Ensoñarse en los fantasmas bondadosos de la memoria. Bondadosos y de falaz cautela, pero afables al contrario que otros, esos que cascabelean cadenas entre lo no vivido pero recordado como si tal. Ensoñarse, por tanto, y sumergir los sueños en vino barato. Tan económicos son, mis sueños, que los regalo mientras los riego, por ver si le crecen fronda a la uva que han querido engolar con nombre pomposo: Orgullo de Barros. Como mis sueños: orgullosos de chapotear el barro a pesar de que los regalo. Nadie quiso venir a esta fiesta de cumpleaños.
Orgullo de Barros, Ribera del Guadiana, cooperativa Nuestra Señora de la Soledad. Pues eso. En soledad, bebo, aunque poco, ya digo que es vino barato. Ribera del Guadiana, Badajoz, aquella ciudad en que me perdí enmascarado. Carnaval y una furtiva zorra que tardó en quitarse el disfraz. No teman. No es machismo micro ni exabrupto macho. Su atuendo era idéntico al mío. A mí me disfrazaron intentando que emulase a Errol Flynn, pero sin cuerpo cavernoso propicio para aporrear un piano. Pero cómo cabalgaba Errol Flynn, y cómo me perdí yo, y cómo nos descabalgaron, a ambos, nuestros propios caballos. Mejor así, libres ellos, salvajes. Tantos años ya que ni me acuerdo. Siempre odié el carnaval. Tal vez fuese por haberme visto obligado a calzar disfraz. Tal vez porque no conocía a nadie, en aquel tumulto de alarido y exceso vacío e inconexo. Hasta que ella me miró convexo desde detrás de su antifaz de zorro impar. ¿Nos conocemos? Lo dudo. Pero qué mala noche. Perdimos los caballos y las espadas de marcar zetas en las paredes, y todo fue un deambularnos torpemente, haciendo eses.
© Ian C. Bates, cortesía de la red |
El caso es que ahora bebo vino barato y no resulta tan malo. Como los sueños cuando equivocados, cuando económicos e incluso regalados. Porque proveen momentos de gloria en que los sientes languideciendo vidrios soplados con fuerza desde un vientre que logra detener el tiempo, extender el instante y provocar en tu dicción alguna sandez radiofónica elogiando la calidad de la uva y el aterciopelado tacto con que te humilla las papilas gustativas para dejarlas por siempre presas de un gusto que seguirás, hasta el fin de los días, saboreando. Y eso sí lo recuerdas. Alquimia de la memoria buena, la no envenenada por más exceso que el que deseas te exceda hasta el hálito postrer.
Sueños regalados. Vino barato. Ya es septiembre. Agosto pasó con un único simulacro de incendio. Han aprendido mucho las autoridades forestales, tras tantos años de fuego provocado. Tal vez demasiado. Cuántos incendios no sufrieron, en tiempos recientes, las tierras extremeñas. Me dijeron, hace años, que ella marchó de Badajoz. Todo lo que tenía su familia, un puñado de tierra y dos tejados, desapareció arrasado por el fuego. Pues bien, aunque lo siento. Pero es que no recuerdo su mirada, menos su piel. Dermis no calcinada entre los dedos es simple materia de la memoria equivocada. Además, creo que ya lo he dicho, aquella noche todo fue alcohol malo. Cuántos incendios no habrán visto aquellos ojos tras el antifaz de los años. Cuántos incendios no he gozado yo, pirómano del instante, avanzados los años, libre de telas que enladrillen la memoria. Pero pasó agosto. Y un sólo simulacro de incendio. Eficazmente sofocado, agentes forestales demasiado bien entrenados.
Otoño ya se adivina mientras recuerdo correrías de carnaval que olvidé y me adivino otro mal trago. De vino barato y sueños regalados. No hay envoltorio que recomponer. Como las pavesas, están expuestos. Si alguien los quiere, los regalo. Allá ese alguien lo que haga con ellos, lo que de él o ella hagan ellos.
Un presente , entonces . gracias
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