lunes, 19 de marzo de 2012

leche manchada

Invade la mañana un aroma de café inaugural y pan tostado. Llega, desde la cocina el ronroneo breve de la cafetera, en ebullición de amaneceres y espumas. Es el momento oportuno de abandonar el hipnótico estado de abandono a que me anuda el revoltijo de sábanas revueltas y sueño truncado.

El primer café de la mañana es como el sorbo preliminar que aplicamos al nuevo día, y a mí, invariablemente, me gusta ensuciarlo con la tipografía sin relieve de las noticias vespertinas, ahí, enfrente, en la pantalla del computador. Es así que el amargo del café se me antoja caramelo, cuando lo enfrento al agrio gusto metálico que me despiertan las crónicas con que el día inaugura el desfile de atribulados espectros que buscan entidad en las danzas cibernéticas de los noticiarios online.

Hay quien elige, como inicio de jornada, el despertar sucedáneo de una "leche manchada". O sea, que no le gusta el café, y sólo añade una reminiscencia de su arábigo aroma al tazón en que rebosa la espuma incendiada de la leche caliente. Queda así, el café, como un naúfrago del Estrecho, remoloneando sus menguadas fuerzas al vaivén de las mareas breves que la cucharilla enardece a cada uno de sus giros, en la intención de disolver un terrón de azúcar que bien podría haber sido la madera a que agarrarse para no perder la vida. El café pues, en este caso, como simple reminiscencia de un naufragio, como invertebrado presentimiento de lo amargo del día venidero.
Igual yo, con mi café negro, frente a la pantalla del ordenador portátil, que desmenuza noticias y vertebra calamidades. Noticias que tornan dulce este café inaugural, tal es el acre del alma que esconde la estilizada disposición tipográfica de los hechos que la prensa desviste para mí. Los sucesos del día anterior contienen siempre el premeditado aroma de lo irreversible, y quedan varados en la estilizada maquetación de una página de internet de la que desaparecerán en breve para dejar paso a nuevas calamidades. Las noticias, como una chispa de café oculta en la explosión líquida de la leche, abandonadas a un naufragio de primicia y fugacidad.

Para desprenderme el miedo que han instalado en mi paladar las crónicas escritas de este día recién estrenado retorno a la cocina, y vuelco un generoso torrente de cálida leche en la taza a medio consumir.
Troco el ébano fragante del café por la prístina luminiscencia de la "leche manchada". No encuentro, hoy, mejor manera de dar por finalizada la noche. Diluir el amargo del café, o de las noticias, en la mansa y dulce marejada de un tazón rebosante de leche.

2 comentarios:

  1. No me gusta la leche... así que el amargo del café y de las noticias me llega y se queda y en medio del amargo trato de ver la vida con optimismo... trato eh.. que no siempre lo logro. Muy buena tu reflexión.

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  2. Al café de la mañana y las noticias vespertinas le añado yo un vistazo por la ventana para otear el horizonte e intentar adivinar lo que el tiempo traerá al día... ;)
    Marta

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soy todo oídos...