viernes, 5 de junio de 2020

el niño Lorca

Federico García Lorca, niño enamorado del dolor, del duende que no es gnomo ni taconeo flamenco sino oscuro arraigo de pies calientes (y manos gélidas de caricia ausente) a una tierra que germina ramajes de arteria mientras aúlla escarnios de perdedores y malditos.

Primero, los calés, malditos de Guardia Civil y navaja vespertina, en su Romancero gitano, y luego, en magnética eclosión, esos gitanos yanquis del algodón y el navío triste y hoy, ahora, ya, del cuello mordido por rodillas de perro zafio y hambriento: los negros, con su nívea dicción de aleluyas y esclavitudes susurrada en la olvidadiza memoria del tiempo.

Federico García Lorca, niño enamorado, ya digo, del dolor y la muerte. Tan enamorado que la buscaba como zahorí, perdido ya el palo de la alegría en las alcantarillas de la gran ciudad. Así la encontró, abrazándose a ella de inmediato para permanecer por siempre niño. Aunque su adiós fue asunto de malparidos engendros que, por desgracia, siguen engendrando monstruos que hoy sueñan con desbaratarnos el sueño. 

El sueño de la razón produce monstruos, dijo aquel otro niño oscuro del brochazo y la dignidad, pero resulta que el de lo irracional engendra más terribles, ignorantes y aberrantes bestias. Que la muerte del poeta fue asunto de malparidos, decía, y que de él haber vivido hasta conocer el nuevo siglo habría permanecido, por siempre, el niño que fue y aún se esconde tras sus títeres de cachiporra y su sonrisa amarga de felicidades ajenas. 

Así, como niño, se entregó a un juego de metáforas locas de surrealismo e imágenes que danzan zapatos de mordisco y miedo en ese tan paseado por encima y poco caminado Poeta en Nueva York tras cuya cópula, más que lectura (ese libro lo he violentado por todos los orificios, e igualmente he dejado que me violente por todos los que mi cuerpo ofrenda), no pude ya jamás volver a ser el casi niño que le acariciaba las páginas sin saber, aún, que acariciaba La Poesía.

Es bueno para la humanidad saber que hay niños que siempre negarán todo lo nefasto que implica llegar a adulto. Al menos, para mí, es milagro seguir mojando la piel en el mismo mar de desarraigo y verbo en que moja la pluma ese niño Lorca que, por más que muchos desearán, nunca estará muerto.

Autorretrato de Federico García Lorca para Poeta en Nueva York

1 comentario:

soy todo oídos...