestral llevada al límite de la belleza por la suficiencia agridulce con que Chencho fusila los versos de unas canciones que son verdaderos poemas.

La elegancia y riqueza de matices que atesoran estas Baladas de plata, aparte su intrínseca sabiduría rock, ostentan patente de corso europea.  En Europa inicia este delicioso paseo por lo mejor de la música popular, con canciones tan europeas como el Mediterráneo y el amor fou. Tan mediterráneas como Serrat («Un hit», de nuevo «La canción de Nadia») y tan amor fou como Gainsbourg («Te quiero sin querer», el delicioso orgasmo francés de «Mi pequeña muerte en ti»). Tan europeas como una tarde en el interior de una habitación que hiede a sexo y amor perdido. Melodías de contracciones rítmicas y acordes distendidos, copulando en esa pose original y subversiva con que la belleza exhibe sus atributos.

Pero el viaje continúa, y el autor nos recuerda que su pericia musical se ha forjado en numerosos senderos. Así, abre de nuevo la puerta a Dylan («La noche americana», el góspel bastardo de «Suicidio en Hollywood») confirmando que lo que hace de una canción poesía es, amén la lírica intachable de su letra, la capacidad del cantante para empujar con su voz de anochecer el gruñido en seda de ritmos, guitarras, coros y vientos, hasta fundirlo todo en un emocionante abrazo de tensión y música total. Y si el cantante ha de susurrar para ello, como los poetas, lo hace. Pocos saben susurrar como Chencho Fernández, por cierto. Poesía, ya digo.

Por si quedasen dudas de la educación musical del bardo, este comete la desfachatez de, con mimbres garaje y negritud de allende los mares, edificar una mítica de la propia tierra de nacimiento y sus andanzas por la misma, como Lou Reed relatando su impostergable New York («En boga»). E incluso se pasea por los barrios bajos de un Buenos Aires que huele a Hispalis berlinés («Salvador en la Plaza del pan»).

Las guitarras juguetonas y los coloridos paisajes de teclado en que se sostiene «Calle Imagen» regresan los pasos del poeta por el callejero de la melancolía, después de rumiar su propia ignominia marcando el ritmo en ese milagro de lírica cruel y acordes en duelo que es «Como se odian los amantes». Siempre a un lado y otro de ese espejo de convulsa belleza frente al que Chencho Fernández sitúa al afortunado oyente.

No es que no existan los ancestros, por tanto. Es que Chencho ha bebido de sus fuentes hasta saciarse y aclarar su voz de poeta urbano para dotarla de un acento único y absolutamente moderno, à la Rimbaud. Porque lo moderno, hoy, es mantenerse ajeno a la estridencia y el golpe de efecto, es utilizar la sabiduría de años de música popular para fecundar un disco, como este, intemporal y deslumbrante. Baladas de plata es un universo que se escucha como un poemario o un álbum de fotografías que catalogan amores como cuchillos por la espalda. Un derroche de elegancia y buen gusto, desde la precisión de las composiciones hasta la pulcritud de unos arreglos musicales que no vienen a entorpecer la canción ni a dotarla de histrionismo, sino a vestirle la piel precisa. Baladas de plata es un universo instrumental y lírico de difícil parangón en el rock que se pergeña a día de hoy en este país.

Baladas de plata como balas disparadas contra este lobo para el hombre en que nos hemos convertido... tal vez con la desesperada intención de regresarnos a nuestra condición humana y convulsa.

*texto incluido en el libreto de Baladas de plata

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