Aún a riesgo de tacharme de cansino y reiterativo he de comenzar así: vivimos tiempos convulsos, extraños días. Sí, los días se aparecen hoy como fotografías movidas por el temblor aterrado de quien se sabe moribundo.
Hemos podido revulsionarnos, los que tenemos la fortuna de poseer dedos inquietos que teclean el ciberespacio, ante innumerables imágenes de ciudadanos en ejercicio del democrático derecho a proclamar pública repulsa ante políticas que, consideran lesivas para su moral y su bolsillo (derecho a huelga, lo llamaban) violentamente golpeados por aquellos aprendices de superhéroes a que las autoridades han osado regalarles el disfraz de ídem para que mejor entren en su papel de defensor del orden.
Una rabia contenida ha forzado a muchos a reprimir, supongo, instintos humanos (demasiado humanos, decía el poeta), y no salir a las calles armados de palos y piedras. A pesar de todo, por algún resquicio informativo de esos que gustan de desinformar y alterar los nervios de los acomodados biepensantes, se han colado brutales escenas en que otros manifestantes, distintos a los que componen esa marea de pacífica indignación, expresaban su rabia con violentos arrebatos. Es así que, en muchas de las miríadas de manifestaciones que hoy encienden de primavera joven y rebelde los jardines metropolitanos, hemos podido observar cómo mientras unos alzaban las gargantas afónicas de pacífica consigna, otros alzaban el brazo para mejor impulsar piedras, botellas, desperdicios, contra las fuerzas del orden.
Gracias a la red de redes vengo estos días sumergiéndome de nuevo, una vez más, en la prosa elegante y certera de mi admirado Hermann Hesse. En algún lugar leo una frase, en otro una cita poética, en el siguiente una breve reseña de algunas de sus obras. Puebla estos días, la red, el autor alemán, y prefiero ignorar las evidentes causas.
Hermann Hesse (cortesía de "la red") |
Como cada vez que regreso a Hesse, comienzo por El Lobo Estepario, y me enredo de nuevo en la violencia contenida de esa escena en que Harry Haller trepa los nudos rugosos de ese árbol hastiado de la cercanía del tráfico rodado sólo para ir descargando su escopeta sobre los conductores que enderezan su auto para mejor tomar la curva más cercana. Pocas escenas tan violentas como aquella, que sucede en ese Teatro Mágico y en que tan a gusto nos sentiríamos más de uno. Al fin y al cabo, sin salir el protagonista del laberíntico Teatro, asistimos excitados y ansiosos a esa otra escena en que la bella Armanda tartamudea su personalidad con un vertiginoso cambio de disfraces, dispuesta a envenenar los sentidos, la realidad y la hipocresía. Y...¿quién no se sentiría a gusto en los brazos de tan deliciosa matarife?
Entrar en El Lobo Estepario, en mi caso, lo reconozco, es no querer salir, ansiar quedarse a vivir en ese teatro para locos no para cualquiera en que la entrada sólo cuesta la razón. Pero tal vez sea diosa Fortuna quien me permite desmoronar el hechizo y salir a tomar aire...un instante...hasta que me interno en Demian, Narciso y Goldmundo, Entre las ruedas ó El Juego de los Abalorios, y tomo de nuevo conciencia de andar siempre varado en mis contradictorios afanes.
Juego de contrarios, conjugación del plural que habita en cada individualidad, eterna lucha del Bien y el Mal, confrontación esquizofrénica de todo humano que como tal se reconozca. Así, leer a Hermann Hesse, aparte el placer de su prosa exquisita y penetrante, no nos deja mayor enseñanza que la de la dualidad moral del Ser Humano, esa constante lucha que en nuestro interior entablan Luz y Oscuridad. En Narciso y Goldmundo se sirve el autor de dos personajes distintos para mejor establecer los contrapuestos valores que nos habitan. Pero en El Lobo Estepario Hesse esculpe las trincheras del campo de batalla en los opuestos hemisferios cerebrales del un sólo hombre, una misma persona que, en ocasiones, semejan dos contrapuestas.
Pienso de nuevo en las manifestaciones. Releo los comentarios que tienden a acusar a los alborotadores de ser inflitrados de las fuerzas de el orden para mejor disolver la marea humana. Pero pienso si no resultarán, los manifestantes pacíficos y los violentos provocadores, ser las mismas personas.
Tal vez, como en Hesse, una persona desfila indignada pero pacífica, al son de la marea humana, al inicio de la marcha, cuando las consignas son festivas y la esperanza de poder cambiar el rumbo de la Historia aún es perfume fresco. Y tal vez, como en Hesse, esa misma persona, comience a corretear, indignada pero violenta, una vez que la Policía haya ejecutado la primera carga para devorar sus esperanzas demostrándoles que no, no hay esperanza de cambio y el rumbo de la Historia sólo tiende a escorarse más en busca de una zambullida definitiva, sin retorno, al más puro estilo Titanic.
Hay otros mundos pero están...en mi cabeza.
Pablo me han entrado unos deseos enormes de volver a leer a Hesse. Gracias por compartir los sentimientos y pensamientos, que nos llevan a mover los nuestros.
ResponderEliminarCreo que no hay que tener miedo al expresar nuestro malestar..Es bien cierto que tenemos nuestro espacio de bienestar en nuestras casas como en Damian..pero tenemos que hacer frente a la "realidad" cruda y dura de la situación en que estamos, la cual no es nada agradable ...ya que ni nuestro "rincón nos va ha quedar". Lo "veo muy triste" Un saludo
ResponderEliminarAite
Entrada no para cualquiera. Sólo para locos.
ResponderEliminarMARAVILLA Y TEMBLOR