Melancolía dominical, con su caducidad de páginas sepia que fortalece el sepia de los recuerdos. Con las páginas sepia me refiero, obvio, a esas en que, antaño, aparecían las vacantes laborales, en la prensa. Con el sepia de los recuerdos, al las fotografías que el corazón tomó para revelar, con modestia y calma de artesano, en el cuarto oscuro de la memoria. Que no se me acuse en esta ocasión de excederme en las metáforas.
Hoy no hay periódicos, que el precio es exagerado y el trabajo, ahora, se busca en internet o, como muy antaño, pateando las calles... tú y yo lo sabíamos: Nietzsche tenía razón al formular su teoría del eterno retorno.
Hoy no hay periódicos, no. Hoy sólo el sepia de tu piel enardecido bajo la luz mortecina de esa lámpara baja que iluminaba la habitación en que te amaba. Era así que tu vientre adquiría asperezas de grano fotográfico y suavidades de contraste forzado, al igual que forzabas la maquinaria diestra de tu musculatura para acelerarme el deseo. Hoy no hay periódicos, insisto, y lo único sepia en este día de horrores climatológicos y semana difunta es la imagen de tus labios pronunciando el verso violento de mi erección más siniestra. No sé cuántos esfuerzos has desperdiciado, mujer, para regalarme el sepia de una fotografía en que tengo gesto de moribundo. Y es que así me pintas el rostro, cada vez que me amas, cual esteticién de Tánatos, para surcármelo de expresiones que no pueden ya hablar y de respiraciones que se ahogan por respirar a la inversa. Debería recordar tu rostro, esta noche, pero sólo viene a mi memoria el sepia malherido de mi expresión más extrema, ésa que me esculpes mientras tus labios esculpen el barro torvo de mi cuerpo con latido forastero. No sé cuántos esfuerzos has desperdiciado, amor, ya digo, para adelantarme la muerte.
Así que como no hay periódicos hoy, a pesar de ser domingo, acudo a la hemeroteca babel y amarilla de aquellos que acumulo al albur de las manos con que mi hijo aprende a recomponer el mundo. Encuentro un ejemplar del pasado año, pero sólo de unas tres semanas anteriores a la fecha de hoy. Hojeo. Deambulo titulares. Atisbo instantáneas. Hasta hallar un breve que informa de que los españoles somos los terceros, a nivel mundial, que más dinero gastan, en las navideñas festividades, en hacer regalos que a nadie agradan. Ya saben, qué le compramos al abuelo, otra colonia, y una corbata para el tío, sin rayas, que este año se llevan los cuadros, para el pequeño un cuento, a ver si se olvida de la televisión y lee un poco, y en ese plan. Juego a la sociología barata y pienso que también debemos andar bien situados, los españoles, en otro ranking de gastos desperdiciados. Me refiero al de los votos, o sea, el democrático desgaste de acudir a las urnas para sentirnos ciudadanos de pleno derecho y elegir un gobierno que a nadie agrada, que nadie quiere, que nos hará la vida imposible, a tantos, durante los cuatro años siguientes. No sé, ya digo, sólo es sociología de andar por casa con la cerveza dominical jugando a la excelencia de la doble maceración en el aparato digestivo.
Dejo de lado la citada noticia, paso a la siguiente, pero no capta mi atención. Tampoco las restantes. Me aburro rápido. Entrego a mi hijo otro pedazo de mundo roto que él sabrá reordenar con la legislación de juguete de sus dedos de franela. Y regreso al tono sepia con que tus caderas se vestían, al rotar sobre mí practicando aquellas acrobacias de humedad y urgencia. Y la luz baja de aquella habitación. Aquella lámpara como de consultorio de psicoanalista esparcía sobre tu piel un sepia que remitía a los ancestros de la humanidad y a traumas inconclusos, haciéndome pensar que Freud, quizás, estaba en lo cierto. Pero tal vez sólo sea que hoy es domingo, y los domingos no son días en que llevar la contraria a nadie, ni siquiera a Freud.
Los hay que aseguran que los domingos se confeccionaron para ser, después, deshilachados por la felina zarpa de la melancolía. Tampoco les llevaré la contraria. Será por eso que pienso, hoy, en el sepia que me zurce la barba descosida cada vez que me amas y me arrancas expresión de muerto. Y eso me hace llegar a la conclusión de que a los noticieros tampoco debo llevarles la contraria: creo, amor, que estás gastando esfuerzos y gimnasias que sólo sirven para revivir a un muerto. O peor, para morir el rostro de un vivo que sin ti no encuentra más camino que el del camposanto. Los regalos en que se deja el sueldo tu cuerpo, cuando me amas, en vez de vivificante sonrisa, ya ves, provocan cadavérica mueca. No obstante, te suplico que hagas como yo, al menos hoy que es domingo: no lleves la contraria a las noticias, ni a Freud, ni, por supuesto, a Nietzsche.
Me ha parecido muy bueno y lo he disfrutado. La originalidad, asoma en cada palabra, a pesar del la nostalgia del sepia...
ResponderEliminarSaludos