Recuerdo Berlín y el verano elucubrando estrategias erróneas para usurparle oscuridad a sus antros y lágrima a sus esquinas. Recuerdo haber tomado fotografías con mucho grano y haber hecho algo con ellas, tal vez enviárselas a alguien que pudiese abrazar las distorsiones y desgarros ocultas tras tanto grano. Fotogramas en blanco y negro, fríos y atroces y feos y grises y en las antípodas de la postal de turismo y falsa efigie. Fotogramas impregnados del blanco y negro de un verano roto tras los pasos de una hembra que dibuja grafitis de sombra en paredes desconchadas por puños de hierro locos por enredarse en cabellos y recuerdos. Recuerdo Berlín, y decadencia hermosa y un verano apócrifo y una hembra que bebe cerveza lejana y recorre con su voz de incendio las voces incineradas en Kreuzberg o Neuköln. Una hembra que me guía por suburbios, garitos, ínfimos milagros e inaugurales tragos, por tatuajes en pies descalzos y pálpitos feroces que desovan en cualquier habitación vacía de todo menos de mis dedos hechos dados. Recuerdo Berlín, un verano y un puñado de fotogramas que guardé para alguien, ya digo.
Ya estamos chapoteando pies y estragos en el lodazal del tan ansiado verano. Ya comienza a abrumar la capacidad de un buen porcentaje de congéneres para deshilvanar las redes sociales multiplicando su presencia en una infinidad de lugares que al resto de congéneres se les antojan demasiado lejanos u onerosos para visitarlos. Una foto degustando ese cóctel de color tan insano como impronunciable su nombre, en la terraza de moda de alguna ciudad costera; otra paseando las junglas que amenazan devorar los templos de Angkor Wat; una más que despedaza la cámara con la luz filtrada bajo las cristalinas aguas que bañan las Maldivas; aquella otra que reta el vértigo del espectador asomándole a una vertiginosa bacanal de comida sin nombre ni origen a la mesa del restaurante más cool de New York.
La cuestión es que provoca sensación de irrealidad, tanto exhibicionismo, sensación de que, realmente, todas las personas que aparecen en esas fotos tomadas en lugares ni están ni han estado en los mismos. Están en la foto, y me pregunto si realmente han viajado. Tal vez solo hayan viajado a una foto.
Hubo un tiempo en que viajar era un riesgo, y no se hacía únicamente para gastar lo ahorrado durante el año. Viajaban pocos y eran considerados, por el resto, algo así como demasiado intrépidos o, directamente, tarados. ¿Para qué largarse tan lejos cuando esta España mía esta España nuestra lo contiene todo y es puro festejo? Comían en bares infames y dormían en hostales lúgubres porque su capital se había invertido, mayormente, en el vuelo que les alejase lo más posible de su lugar de residencia. Hoy, viajar es tan necesario como colocarse la soga del puesto de trabajo. Hoy, viajar no comporta más riesgo que el de salir bien en la foto.
Que los viajes, como la fotografía, se han democratizado, y ya cualquiera puede viajar a una imagen tipo Jonás en el vientre de una ballena que es chip de smartphone último modelo y máxima moneda. Y está bien, porque además nos permite, a quienes ya no viajamos, comprobar que el mundo sigue en movimiento y genera a cada instante novísimas y fascinantes ficciones como esa de aparentar estar en lugares cuando solo se está en una foto. De hecho, yo, hoy, recuerdo el día que comprendí que todo lo escrito en el primer párrafo de este texto es falso. Porque nunca estuve en Berlín, lo confieso.
Y es que hace un ciclo litúrgico que sé que una chamana (la Alquimia, siempre, es hembra... disculpen la incorrección ¿política?) me creó la ilusión falsa, con carácter retroactivo, de que pasé un verano en Berlín. No recuerdo si me dio a beber ayahuasca o solo me prometió beber de sus labios, pero alguna droga hubo de por medio y aún necesito más, que esto de viajar es necesario, a día de hoy, si deseo ser un hombre de mi tiempo. La chamana lo sabía (por algo es chamana) y quiso regalarme Berlín consciente de que yo necesitaría una foto. Después se llevó la ciudad, cierto, pero siempre me quedará la foto.
A todos los que no podrán viajar, este verano, para regalarnos fotos de los lugares visitados, en las redes sociales, les recomendaría una visita a la chamana que comento. Pero si les facilito su dirección les estaría engañando. A veces pienso que vive conmigo para seguirme drogando y regalarme fotos de lugares en los que nunca he estado. Será solo un sueño, es lo que tienen las drogas.
Inmenso el concierto de los Stones, por cierto... ¿estuviste?
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