martes, 6 de marzo de 2012

noche de miedo

Despierto desorientado, con la mordedura aún fresca del insomnio palpitándome en la yugular. 
Preparar el primer café de la mañana se convierte en titánica tarea. 
El insomnio, ya digo, que me ha visitado esta noche con su séquito de malos presagios y su sonrisa de anciano malhumorado.
A pesar del carácter de hazaña que reviste volcar el café molido en la máquina que lo licuará, he alcanzado el objetivo, y ya humea entre mis manos una taza de loza herida por el arañazo húmedo de la cafeína. Descubro, al primer sorbo, que sabe a derrota y tedio, hoy, este primer café de la mañana, y decido aparcar su aroma de fruto maduro y agrio en el destartalado garaje del tiempo.

Acudo a la danza demente del teclado, como cada mañana, pero no hallan mis dedos el camino correcto, y me enredo en un telar de ortografía errónea, de ideas parapléjicas y frases mutiladas. Descubro así, aletargado, frente al rumor fonético del teclado, la incapacidad lacerante de alcanzar el día cuando la noche aún no se ha despegado del envés de mis párpados. 

Siempre defendí que dormir es cortejar la muerte y que las noches bien dormidas son noches no vividas. Pero, ¡ay!, la noche sin sueño. Puede acometernos ésta por insomnio o por trasnoche parrandero. En el segundo caso únicamente trocamos las horas y coloreamos nuestro cuarto, al amanecer, de oscuridad y silencio. Pero cuando el insomnio...entonces es que la noche se engalana de espectros que tienen la piel del terror cosida a su cuero de espanto. Ejecutan danzas macábras luces que no existen y el reloj se descompone en disonante sinfonía de aprensión. Mejor, tal vez, morir las horas acunado por el sueño.


Es la noche insomne, como la vida, un renglón erróneo en nuestra biografía y, al despertar, a la mañana, ardua tarea es intentar recomponerlo. Como en cualquier momento en que contradices los horarios, los programas, los planes. Como cuando llegas tarde al trabajo por permanecer a la sombra luminosa del vagón de metro, por seguir leyendo el libro que reposa en tu regazo, un suponer. O cuando incendias la mañana dominical anclado a la piel de la amante, horadando las horas y la carne con el traqueteo ansioso de tus besos. Son momentos estos que, a diferencia de la noche sin sueño, provocan placer y deleite. Pero después viene la vida para equivocarte el recuerdo y que no guardes en la memoria más que un rumor de revuelta, un débil lazo de insurrección que te haga creer que pudiste batallar contra el inapelable zumbido del tiempo. Por contra, la noche en que la vigilia te desorganiza el sueño, permanece amarrada al calcio dolorido de los huesos y no te abandona ya, en lo que resta de día, su cicatriz de girasol ciego.

Debería prepararme un nuevo café, por ver si ahora, al fin, puedo reconocer su aroma de jornada inaugural. O, por contra, quizás, podría volver a la cama. Pero está vacía, y eso, a la luz del día, me da miedo. 

Mejor volver al teclado, que no distingue vigilias de sueños.

1 comentario:

  1. Es que sin dormir... no te funcionan el resto de cosas! Jej... ;)
    Marta.

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soy todo oídos...