He transitado 2015 con las alforjas cargadas de miedo. Aún ignoro quién decidió redefinir con ellas la curvatura de mi espalda. Sólo sé que su obscena obesidad ha tatuado en mi osamenta cicatrices de imposible sutura. He cargado, como animal, unas alforjas que nunca quise mías. Y es que vivo -vivimos- en el reino animal. Y a mí, este año ya difunto, por tanto, me ha servido para reafirmar mi condición de bestia, descubriendo que mis instintos básicos pertenecen a un universo de zarpas y mordiscos muy alejado de las buenas intenciones supuestas al género humano. Pero no he sido el único: el mundo se ha desangrado, y no pocos han hecho banquete de la hemoglobina desprestigiada de sus congéneres. Carroñeros de función necesaria para el mantenimiento del ecosistema, decían los libros de ciencia. Humano, demasiado humano, advertía Friedrich Nietzsche.
2015 quedará resumido, en los noticiarios, con un puñado de cifras, que es lo que hoy se lleva, o lo que nos permite evadir la racionalidad que se le supone al ser humano. Porque las cifras sólo son pesados cortinajes tras los que se esconden quienes llegaron silenciosos, de noche, a casa, con la intención de desvalijarla de calma. Y tras las cortinas numéricas de este año que termina se esconden, aunque aún se les vean los pies manchados de barro, pequeñas sonrisas de trapo descosidas con el punzón de un terremoto, manos de juguete jugando a la vida adulta del limpiar parabrisas reclamando moneda a cambio, pequeños pulmones de papel incinerados en la hoguera de la recolección de minerales inútiles, muñecos que batallan con fusiles dos tallas superiores a las de los andrajos que les ocultan el espanto, pequeños pantalones húmedos de orín en que se enredan las algas de mareas que erigen frontera entre la vida y la nada, pies de felpa ateridos al pisar el asfalto de ese nuevo hogar que les ha edificado una entidad bancaria.... pies de caramelo manchados de barro, ya digo, no hace falta correr el cortinaje de las cifras para descubrirlos ensuciando la alfombra con que pretendemos proporcionar calidez a nuestro hogar. Yo, además, a veces, tras las cortinas, he descubierto cucútrás la mecánica inexacta de los pies de mi hijo, que ha llegado a casa para desvalijarla de penurias.
Reconozco que a mí, este año, la infancia, el niño, me han despertado el instinto animal. Y he descubierto que no hay más bandera que ondear que la de un pañal mojado, ni más nación que defender que la de una sonrisa que no conoce el miedo porque aún te cree invencible. Sólo que a veces, de noche, el niño llora. Imagino que escucha el llanto de esos otros niños que conforman el banquete universal en que los carroñeros han decidido convertir nuestras vidas. O eso, o es que descubre los pies manchados de barro de ese otro niño que ha dejado de ser vida para transformarse en número a la hora del telediario. Tal vez eso me haya hecho comprender que, como animal que soy, ninguna función mejor podría tener que la de defender la sonrisa de un niño que juega a ser globo, píopío o guauguau, frente a la carcajada arisca de quienes le rodean jugando a ser hiena.
Nada más animal que defenderte del mundo para mantener a salvo a tu prole. Tal vez, también, alimentarse de la prole ajena para asegurar el futuro. Pero ignoro -y confío en seguir haciéndolo- en qué momento, de qué modo, se pasa de un estadio a otro: de la animalidad crujiente de proteger la infancia como única opción posible, a la fiera animalidad de devorarla para seguir subsistiendo... o para mejor vivir, con más lujo y ornamento.
Recuerdo aquellos libros de ciencia que confirmaban la necesidad de que existiesen las alimañas, los carroñeros, para mantener organizado el rompecabezas del ecosistema natural. 2015 ha sido un año de aprendizaje urgente, eficaz, y los animales carroñeros se han multiplicado infectando el planeta, creando poco a poco su propio ecosistema y rodeándolo de alambre de espino que impida la entrada a todo aquel que no desee ser sacrificado. Animales necesarios para el correcto funcionamiento del ecosistema, ya digo. Pero corremos el riesgo, en 2016, si continúa así creciendo el número de alimañas, de quebrar definitivamente la armonía de este frágil ecosistema que nos hemos inventado.
2015 quedará resumido, en los noticiarios, con un puñado de cifras, que es lo que hoy se lleva, o lo que nos permite evadir la racionalidad que se le supone al ser humano. Porque las cifras sólo son pesados cortinajes tras los que se esconden quienes llegaron silenciosos, de noche, a casa, con la intención de desvalijarla de calma. Y tras las cortinas numéricas de este año que termina se esconden, aunque aún se les vean los pies manchados de barro, pequeñas sonrisas de trapo descosidas con el punzón de un terremoto, manos de juguete jugando a la vida adulta del limpiar parabrisas reclamando moneda a cambio, pequeños pulmones de papel incinerados en la hoguera de la recolección de minerales inútiles, muñecos que batallan con fusiles dos tallas superiores a las de los andrajos que les ocultan el espanto, pequeños pantalones húmedos de orín en que se enredan las algas de mareas que erigen frontera entre la vida y la nada, pies de felpa ateridos al pisar el asfalto de ese nuevo hogar que les ha edificado una entidad bancaria.... pies de caramelo manchados de barro, ya digo, no hace falta correr el cortinaje de las cifras para descubrirlos ensuciando la alfombra con que pretendemos proporcionar calidez a nuestro hogar. Yo, además, a veces, tras las cortinas, he descubierto cucútrás la mecánica inexacta de los pies de mi hijo, que ha llegado a casa para desvalijarla de penurias.
manipulación fotográfico de un lienzo original de Scarlet Coca |
Nada más animal que defenderte del mundo para mantener a salvo a tu prole. Tal vez, también, alimentarse de la prole ajena para asegurar el futuro. Pero ignoro -y confío en seguir haciéndolo- en qué momento, de qué modo, se pasa de un estadio a otro: de la animalidad crujiente de proteger la infancia como única opción posible, a la fiera animalidad de devorarla para seguir subsistiendo... o para mejor vivir, con más lujo y ornamento.
Recuerdo aquellos libros de ciencia que confirmaban la necesidad de que existiesen las alimañas, los carroñeros, para mantener organizado el rompecabezas del ecosistema natural. 2015 ha sido un año de aprendizaje urgente, eficaz, y los animales carroñeros se han multiplicado infectando el planeta, creando poco a poco su propio ecosistema y rodeándolo de alambre de espino que impida la entrada a todo aquel que no desee ser sacrificado. Animales necesarios para el correcto funcionamiento del ecosistema, ya digo. Pero corremos el riesgo, en 2016, si continúa así creciendo el número de alimañas, de quebrar definitivamente la armonía de este frágil ecosistema que nos hemos inventado.
Ha sido un año de silenciar el chasquido de los relojes, desfibrilar el corazón de un oso de peluche, inventarle un silbido a los gatos, morder labios amados hasta gastarles los besos, y dilapidar abrazos en la economía sumergida de la distancia. Un año, al fin, de esconderse en las esquinas de las páginas que he escrito para nadie, soñando con que algún día mi hijo, el hijo de otro, cualquier niño libre de la dictadura de las alimañas, llegue a leerlas para certificar que hay otra animalidad posible y es la única que me interesa.
Mientras tanto... feliz año, a todos.
Mientras tanto... feliz año, a todos.
"¿Qué bestia salvaje, cuya hora llegó por fin, marcha desganada a Belén para nacer?"
ResponderEliminar(Yeats en su poema "La Segunda Venida", 1919)
Pablo siempre atento, incisivo, incomodo, rebelde,...y soñador, y algo idealista,...es cierto todo cambia, y como en un gran torrente nos dejamos llevar, tú en cambio tienes una visión más global,...aunque a veces pienso que a rato somos carroñero y a ratos no,..por eso tenemos esa mala conciencia,...el ser humano tiene difícil solución. Brindo por tu fuerza,..No pares nunca.
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