Si algo bueno tiene la prensa, la poca que queda, es que nos permite viajar sin dejar de ensuciar con nuestra sombra el teclado de la computadora. Así, surcando los abruptos oleajes del ciberespacio, podemos acercarnos a la China, el Tíbet, Tegucigalpa (está en Honduras, por si no les apetece buscar en wikipedia) o Taiwán. Es en este último destino donde sabemos, gracias a los noticiarios, que un empleado de la compañía nacional de ferrocarriles ha recibido los parabienes de sus empleadores tras 24 años de vida consagrados en cuerpo y alma a la amada empresa que pone en los platos de su familia el condumio necesario para la existencia.
Nada raro en 24 años laborales, menos ahora que pretenden que los octogenarios sigan fichando entrada y salida de la oficina de turno. Lo curioso del caso es que Yang Chao-Shun, que así bautizaron sus progenitores a tan esforzado trabajador, no ha disfrutado ni un sólo día libre durante sus 24 anualidades de servicio. Pueden imaginar el alborozo de sus patrones. Sí, tan felices estaban del modélico esfuerzo de Chao-Shun que decidieron hacerle público homenaje y entregarle una placa que le distingue, como "empleado ejemplar". No hubo comida ni subida de sueldo, al fin y al cabo el trabajador había dado, justamente, ejemplo de austeridad durante esos 24 años. Tan austero fue que ni siquiera se permitió el lujo de llenar el bosillo de su organismo de virus alguno. O sea, que ni por enfermedad dejó de trabajar ni un solo día.
Regreso yo, estos días, de la enfermedad del amor, del recreo de la piel, cuya necesidad te acomete de improviso en el momento menos oportuno. Paseando las calles de la noche, por ejemplo, en que sorprendes la ortografía crujiente de unas piernas de mujer reescribiendo la novela barata de los adoquines, y deseas volcar sobre la página suave de sus tacones el tintero de tu deseo. O desperdiciando el rubor de nube tímida de la mañana urbana en que una sonrisa de seda lanza puntadas al mediodía para coser su gloria de sudores y escotes, y deseas recomponer su zurcido de saliva con el lenguaraz pespunte de los labios. O caminando senderos de pasto mordido por el amanecer de un solsticio de invierno en que deseas fundirte con la piel oro y fragancia de esa hembra cuya mirada descompone los días y los relojes. Después arribar al desaseado cuarto de un hotel sin más categoría que la que le ofrenda tu desnudo de fulgor y sombra: la sombra que parecen inventar tus pechos y que yo trabajo con la cautela de un asesino a sueldo, la sombra en que quiere recluirse tu pubis y que yo trabajo con la tenacidad de un herrero, la sombra que envejece al latigazo de tu cabello y que yo trabajo con la ternura del jardinero, la sombra a que tus nalgas otorgan luz de manzana seccionada y que yo trabajo con la glotonería de una cocinera de extrarradio, la sombra que perfeccionan tus labios y que yo trabajo con la húmeda concentración del marino mercante... y tu fulgor de jugos trabajando el tacto de temperatura y alcohol de mis dedos, tu fulgor de salivas trabajando el tartamudeo de dicciones y suspiros de mi paladar, tu fulgor de sudor trabajando el recorrido de torpezas y error de mi musculatura, y, sí, ¡ay! tu fulgor de orgasmos trabajando el buril de carpintería carnal y equívoca de mi sexo.
Ya no sé si es enfermedad que me obliga a darme de baja, por unos días, de la vida, el amor, o un trabajo intermitente del que necesito vacaciones cada cierto tiempo, por no desfallecer, por retomar fuerzas y aplicarme con mayor pericia en la siguiente ocasión. Pero tengo claro que, de ser así, no puedo aspirar a más honor que el que tú, mujer, tú que eres mi empleadora, decidas distinguirme algún día como "empleado ejemplar", al igual que al trabajador ferroviario taiwanés, y decidas abrirme despacho en la oficina de pulpa y miel de tu vientre.
A Chao-Sun ni dinero le dieron ni subida de sueldo, pero ¿a quién satisface la moneda si es que ama su trabajo? Siempre he defendido que el trabajo, por sí, es intrínsecamente nocivo para el desarrollo humano. Pero estos días de baja laboral en que la única actividad a que me entrego es la del amor entre tus brazos, pienso si no sería posible que tú, vosotras, decidiéseis contratarme para jornadas de 8 horas bregando entre el fulgor y la sombra de vuestros cuerpos. Prometo no pedir ningún día de vacaciones en los próximos 24 años.
De vuelta uno de los Pablos que yo más quiero, lúdico y carnal, extraviado en el laberinto sensual, disfrutador de la vida y el amor, glorioso y esteta, mago de las palabras que me hace vibrar y sonreir al mismo tiempo. Gracias amigo por el viaje a la infinitud de tus letras.
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